E N D
EXPOSICIÓN Había una vez una familia de leñadores que vivía muy cerca de un espeso bosque. El padre cortaba la leña que luego vendía en el cercano pueblo, la madre cuidaba de la casa, del pequeño huerto y de sus hijos, Valentina y Miguel, que ayudaban en lo que podían a sus padres. No tenían apenas ningún bien material pero eso no les impedía quererse mucho y ser felices. • Una noche de Navidad, cuando ya se habían sentado a la mesa y los platos estaban servidos, oyeron unos débiles golpes en la puerta y la madre fue a abrir. Allí estaba un niño pequeño, cubierto con un viejo abrigo y los pies descalzos. Tiritaba de frío y apenas si pudo decir: • Por favor, ¿podrían dejarme entrar? Tengo mucho frío y mucha hambre. Toda la familia se acercó a la puerta: • “Entra, entra deprisa…¡ Vas a quedarte helado…!”
Y enseguida le trajeron ropa seca y le hicieron un sitio en la mesa. La madre trajo otro plato de la cocina y cada miembro puso en él una parte de la pobre cena que iban a compartir. • Cuando acabaron de cenar los niños dijeron: • Debes estar muy cansado y aún tienes las manos moradas de frío. Acuéstate en nuestra cama que nosotros pondremos una manta en el suelo y dormiremos aquí mismo. • Y acompañaron al pequeño invitado a su habitación, le ayudaron a acostarse y lo abrigaron con cariño. • Ya acostados sobre su manta, los niños hablaron de lo afortunados que eran: • Nosotros tenemos padres y un techo bajo el que dormir y nunca nos ha faltado un poco de pan. Debemos estar agradecidos por tener todo eso y haber podido ayudar a ese pobre niño. • Al final se durmieron y no había pasado mucho rato, cuando algo despertó a Valentina: • ¡Miguel, Miguel, despierta! ¿No oyes esa música?
Los dos niños se acercaron a la ventana y escucharon una hermosa melodía que resonaba entre los árboles. Y vieron una luz rosada que parecía descender sobre la casa y un gran número de ángeles suspendidos en el aire que tocaban pequeñas campanas doradas. Los niños, maravillados, no apartaban la vista del cielo cuando un ruido de pasos les hizo voltearse. Detrás de ellos estaba el niño forastero. Vestía una túnica blanca como la nieve y halo dorado iluminaba su cabeza. Su voz era dulce cuando habló a los niños: • Yo soy el Cristo que busca entre los hombres la bondad y ustedes me dieron de comer cuando tuve hambre y refugio cuando tuve frío.
Y diciendo esto, salió de la casa y cortó una pequeña rama de un árbol cercano. Con sus manos la plantó al lado de la cabaña. • Y dijo a los niños: • Esta rama crecerá y todos los años, en Navidad, se llenará de frutos. Dicho esto, Jesús desapareció con todos sus ángeles.
Y para sorpresa de Valentina y Miguel, la pequeña rama del árbol creció ante su vista y creció y creció y todas sus ramas se colmaron de rojas manzanas y doradas nueces, brillantes racimos de uva, enormes sandías y también dulces y chocolate y hermosos regalos de toda clase que fueron, no sólo motivo de alegría, sino que llenaron su despensa para mucho tiempo. Y mientras vivieron, Valentina y Miguel no dejaron de ayudar a quien lo necesitaba más que ellos y nunca el árbol dejó de llenarse de regalos en Navidad.
ANÁLISIS Acabamos de escuchar una bonita historia de Navidad que nos hace reflexionar acerca de lo maravilloso que es poder ayudar desde lo más humilde y sencillo, desde lo poco que podamos tener. También nos hace reflexionar acerca de que por pocas cosas que pensemos que podemos tener, siempre hay alguien que se encuentra en una situación peor. Debemos buscar en nuestro corazón la manera de ayudar a todo aquel que lo necesite dentro de nuestra humildad y sencillez.
INTERIORIZACIÓN • Después de escuchar el cuento reflexiona y contesta con sinceridad; ¿habrías abierto la puerta como lo hicieron los papás de Valentina y Miguel? • ¿Habrías dejado entrar al niño forastero al calor de tu hogar? • ¿Alguna vez hemos sido como Valentina y Miguel? • ¿Podríamos empezar esta Navidad ayudando a las personas que están en nuestro alrededor?
EXPRESIÓN Y COMPROMISO EL ADVIENTO QUE DIOS QUIERE El Adviento que Dios quiere es que abras bien las velas de tu nave y que pongas el motor en marcha; que salgas una vez más del puerto de ti mismo y que te arriesgues en busca de la tierra prometida; que venzas tus apegos y comodidades, los que te impiden crecer; que superes tus miedos, que te paralizan; que sacudas tus rutinas, Y una vez que te hayas revestido con los hermosos trajes de la esperanza, predícala, siémbrala, sé su testigo. Da la mano al que te pide, levanta al que está caído, fortalece las rodillas vacilantes, di palabras de consuelo a los corazones tristes, ofrece razones para luchar a los que están desencantados, pinta de color toda la vida. Son muy necesarios los profetas de esperanza. que confíes.