E N D
c r e d o 2 Creador del cielo y de la tierra.
Dios desde siempre es feliz y no necesita nada más, porque es Trinidad. Pero Dios es tan bueno que quiere que haya criaturas que sean felices con Él. Por eso es “Creador de cielo y tierra”.
Crear es hacer algo donde no había nada, o donde no había algo. Eso sólo lo puede hacer Dios.
No hay algo que pueda comenzar a existir por sí mismo. Debe haber un ser inteligente que lo haya hecho. Y esto que decimos ahora en el sentido material será también realidad en el sentido espiritual.
Todo lo creado es limitado. Todo lo material tiene que haber tenido un principio porque tiende a su disolución.
El evolucionismo es verdad hasta cierto sentido. No se puede dar una evolución que venga desde lo infinito ni que tienda hasta lo infinito.
La Sagrada Escritura dice: «en el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). Quiere decir que Dios es el creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre.
No entramos aquí en el cómo (luego veremos un poco). Ahora interesa recalcar que todo lo que no es Dios, procede de Él.
Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios. Es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo. Es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la Creación se atribuye especialmente a Dios Padre.
“El cielo y la tierra” no es cualquier cosa. Dicen que habrá más de dos mil millones de galacteas. Cada galactea contiene miles o millones de estrellas. Una de esas estrellas es el sol, a cuya luz está nuestra casa, que es la tierra.
Y todo está ordenado muy sabiamente. Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada: "Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sb 11,20).
Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea «de la nada» un mundo ordenado y bueno.
El mundo ha sido creado para gloria de Dios. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser «todo en todos» (1 Co 15, 28), para gloria suya y para nuestra felicidad. Y como dice san Buenaventura: "no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla“. Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad.
La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado, especialmente en el ser humano. «La gloria de Dios es el que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo de Lyon)
El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Este ser imagen y semejanza de Dios quiere decir sobre todo que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador.
El hombre es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.
Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Podemos decir como el salmo: "¿Cómo te pagaré, oh Señor, todo el bien que me has hecho?" (Sal 116,12)
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La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es material, se hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de Dios.
El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, no perece; se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la resurrección final.
La Biblia subraya la cercanía de Dios y su intervención directa: el Creador aparece bajo la imagen del alfarero; lo mismo que este va modelando sus vasijas, con delicadeza, sin prisas, una por una, Dios forma a cada uno de los hombres con una intervención única y especial.
El hombre y la mujer han sido creados por Dios con igual dignidad en cuanto personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en cuanto varón y mujer. Juntos están llamados a transmitir la vida humana, formando en el matrimonio «una sola carne» y a dominar la tierra como «administradores» de Dios.
Al crear al hombre y a la mujer, Dios les dio una especial participación de la vida divina, en un estado de santidad y justicia. En este proyecto de Dios, el hombre no habría debido sufrir ni morir. Igualmente reinaba en el hombre una armonía perfecta consigo mismo, con el Creador, entre hombre y mujer, así como entre la primera pareja humana y toda la Creación.
“El cielo y la tierra” creados por Dios, aunque tienen muchísimas cosas buenas, son imperfectos, porque son de paso, una prueba para conseguir lo perfecto. Lo perfecto será el cielo-paraíso, donde será el gozo con Dios.
Muchas veces no se cumple la prueba. En la historia de la humanidad está presente el pecado. Esta realidad se esclarece plenamente sólo a la luz de la divina Revelación y, sobre todo, a la luz de Cristo, el Salvador de todos, que ha hecho que la gracia sobreabunde allí donde había abundado el pecado.
Dios no sólo nos crea, sino que nos sustenta. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo.
La divina Providencia consiste en las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a éstas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras.
Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males.
La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención.
Los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos.
¿Cómo creó Dios el universo? Hoy se habla mucho sobre la teoría del Big Bang. El Big Bang, literalmente gran estallido, constituye el momento en que de la "nada" emerge toda la materia, es decir, el origen del Universo.
Los que no creen en Dios dicen que la materia, hasta ese momento, era un punto de densidad infinita, que en un momento dado "explota" generando la expansión de la materia en todas las direcciones y creando lo que conocemos como nuestro Universo.
¿Qué es ese punto de densidad infinita? Si es materia no puede ser infinita. Si es explosión, muy difícilmente puede comprenderse el orden que hay en el Universo.
Es posible que Dios creara toda la masa y, en un momento determinado, diera el impulso imponente para que todo se pusiera en movimiento trepidante y ordenado.
La Biblia, en el libro del Genesis, nos dice que Dios creó todo “en seis días”. A veces se quiere explicar que fueron días muy largos, cada uno de los cuales duraría muchos siglos. Otros, algo más acertados, dicen que es para ir viendo el valor de todo lo creado y la finalidad de alabar a Dios.
Lo cierto es que esta narración de la creación “en seis días” parece que fue escrita varios siglos después de comenzada la Biblia. Sería un escrito de la “etapa sacerdotal” (siglo VI a.C.), cuando les interesaba insistir en que un día a la semana se debe descansar para estar más con el Señor.
La Biblia, especialmente aquí, no pretende darnos una explicación científica del origen del mundo y del hombre, sino una explicación religiosa: Todo lo que se ve ha tenido un comienzo absoluto y ese comienzo se debe a la intervención libre y gratuita de Dios.
Dios por medio de la Escritura quiere decirnos que el mundo no es, como creían los hombres de aquel tiempo, un laberinto de fuerzas contrapuestas ni la morada de poderes demoníacos, de los que el hombre debe protegerse. El sol y la luna no son divinidades que lo dominan, ni el cielo está habitado por misteriosas y contrapuestas divinidades, sino que todo esto procede únicamente de Dios.
Para hacer esto, el autor sagrado no recurre a afirmaciones religiosas abstractas, que sus destinatarios no habrían entendido en absoluto; sino que, como buen catequista, transmite esas verdades en un lenguaje sencillo y popular, cargado de imágenes, que resulta enormemente gráfico y expresivo.
El orden de lo que dice creado en cada día no es lógico. Es como se lo contaría a un niño. Por ejemplo: primero creó la luz y luego las estrellas, cuando en realidad la luz viene de las estrellas. O el decir que creó la tierra antes que el sol y las estrellas, etc.
Esta narración de la creación subraya la omnipotencia de Dios, pues todo lo crea con sola su palabra, sin esfuerzo. Y subraya la bondad y hermosura de todo lo creado, porque “todo era bueno”.
En esta narración de la creación el hombre ocupa un lugar destacado: la creación del hombre y de la mujer viene en último lugar, como culminando toda la obra creadora; al ser humano se le encomienda someter y dominar la creación porque toda ella está a su servicio; si todo lo creado es bueno, Dios se complace en el ser humano como «muy bueno».
Después de la creación ¿Hay una verdadera evolución de las especies? No está claro. La gran pregunta es: ¿Dónde están todas las especies intermedias?. Un ala no surge en una especie de la noche a la mañana, una cola no desaparece de una generación para otra, un reptil no se vuelve mamífero sin dejar rastro. Hay mucho de fantasía.