E N D
Mundo Maravilloso Simón y Turín
Existió una vez, hace mucho tiempo, un reino flanqueado por un gran bosque y una hermosa cascada, lo que hacía de éste un muy buen lugar para vivir. Sus habitantes obtenían del bosque frutas, miel y carne además de madera, mientras que del río bajo la cascada agua, pescado y entretenimiento en los días de bonitos.Sin embargo, por muy bueno y atractivo que sea un sitio como éste, no garantiza una vida dichosa, ni mucho menos. Si alguien se lo preguntara, eso mismo dirían Simón y Turin.Simón y Turin eran dos niños de Cretórea, así se llamaba este reino. El primero era alto y fuerte como un gigante, y el segundo astuto y despierto como un lince, pero también era uno tan grande como corto de inteligencia, y el otro tan listo como bajo de estatura.
Tanto es así que mucho sufrían ambos por esto, ya que eran el blanco fácil de las burlas de los otros niños. Sin embargo, una noche, ya bien entrada la madrugada, un gran ruido anunció el comienzo de lo que supondría una gran hazaña que los convertiría en héroes, aunque muy pocos, o más bien nadie pudiera imaginarlo al principio. Todo empezó con ese ruidoso ruido que despertó a los pobladores de Cretórea, tras el cual salieron de sus casas para averiguar qué ocurría. Con terror vieron a un imponente dragón arrancando y derribando árboles.
-¿Qué sucede? —le preguntó el rey al que vigilaba de la torre del castillo.Me temo, mi señor, que un dragón ha escogido nuestro reino para pasar la noche. Está construyendo un lugar donde dormir.
Por desgracia, eso era lo que parecía. El dragón estaba colocando árboles en un lugar, tan grande como una montaña para un hombre, pero para una criatura del tamaño de aquélla, no sería más que el equivalente a un mero nido de paja.—Esperemos que sólo sea eso —dijo el rey no sin cierta preocupación, y motivos no le faltaban para ello, pues cuando se elevó el sol sobre el horizonte, el dragón continuaba ahí, al igual que al día siguiente y al otro y otro más… Y la situación, ya de por sí preocupante, no hizo más que complicarse. El dragón había posado su enorme cola en lo alto de la catarata y había bloqueado el paso del agua. El río que pasaba por Cretórea se había secado.—Esto no puede seguir así —dijo el rey—. ¡Que el ejército se prepare para expulsar al dragón!
A la orden de su señor, los caballeros sacaron sus armaduras, tomaron las armas, montaron a sus caballos y partieron a la batalla contra el dragón. Poco duró la lucha, pues cada escama de éste tenía la robustez de diez mil escudos, y sus fauces y garras la fuerza de treinta mil espadas. El ejército del rey era muy inferior al poder de la criatura, y sucumbió ante ella en menos de lo que dura un parpadeo.
Desesperado, ya que era consciente de que mientras el dragón continuara allí no tendría reino que gobernar, el rey ofreció todas sus posesiones salvo el castillo a quien fuera capaz de expulsar al dragón de su reino.