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JASÓN y LOS ARGONAUTAS. Jasón era el hijo de Esón, el legítimo rey de Yolco, pero su tío Pelias había usurpado el trono. Pelias vivía constantemente con el miedo de perder lo que él injustamente había arrebatado. Hizo prisionero al padre de Jasón y a él lo.
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Jasón era el hijo de Esón, el legítimo rey de Yolco, pero su tío Pelias había usurpado el trono. Pelias vivía constantemente con el miedo de perder lo que él injustamente había arrebatado. Hizo prisionero al padre de Jasón y a él lo habría matadonada más nacer si su madre no llega a engañar a Pelias diciendo que el niño había muerto. Jasón fue educado por el centauro Quirón, que le enseñó el uso de las plantas, la caza y las artes. Cuando llegó a la edad adulta regresó a Yolco para reclamar su legítimo trono.
Sin saberlo, Jasón iba a formar parte de un plan trazado en el Monte Olimpo. Hera, la mujer del todopoderoso Zeus, tramó la venganza contra el rey Pelias. El tío de Jasón, el usurpador del trono, honraba a todos los dioses excepto a la diosa Hera. El plan de Hera estaba cargado de peligros, por lo que necesitaba a un verdadero héroe. Para poner a prueba a Jasón, ideó que él tuviera que cruzar un río caudaloso en su camino a Yolco. Y en la orilla habría una pobre anciana intentando cruzar. ¿Seguiría Jasón su camino sin detenerse o ayudaría a la pobre anciana necesitada a cruzar el río?
Jasón no lo pensó dos veces: se echó a la anciana a la espalda y se introdujo en la corriente del río. A medio camino empezó a tambalearse a causa del inesperado peso de la anciana. La anciana no era otra que la diosa Hera disfrazada. Algunos dicen que la diosa reveló su identidad al héroe al llegar a la otra orilla; otros, sin embargo, cuentan que nunca supo el servicio divino que había prestado. Jasón perdió una sandalia en la corriente, lo que sería muy significativo. Un oráculo había advertido al rey Pelias: “Guárdate de aquél que lleve una sola sandalia”. Cuando Jasón llegó a Yolco, reclamó su trono; pero su tío Pelias no tenía intención de devolverlo, y mucho menos a un extraño con una sola sandalia.
Pelias, con la excusa de ser hospitalario, invitó a Jasón a un banquete y, durante el curso del mismo, lo abordó en la conversación: “Dices que tú tienes lo que se necesita para gobernar un reino”, dijo Pelias. “¿Puedoconsiderar que estás en condiciones de hacer frente a cualquier problema que se te plantee? Por ejemplo, ¿qué harías para deshacerte de alguien que te está dando problemas?” Jasón piensa durante un rato y, ansioso por mostrar al rey su habilidad para la resolución de problemas, sugirió: “Enviarlo a buscar el vellocino de oro?” “No es una mala idea”, respondió Pelias.“Es el tipo de búsqueda que cualquier héroe que merezca la pena se atrevería a llevar a cabo. Por que si alguien lo consiguiera, sería recordado para el resto de los siglos. Y, ¿por qué no vas tú?
Y así se corrió la voz por todo lo ancho y largo de Grecia de que Jasón estaba buscando marineros para embarcarse en una peligrosa, aunque glamourosa, aventura. Y a pesar de la minúscula probabilidad para cualquiera de sobrevivir a ponerle los ojos encima al Vellocino de oro y mucho menos a burlar la protección del dragón y volver con el premio, un gran número de héroes estaba dispuesto a correr el riesgo. Estos fueron conocidos como los argonautas, por su nave, la Argo. Entre ellos se encontraba Hércules (o Heracles, según su nombre griego) y la heroína Atalanta. Jasón consiguió un barco construido por el ilustre armador Argos, que en un ataque de vanidad le puso su nombre a la nave.
Argos consiguió un divino patrocinio para su tarea, Hera, que había recabado la ayuda de su compañera, la diosa Atenea. Esta patrona de las artes consiguió una proa para la embarcación de madera tallada en el bosque sagrado de Zeus en Dodona. Esta proa tenía la mágica propiedad de hacer uso de la palabra y la profecía con una voz humana. Y así una brillante mañana de otoño la Argo se lanzó al mar, sus bancos fueron ocupados por una potente fila de heroicos remeros. Y en verdad Pelias confiaba en sus aspiraciones, así que no pasó mucho tiempo antes de que grandes problemas asaltaran a la tripulación. Después de abandonar a una quincena de hombres en una isla poblada exclusivamente por mujeres, pusieron rumbo a Salmidesos.
El rey los acogió, pero no estaba muy animado como para hacer una fiesta. Puesto que había ofendido a los dioses, le habían puesto como castigo a unos detestables seres con cabeza de mujer y cuerpo de ave, conocidas como Arpías. Estas Arpías poseían unos reprobables modales en la mesa. Todas las noches a la hora de la cena, ellas se dedicaban a defecar sobre la comida del rey y revoloteando alrededor de él, hacían que el rey no fuera capaz de probar bocado. Como resultado de ello, el Rey Fineo se quedó extremadamente delgado. Afortunadamente, dos de los miembros de la tripulación de Jasón eran descendientes directos del Viento del Norte, lo que les daba el poder de volar. Y estos jóvenes, amablemente persiguieron a las Arpías hasta tan lejos, que el rey nunca más fue molestado.
En agradecimiento, Fineo informó a los argonautas de un peligro justo al comienzo de la ruta para encontrar el vellocino de oro - dos rocas llamadas Simplégades, que aplastaban a cualquier nave que pasara entre ellas. El rey les sugirió una estrategia con la cual podrían evitar los efectos de estas Rocas chocantes. Si conseguían hacer pasar en primer lugar un pájaro entre las rocas, haciendo que se choquen entre ellas, la Argo, podría introducirse rápidamente detrás, pasando segura antes de que éstas volvieran a cerrarse de nuevo. Por medio de esta estrategia, Jasón hizo que las rocas se cerraran antes, aplastando sólo las plumas de la cola de la paloma. La Argo fue capaz de pasar entre ellas relativamente indemne. Sólo su popa fue dañada.
Una vez que llegaron a la Cólquide, Jasón tuvo que hacer frente a una serie de retos propuestos por el rey Eetes, gobernante de este reino bárbaro en la parte más alejada del mundo heroico. Tanto él como su pueblo no eran muy amistosos con los extranjeros, aunque en una ocasión anterior sí había ofrecido asilo a un visitante procedente de la misma ciudad que Jasón. Esto quizás se debía a lo poco ortodoxo del medio de transporte, pues éste llegó montado sobre un carnero con la piel de oro. El forastero se llamaba Frixo y había estado a punto de ser sacrificado cuando el carnero se lo llevó. Habiendo llegado sano y salvo a la Cólquide, sacrificó el carnero a los dioses y colgó su vellocino dorado en un bosque. El rey Eetes le dio la mano de una de sus hijas en matrimonio.
El rey Eetes había tenido una desagradable impresión de Jasón a primera vista. No tenía ninguna simpatía hacia aquel apuesto joven que había llegado penosamente hasta su reino con la gloriosa misión de entrar en su bosque sagrado y llevarse fuera algo de su propiedad. El rey Eetes consideraba que el vellocino de oro era de su propiedad, y estaba a punto de decirle a Jasón lo que podía hacer con su preciosa misión cuando de pronto alguien le recordó la obligación de la hospitalidad; fue su hija, llamada Medea. Medea tenía otra motivación, aparte de por las buenas costumbres. Hera había estado mirando por los intereses de Jasón y había conseguido persuadir a su colega, la diosa Afrodita, para intervenir en favor de Jasón.
En absoluto era problema para la diosa del Amor hacer que Medea se enamorara locamente de Jasón a primera vista. Y esto fue una gran ayuda para Jasón. No fue sólo un freno para la lengua del rey, sino también para el rápido viaje de vuelta a la frontera que se veía venir. Pero Medea le ofreció su ayuda y no fue la única vez. Por primera vez su padre se había callado y se había vuelto sospechosamente razonable. Jasón, por supuesto, podría llevarse el Vellocino y todo lo que necesitara para el cumplimiento de su misión- Eetes no entendía que le había pasado para haber estado tan poco cooperativo. Todo lo que solicitaba de Jasón como simple muestra de su buena fe, era que ayudara con las tareas de la granja.
Había dos toros de pie en un prado adyacente. Si Jason era tan amable como para uncirlos al yugo, arar el terreno, sembrar y recoger la cosecha en un solo día, el Rey Eetes se vería obligado - y muy feliz de entregar el vellocino de oro. Ah, y había un detalle insignificante del que Jasón debía ser consciente. Estos toros eran un poco inusuales, pues sus patas eran de bronce lo suficientemente fuertes como para dejar a un hombre abierto de la garganta al pescuezo. Y luego, por supuesto, estaba el asunto de su mal aliento. En realidad, respiraban fuego. En esta situación Jason pensó que escuchaba a su mamá, la Reina Polimedes, llamándolo. Pero entonces, como ya hemos dicho, Medea se lo llevó suavemente a un lado, y le sugirió que podría servirle de ayuda.
Afortunadamente para Jason, Medea era una hechicera famosa, experta en crear pociones mágicas. Ella le proporcionó a Jasón una pócima que, cuando se untaba en el cuerpo, lo hacía a prueba de incendios y contra los arañazos de las pezuñas. Y así fue como Jason se acercó a los toros con valentía y no se asustó ante la insolencia bovina. Haciendo caso omiso de las llamas que pasaban alegremente sobre sus hombros y las evidentes marcas de las pezuñas, obligó a las criaturas a ponerse bajo el yugo y se dedicó a arar el terreno. Luego, la consiguiente siembra dio una gran tarea para el animado héroe. Sembrando alegremente las semillas como una ninfa plantando flores en primavera, no dejaba de observar la inusual naturaleza de las mismas.
Resulta que Eetes tenía en sus manos unos dientes de dragón con propiedades agrícolas únicas. Tan pronto como éstos cayeron al suelo, empezaron a brotar, lo que era bueno desde el punto de vista de Jasón para el cumplimiento de su tarea antes de la noche, pero malo desde el punto de vista de la cosecha. De cada una de semillas germinaba un guerrero completamente armado, que surgía de la tierra y se unía a la multitud que amenazaba al pobre Jasón. Eetes, mientras tanto, estaba a un lado del campo riéndose para sí mismo. Algo inquietó un poco al rey, al ver a su hija largarse a través de los surcos al lado de Jasón, pero no lo pensó demasiado en ese momento. Era una prueba de que ella era la culpable, y quizás esa era la forma con que Medea estaba hacía su breve despedida.
En realidad, ella fue una vez más la encargada de la posterior salvación del joven héroe. Esta vez no se trataba de pociones mágicas. Medea simplemente dio a Jasón un consejo basado en la psicología. Jasón, que estaba bastante claro hasta ahora que carecía de los valores heroicos para hacer el trabajo por sus propios medios, tuvo el sentido de reconocer un buen consejo. Haciendo uso del sencillo consejo de Medea, acabó con la cosecha con un insignificante esfuerzo personal. Simplemente tiró una piedra a uno de los hombres. El hombre, a su vez, pensó que lo había hecho su compañero de al lado. Y al final todos los hombres-semilla se atacaban unos a otros con sus espadas hasta que no quedó ninguno en pie.
Eetes no tuvo más remedio que hacer como si le concediera el vellocino a Jasón, pero él aún no tenía la intención de hacerlo. Entonces cometió el error táctico de decirle eso a su hija. Y Medea, todavía deslumbrada por la Diosa del Amor, a su vez, se lo confió a Jasón. Además, ella misma se ofreció a llevarlo, al amparo de la oscuridad, a la arboleda del templo donde se encontraba el vellón, clavado en un árbol y custodiado por un dragón. Y así a la medianoche se infiltró en el recinto sagrado de Ares, dios de la guerra. Jasón agitaba su espada, pero Medea, con prudencia, consiguió que calmase su impetuosidad.
En lugar de la violencia, ella usó una poción para dormir y burlar así la vigilancia del monstruo. Juntos se hicieron con el vellocino y escaparon a la Argo. Zarpando de inmediato, consiguieron eludir la persecución. Jasón triunfó así en su heroico desafío. Y una vez que regresó a Grecia, el hombre abandonó a Medea por otra princesa. Jasón, aunque había jurado amor y honor a Medea por el servicio que le había prestado, demostró que era inestable en este sentido, de la misma manera que había sido incapaz de hacer su misión por sí solo.
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