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ARTICULO DE LA REVISTA NEXOS QUE ANALIZA EL ESTUDIO Y ESTUDIOS QUE SE HAN REALIZADO SOBRE LA ECONOMu00cdA EN Mu00c9XICO DURANTE LA LUCHA ARMADA DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX (FRAGMENTO)
E N D
La economía en la Revolución 1910-1920 John Womack Tradicionalmente fascinados con el enigma de la política, los historiadores de México han descuidado el pasado económico del país. Durante los últimos 15 años, conforme creció el número de historiadores profesionales, las publicaciones académicas sobre los procesos productivos de México aumentaron rápidamente dentro del país, en Europa y en los Estados Unidos. Bajo la influencia de economistas teóricamente desarmados para abordar los momentos de conflicto, los nuevos historiadores han esquivado el análisis de los episodios violentos, los mencionan, si acaso, como consecuencias, o por sus consecuencias. Y así, el periodo más profusamente estudiado de la historia económica mexicana -la época moderna, los últimos 100 años de expansión capitalista- es también el más sólidamente inexplicado, porque la materialidad de sus momentos culminantes de violencia sigue siendo un misterio. Para interrogar al misterio Las preguntas fundamentales de la historia moderna de México se refieren al decenio revolucionario, los acontecimientos de los años 1910-1920. Por ejemplo: ¿tras el violento desafió de esos años, fue el imperialismo la contradicción principal?. Y si lo fue, ¿cómo construyó las divisiones básicas en la sociedad mexicana, cómo suscitó su enfrentamiento, cómo le puso término? ¿O fueron más bien las propias clases escondidas dentro del país las que generaron la violencia?. En ese caso, ¿cuales clases? ¿Cómo llegó a convertirse su lucha en una guerra civil? ¿Dónde y como actuaron sus agencias estratégicas, cuando fueron los encuentros decisivos? ¿O se trató sólo de un pleito de ambiciones, status e intereses? En ese caso, quiénes integraron los grupos en pugna, cuáles eran sus demandas, cuándo y dónde actuaron en forma crucial?. Por último, cualquiera que haya sido la naturaleza del conflicto, ¿qué carácter tuvo el nuevo régimen revolucionario? Sorprendentemente, tanto entre historiadores como entre economistas. hay muy pocas respuestas claras, directas, a estas preguntas. La larga cruda de una intensa
borrachera penceriana, les impide imaginar todavía a los mexicanistas de todas las disciplinas, que puede haber “progreso” sin “orden”, producción sin paz. Los estudiosos del decenio revolucionario de México casi invariablemente dan por hecho que, como corresponde a épocas de Revolución (de guerra civil por tanto) no pudo haber entonces en la economía mexicana sino destrucción, trastorno y ruina: un verdadero desastre productivo. De historiadores profesionales y revistas especializadas, han brotado sólo siete estudios de asuntos económicos -monográficos o artículos- especifícamente dedicados a los de 1910 a 1920. Naturalmente, debemos a los historiadores profesionales muchas otras monografías que abarcan periodos mayores, pero cubren, al menos en parte, el decenio revolucionario. Sólo en cine o de esas monografías hay el intento de explorar a fondo las cuestiones económicas durante la revolución. La primera, de Frank Tannenbaum: The Mexican Agrarian Revolution (1929). Además de examinar los cambios en las insinuaciones de la sociedad rural, Tannenbaum detectó los virajes (shifts) de la tenencia de la tierra entre 1910 y 1920, y resumió en tablas las principales diferencias regionales. Explicó también las nuevas normas constituciónales que teóricamente debieron regir los cambios a partir de 1917 y señaló que no se habían aplicado en la práctica: los cambios legales no produjeron una distribución real de la tierra sino hasta después de 1920. Friedrich Katz, Díaz; Deutschland una die mexikanische Revolution (1964), reconstruyó los principales intereses comerciales y financieros que Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Alemania tenían en México durante la Revolución. así como sus enclaves (stakes) en transportes, inmuebles, minería, petróleo, agricultura y ganadería. Katz mostró claramente su distribución geográfica, la forma en que a veces condicionaban más que sufrían los acontecimientos y fue el primero en consignar las diferencias “geoeconómicas” entre las bases sociales de las diversas facciones contrarrevolucionarias, y las razones geoeconómicas de sus distintas políticas hacia el exterior.
Aparte de estos trabajos propiamente históricos hay un compacto (hefty) lote de estudios de sociólogos, antropólogos, geógrafos, abogados, ingenieros y científicos con una perspectiva histórica. Ninguno se refiere específicamente al decenio revolucionario, pero cerca de 90 lo tocan por lo menos en parte. Más de la mitad, sin embargo, tiene un enfoque casi exclusivamente institucional y dice poco de cómo se producían los bienes y se prestaban los servicios. Los estudios demográficos y muchos de los estudios agrarios particularmente los de Paul Friedrich: Agrarian Revolución a Mexicano Villge (1970) y Arturo Warman: Y venimos a contradecir. Los campesinos de morelos y el estado nacional (1976)-, son buen alimento de reflexión para el historiador interesado en la economía. En conjunto, pues, los estudios de corte histórico sobre el decenio revolucionario, terminan por no ser una gran cosecha. Aunque ninguno desconoce los conceptos centrales de la teoría económica todos, salvo el de Warman, se revelan ingenuos frente a lo que sucede hoy en el análisis económico. Sin embargo, contienen lo suficiente para sugerir seis tesis generales. Primera. Pese al desorden y la violencia, hubo una economía mexicana entre 1910 y 1920. Era predominante aunque no solidamente capitalista, con regiones desigualmente desarrolladas: el Noroeste, el Distrito Federal y el Golfo, más; el remoto Sur, la menos. La producción de petróleo y henequén registró un continuo auge durante todo el decenio. Segunda. Las condiciones de la producción variaban enormemente de región a región y de año a año. La violencia golpeó más severamente los distritos del Norte y del Sur centrales, sobre todo a lo largo de las vías férreas y en las zonas mineras, ganaderas, algodoneras y azucareras; afectó menos a la costa occidental y al extremo sur, menos aún a la costa del Golfo y Yucatán y mucho menos a la Ciudad de México. Casi por parejo, la mayor violencia se registró en todas partes durante 1915. Al empezar el decenio muchas minas pequeñas cerraron indefinidamente. Pero la Primera Guerra Mundial aumentó de tal modo la demanda que las compañías mineras grandes pudieron soportar el alza de los costos y seguir operando con utilidades, incluso en medio de las luchas más enconadas.
Tercera. Lo más grave que puede decirse respecto a la población es, cuando mucho, que durante este decenio dejó de crecer. Su distribución se alteró levemente con las migraciones hacia el Noroeste, el Golfo y las grandes ciudades, en especial la de México. La corriente migratoria a los Estados Unidos fue un flujo constante que alimentó los estados centrales del Norte, sobre todo a partir del momento que los Estados Unidos entraron a la Guerra Europea. Cuarta. En la mayoría de las regiones la propiedad de algunos bienes urbanos y rurales cambió de manos, pero el reparto de tierras apenas altero el patrón de concentración, salvo por algún tiempo en algunos distritos sureños del centro. Ahí, en Morelos sobre todo, el patrón de la propiedad se amplió. En 1917, la propiedad “original” de los recursos naturales del país pasó constitucionalmente a la nación. Pero por “concesión”, de hecho, su control privado quedo intacto. Quinta: Algunas relaciones de producción sufrieron cambios. Por lo que hace a la agricultura, en los territorios del Norte central y en Yucatán, se debilitó el peonaje y se expandieron los mercados libres de trabajo; en los distritos del Centro Sur desapareció el peonaje y reaparecieron las pequeñas comunidades tradicionales. Se formaron sindicatos en la industria minera. de transportes, artes gráficas, electricidad y textiles y hubo el intento de formar confederación nacionales. El sindicalismo fue más intenso en el Distrito Federal, Hidalgo, Puebla y Veracruz. Los empleados de comercio de la Ciudad de México se sindicalizaron. En todos los sectores, tanto los capitalistas como los trabajadores, se vieron sujetos a fuertes aunque desarticuladas presiones políticas, que adquirieron rango constitucional después de 1917. El mismo gobierno administró las haciendas expropiadas en el norte y el sur, los principales ferrocarriles de todo el país y la venta del henequén de Yucatán. Sexta. Al promulgarse la nueva constitución, con los Estados Unidos envueltos en la Guerra Mundial, la economía mexicana inició una recuperación más dependiente que nunca de los acontecimientos en el país del norte. Como puede verse, la aportación de los historiadores a las preguntas económicas fundamentales no pasa de ser una tentativa modesta: la de los economistas es aún
más decepcionante. Donde se trata más directamente la economía de la Revolución es en varios artículos periodísticos e informes ocasionales que datan de los años 1910 a 1920. Casi todos sus autores tienen formación de economistas y sus relatos, atestados de informes y, a menudo, de análisis perspicaces, bien valen la consideración del historiador, aunque se escribieron con fines distintos. Su defecto no es la parcialidad, sino su excesiva atención a las posibilidades o resultados inmediatos de la Revolución y no a su dinámica material. Opacando esta colección de informes de primera mano, hay unas 500 monografías y artículos académicos sobre la economía del México moderno; de todos, sólo doce tratan específicamente el decenio revolucionario.(2) Unos 85 economistas, autores de artículos o monografías sobre la Revolución, han hecho señalamientos de extraordinaria utilidad para una historia de la economía del decenio revolucionario. Pero en casi todo los casos -más allá de la utilidad histórica de los datos- sus comentarios siguen siendo una especie de obiter dicta. Algunos estudios son buena historia tradicional -notablemente los de Ernesto Galarza: La industria eléctrica en México y el artículo de Miguel Wionczek sobre el mismo tema en Raymond Vernon, ed. Public Policy and Prilvate Enterprise in México (1964)- pero todos, salvo uno, revelan una gran ingenuidad respecto a lo que sucede hoy en el análisis histórico. La excepción es el impresionante artículo de Vonald Keesing sobre la estructura ocupacional: “México’s Changing Industrial and Ocupational Structure from 1895 to 1950” (Journal of Economic History, Diciembre 1969). No obstante, sin repetir las tesis extraídas de los trabajos de corte histórico, los estudios económicos monográficos sobre el periodo 1910-1920 permiten inferir las características de seis cuestiones fundamentales. Trabajo. Por muerte, emigración, conscripción o repliegue en zonas de refugio que garantizaban la subsistencia, la mano de obra disponible se redujo, en general, pero no en los grandes centros industriales donde aumentaron la oferta y la demanda. Agricultura y ganadería. Los cambios más notorios en el uso de la tierra tuvieron lugar en las regiones centrales del Norte, donde las lagartijas y los zopilotes volvieron a adueñarse de los potreros y la hierba invadió los campos de cultivo; en
el Noroeste, donde se emprendió con vigor el cultivo de siembras comerciales como el garbanzo y el algodón; y en el Centro sur, donde los cultivos comerciales cedieron su lugar a la hierba o al cultivo de subsistencia de maíz y frijol. Durante 1915, las cosechas fueron pesimas en todo el país y se redujo a cerca de la mitad el volumen normal. Hubo graves pérdidas en la exportación de azúcar y arroz y los rebaños de ganado mayor, cabras y ovejas, registraron una merma pero los animales domésticos crecieron en número. Transportes. Después de 1913, los ferrocarriles estaban destruidos o seriamente deteriorados pero lo más costoso era el uso que hacían de ellos las facciones militares y políticas, un uso que propiciaba el mercado negro y la extorsión. Es posible que el número de mulas y burros se duplicara en esos diez años y empezaron a usarse aviones y camiones. Industria. Debido a la guerra civil, muchos talleres artesanales se cerraron en unos lugares, pero se abrieron en otros. Las plantas industriales sufrieron pocos daños físicos la lucha les cerraba el camino a mercados lejanos, pero ampliaba los mercados inmediatos. La dificultad del transporte provoco una grave recesión en casi todas las zonas industriales del centro y del norte en 1913, y en la ciudad de México durante los dos años siguientes. Pero desde 1916 los principales centros fabriles empezaron a llevar constantemente su producción y para fines del decenio la mayoría había alcanzado nuevamente el nivel de 1910. Aumento también, en forma incipiente, el uso del petróleo y de la fuerza hidroeléctrica para generar energía, pero la Revolución impidió que los industriales mexicanos aprovecharan la oportunidad de la Primera Guerra Mundial para sustituir las importaciones, como lo hicieron sus colegas de Argentina, Brasil y Chile. Finanzas. En 1914 el sistema bancario se había derrumbado; en 1915-16 no había autoridad financiera, lo cual obligó a improvisar en materia de créditos y permitió que los constitucionalista, por su control de los más grandes centros comerciales, libraran sus más duras campañas militares a poco costo. En resumen, lo que puede decirse siguiendo la información obtenida por historiadores y economistas. es que los costos de producción subieron en todo el
país, pero no por las mismas razones en todas partes, ni por el mismo tiempo, ni en la misma proporción. El desarrollo de la economía era ya desigual, y la Revolución repartió todavía más desigualmente las fuerzas productivas entre los distintos sectores y las distintas regiones. Teóricamente, aunque nadie haya planteado el punto para el caso de México, ésta es una situación que estimula a las empresas y fortalece su capacidad de negociación. Puestos juntos, los trabajos históricos y los económicos disponibles todavía no aportan las bases para una síntesis histórica; de la economía de México entre 1910 y 1920, durante la Revolución. Como sea, por muchos años han bastado para orientar las visiones de conjunto o por lo menos para enseñar a historiadores y economistas que esos años no fueron de caos absoluto y que en medio de los pendones (flarings) de la violencia la inmensa mayoría de los mexicanos permaneció unida en la producción, casi todos trabajando para sobrevivir.