E N D
Miguel-A. “La paz” 110 seg. (R. Alarcón)
El salir a la calle en las manifestaciones, en referente al asunto Irak, u otros conflictos concretos, en torno al eslogan “NO A LA GUERRA”, me parece sumamente elogiable. No obstante, tildarlo de sumamente elogiable, no quiere decir que sea perfecto. De hecho, es fácil que, tras nuestra actitud sumamente elogiable (repito), se escondan riegos de contradicción, y de faltas de imparcialidad y sinceridad. Desde luego, este archivo no trata de criticar a secas, sino de poner de manifiesto algunas visiones que tal vez nos pasen desapercibidas.
Contradicción, porque puede ser seguir el juego a quienes crean los problemas para luego, resolverlos (entiéndase políticos). Y lo hacen a base de inculcar filias y fobias: cuestión bastante opuesta al asunto paz que, a priori, estamos interesados en solicitar.
Falta de imparcialidad, porque la guerra no es un fenómeno concreto. En el mundo hay guerras a diario... calladas... olvidadas... que no interesan a nadie... que nadie mueve un dedo por la paz de dichos conflictos. El caballo alazán de los “Jinetes del Apocalipsis” ya ni siquiera es caballo... ni siquiera tanque. De todas formas, diariamente, asistimos a la más cruda de todas la guerras: EL HAMBRE. Es una guerra que tanto avergüenza, que ni siquiera le conceden una línea en la prensa, o un minuto en la televisión... tanto nos avergüenza a nosotros mismos, que no nos interesa el tema, porque nos recuerda que somos verdugos. “Salió otro caballo, alazán, y al jinete le dieron poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros”. (Apocalipsis, 6, 4-5).
Y falta de sinceridad, en cuanto pudiera suponer querer arreglar el mundo sin arreglarse, previamente, uno mismo. Pudiéramos aferrarnos a una pancarta pidiendo paz, mientras estamos enemistados con el vecino, con el esposo/a, con el compañero de trabajo, etc. Pudiéramos estar pidiendo que allá lejos busquen concordia, mientras en nuestro entorno, no somos capaces de tender una mano para buscarla.
Cuando era niño, en el desván de mi abuelo, hallé algo muy bonito y esclarecedor del tema que nos ocupa. Era una fábula... con animales, y simple, muy simple... como todas las fábulas. Me la aprendí de memoria. Aún la recuerdo 40 años después. No me fije en el nombre del autor. Eso, en mi niñez, ni me iba ni venía. Ahora he buscado en Internet por los fabulistas: Samaniego, Iriarte, Esopo. ¡Nada! No hallo ni rastro. ¿Habré mirado mal?.
"Una cabra, que altanera, llegó a instalarse en un puente, encontrose frente a frente con otra no menos fiera. Disputan, faltas de juicio, riñen luego, se acometen, y ruedan al precipicio. La moraleja habrá pocos que no la entiendan: ¡No te asombres que, a veces, también los hombres se conducen como locos!".