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¡Basta de murmuraciones y calumnias!. Mensaje de María Mamá -la Gospa- Reina de la Paz, del 25 de mayo de 1997 (Extraído del libro “Medjugorje, El Triunfo del Corazón” – Sor Emmanuel). Mónica Heller para el Curso: El arte de perdonar – www.oracionesydevociones.info.
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¡Basta de murmuraciones y calumnias! Mensaje de María Mamá -la Gospa- Reina de la Paz, del 25 de mayo de 1997(Extraído del libro “Medjugorje, El Triunfo del Corazón” – Sor Emmanuel). Mónica Heller para el Curso: El arte de perdonar – www.oracionesydevociones.info
“Queridos hijos, hoy los invito a glorificar a Dios y, en su nombre, a ser santos en sus corazones y en sus vidas. Hijitos, cuando están en la santidad de Dios, Él está con ustedes y les da la paz y la alegría que sólo provienen de Él por medio de la oración. Por eso, hijitos, renueven la oración en sus familias; así sus corazones glorificarán al santo nombre de Dios y el Cielo reinará en sus corazones. Estoy junto a ustedes e intercedo por ustedes ante Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado”.
Lo siguiente tiene lugar en el caserío de Unatina, cerca de Bzovik (Eslovaquia), durante la sequía de un verano canicular. ¡El pequeño Paiko no puede creer lo que sus ojos ven! El niño, que está regresando de las praderas donde estuvo pastoreando las ovejas con su hermano Jozko, divisa a lo lejos un inmenso brasero. ¡Su aldea está en llamas! Las casas arden como si fueran de paja, unas tras otras, y… ¡pero sí!, ¡su propia casa se está quemando! El pequeño sólo tiene seis años pero comprende al instante la gravedad de la situación: “Y nosotros que a veces no teníamos nada para comer, a pesar del duro trabajo del campo… ¡Ahora con este incendio…! ¡Oh, Jesús, ayúdanos! ¿Qué va a ser de nosotros?” El corazoncito de Paiko sangra e implora. ¡Y todavía no ha previsto lo peor!
El incendio no se debe al azar sino a la malicia de algunos niños que jugaban con fuego cerca de su casa. El padre de esos chicos lo sabe, pero, lleno de pánico frente a la amplitud del desastre, afirma en voz alta que él conoce al “criminal”, y que este no es otro que Paiko. Esta calumnia hubiera podido ser desbaratada por una simple investigación llevada a cabo con seriedad, pero no sucedió así. La débil voz de este pastorcito fue rápidamente sofocada por las poderosas voces de los adultos, y su indudable coartada no fue tomada en cuenta. A una sola voz, los aldeanos se apresuraron a propagar la noticia, sin preocuparse en absoluto por verificarla.
Una larga agonía, que duraría siete años, acababa de empezar. La mamá del pequeño Paiko sabía que su hijo era inocente. Antes de morir, años más tarde, ella le recordó lo que él había dicho cuando el niño y su familia eran señalados con el índice, despreciados por toda la aldea, y consumidos de pena: “Aunque la gente crea que soy yo el que ha hecho esto y esté enojada conmigo, sé que Jesús no está enojado, porque Él sabe que yo no fui… ¿no, mamá?” Esta mujer de fe sufrió infinitamente más por la injusta persecución padecida por su familia que por la pérdida de todos sus bienes.
Pero un día, el cura de la aldea es llamado a una choza. En efecto, un padre de familia está muriendo, terriblemente atormentado en su conciencia. Confiesa entonces un viejo pecado, un absceso purulento que desde hace tiempo ha quedado atascado en su corazón y que, día tras día, ha perturbado su paz. “Yo confieso que los autores del incendio somos nosotros, son mis hijos… Lo he inventado todo… Paiko es inocente…” El sacerdote se apresura a darle la absolución, reestableciendo así el estado de gracia a este pobre de los pobres, privado por demasiado tiempo de lo esencial y vital –la paz- por culpa de su cobardía… Sin embargo, él se queda perplejo. En efecto, el mal continuará sus estragos si la verdad no estalla.
-”Jesús te ha perdonado; pero ahora tú debes decir públicamentelo que acabas de confesar, porque un inocente ha sido acusado, y toda una familia padece muy duramente a causa de tu pecado. Esto te servirá de penitencia”. El hombre reúne entonces a todos los aldeanos y confiesa su falso testimonio y su cobardía. Cada uno de ellos se aleja lloroso y pensativo, mientras, revestido con el espléndido manto que da la misericordia infinita, el hombre entrega su alma al Señor.
Esto ocurría entre 1927 y 1934, y el pequeño Paiko no es otro que el futuro obispo Paolo Hnilica, que continúa hoy en día apacentando sus ovejas, pero sus praderas eslovacas se han extendido a todo el bloque del Este. Y allí, él busca almas para hacerlas arder. Tenemos aquí un ejemplo entre cien mil de lo fácil que hubiera sido detener el mal en su inicio, desde el primer día. Una calumnia siempre puede suceder, pero ¿por qué encuentra con gran frecuencia tantos propagadores como personas que la escuchan?
En mi comunidad tenemos una regla de oro sin la cual el Maligno hubiera podido destruirnos hace mucho tiempo; porque, para él, sembrar cizaña es un juego de niños. Esta regla consiste en nunca aceptar como cierta –y aún menos propagarla- una información negativa sobre alguien, sin antes haber interrogado a la persona interesada. En el 90% de los casos, podemos comprobar que la situación ha sido deformada, o incompletamente expuesta, y nos felicitamos por haber ido hasta la fuente. El “padre de la mentira”, que también es el acusador de los hermanos, tiene horror de las puestas en evidencia, porque necesita de las tinieblas para trabajar.
El santo Cura de Ars decía: “El calumniador es semejante a la oruga que, paseándose sobre las flores, deja su baba sobre ellas y las ensucia”. El pequeño Paiko concibió en esta prueba un profundo amor por la verdad. Más adelante, pagaría caro por ello (campos comunistas de trabajos forzados). Recientemente en Roma, cuando conversábamos sobre falsas informaciones que se habían publicado en ciertos medios de comunicación con respecto a Medjugorje, él me dijo: “Si conoces la verdad, tu deber es decirla y publicarla. Si la callaras, incurrirías en una grave falta”.
Un simple diálogo fraterno, bien preparado en la paz de la oración, basta para derrumbar un siniestro andamiaje, ¡como un castillo de naipes! Muy conmovedor es ver a la persona censurada, y que realmente ha cometido una falta, admitirla y explicar humildemente su debilidad, pidiéndonos que la ayudemos con nuestra oración. Además, ¿quiénes somos nosotros para ir a escarbar en los basureros y sacar a relucir lo que el mismo Jesús ya ha purificado con su Sangre, y hasta olvidado? Recordemos este famoso episodio cuando, durante una aparición, los aldeanos, guiados por los videntes, se habían acercado, uno por uno, para poder tocar a la Gospa, y algunos habían manchado su vestido a causa de sus pecados. (Nota: Gospa significa “Madre”). María Santísima en su advocación conocida como “Reina de la Paz”.
Marija, (una de las videntes), precisó este detalle muy significativo: -Cuando nosotros, los videntes, nos dábamos cuenta de que tal o cual persona dejaba manchas sobre el vestido de la Gospa, estábamos furiosos. Entonces, en nuestro enojo, decíamos: “¿Cómo?, ¡¿Fulano ha hecho esto?! ¡No me lo voy a olvidar jamás!” Pero justo después de la aparición, nuestra labor estando terminada, no recordábamos qué mal había causado tal o cual persona. ¡Imposible recordar quién había provocado las manchas! Ese día, la Gospa nos dio una gran lección… La Iglesia siempre consideró como sagrado el secreto de la confesión. Pero también para los laicos, el silencio sobre las faltas de los demás es recomendado. Conservar la memoria del mal es un pecado muy sutil del cual la Santísima Virgen nos quiere liberar, porque la murmuración y la calumnia se enraízan en ella. El 12 de abril de 1984, cuando la “guerra de las lenguas” arriesgaba con destruir la obra de la Santísima Virgen en la aldea de Medjugorje, ella dio este mensaje: “Queridos hijos, les ruego que detengan las murmuraciones y que oren por la unidad de la parroquia, porque mi hijo y yo tenemos un plan especial para esta parroquia…”
Uno de mis amigos, sacerdote de París, tuvo la gracia de visitar frecuentemente a Marthe Robin. Un día, ella le suplicó que manifestara incansablemente la misericordia de Dios y que acogiera a los pecadores con una bondad muy particular. Y le contó el episodio de la mujer adúltera (Juan 8, 1), de la manera como ella lo había visto. (Durante sus éxtasis, Marthe asistía a veces a escenas de la vida de Jesús). Lo siguiente es lo esencial de lo que me relató: “Ante las acusaciones de los escribas y fariseos contra esta mujer, Jesús guardaba silencio. Parecía ignorarlos y seguía mirando al suelo. Tampoco miraba a la mujer que, sin embargo, estaba bien a la vista de todos; para que sintiera vergüenza. Entonces Jesús empezó a escribir con un dedo en la arena. Molestos por su silencio e intrigados al verlo trazando signos, algunos de ellos se atrevieron a acercarse a Él. ¿Y qué podría estar escribiendo?
El primero de los fariseos, al llegar junto a Jesús descubrió estupefacto que Él conocía sus propios pecados secretos, ¡pues éstos se encontraban escritos en grandes letras en el suelo! Muy confuso y asustado, miró a Jesús, que hubiera podido, con una sola palabra, hacerlo trizas a los ojos de los demás. Pero, muy al contrario, con una gran bondad y una humilde majestad, el Salvador borró con la mano el pecado del hombre. ¡Terminado! ¡Desaparecido! Este leyó el perdón en los ojos de Jesús y se fue en silencio. Otro hombre se acercó también, pero, evidentemente, él no debía conocer las faltas del primero. Entonces Jesús escribió los pecados secretos del segundo fariseo quien, después de haberlos leído, se retiró igualmente conmovido. TODOS ellos se sucedieron así junto a Jesús. Es así como los acusadores de la mujer, confundidos en lo profundo de su alma, pero respetados en su intimidad, dejaron el lugar, uno por uno.
En cuanto a las murmuraciones y a las intenciones perversas, estas fueron abandonadas allí mismo, junto a las piedras destinadas a la pecadora”. Sí, ¡la alegría grande del Cordero de Dioses borrar el pecado del mundo!En Caná, Jesús cambió el agua en vino. ¿Acaso no es más grandioso absorber nuestro vinagre, adicionado de nuestrosvenenos y amarguras, como lo hizo Él en la cruz, para dejar brotar en cambio la sangre de su corazón? Y este milagro, Él sueña con realizarlo cada día para nosotros, si toda vez aceptamos entregarle los venenos que nos corroen todavía en nuestro interior y que matan el amor.
¿Quién sabe si no hay más alegría en el Cielo por un solo calumniador que se arrepiente que por 99 prostitutas que no tienen…¡sí, sí!, ¡que también tienen necesidad de arrepentimiento! ?Porque para llevarnos con Él al Reino, Jesús ha habilitado una sola puerta para todos, tanto para los verdaderos pecadores como para los falsos justos: aquella de su divina, real e insondable misericordia.