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Lección 3 para el 15 de octubre de 2011.
E N D
“Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles” Gálatas 2:1-2
El Espíritu Santo había enviado a Bernabé y Pablo a predicar a los gentiles y establecer iglesias en diversas partes del imperio romano. Ahora, a través de una revelación, les enviaba a Jerusalén con una misión sumamente importante. Pablo era acusado de enseñar doctrinas distintas a las que enseñaban los pilares de la Iglesia (“los que tenían cierta reputación”) Era, pues, necesario que Pablo y los dirigentes de la Iglesia tuviesen un encuentro para poner en claro sus puntos doctrinales. Si no se hacía esto, la unidad de la Iglesia se vería seriamente afectada.
“Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros” Gálatas 2:3-5
Ya en el Antiguo Testamento podemos ver que la circuncisión no era una doctrina, sino un símbolo de la entrega a Dios de nuestro corazón. Para los judaizantes, la circuncisión era un punto doctrinal fundamental, sobre el cual no podía haber controversia. Para Pablo, era una costumbre judía y, como tal, no debía ser impuesta a los gentiles. “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10:16) “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deuteronomio 30:6) “Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jeremías 4:4)
Aunque Pablo fue respetuoso con los judíos respecto a la circuncisión como costumbre judía (Hechos, 16: 3), “ni por un momento” estuvo dispuesto a aceptarla como doctrina. ¿Corremos nosotros también el peligro de confundir costumbres con doctrinas? ¿Sabemos distinguir en qué cosas debemos ser tolerantes y qué cosas no debemos aceptar “ni por un momento”?
“Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron. Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” Gálatas 2:6-10
Cuando la doctrina enseñada por Pablo se comparó con la enseñada por Jacobo, Pedro y Juan, quedó claro que todos enseñaban el mismo evangelio. Los apóstoles reconocieron que Pablo había sido llamado a predicar el evangelio a los gentiles, así como Pedro a los judíos. El evangelio era el mismo, pero la forma de presentarlo dependía de las personas que estaban tratando de alcanzar. Cuando cada uno hacemos nuestra parte según los dones que el Espíritu Santo nos ha querido dar, la Iglesia crece y el evangelio es predicado con eficacia en el mundo.
“El Señor desea que sus siervos escogidos aprendan a unirse en un esfuerzo armonioso. A alguno puede parecerle que es demasiado el contraste entre sus dones y los de un compañero de tareas como para unirlos en un esfuerzo concertado. Pero cuando recuerden que hay mentes diferentes que deben ser alcanzadas, y que algunos rechazarán la verdad como la presenta un obrero y sólo abrirán sus corazones cuando otro la exponga de manera diferente, entonces se esforzarán esperanzadamente por trabajar juntos en unidad. Sus talentos, no importa cuán diversos sean, deben estar bajo el control del mismo Espíritu. En cada palabra y acción, se revelarán bondad y amor; y cuando cada servidor cumpla fielmente con la tarea asignada, quedará contestada la oración de Cristo pidiendo la unidad de sus seguidores, y el mundo conocerá que éstos son sus discípulos” Elena G. de White, Recibiréis poder, 4 de julio
“Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos” Gálatas 2:11-13
Pedro había recibido una revelación divina sin la cual no habría sido capaz de entrar en casa de un gentil (Hechos, 10) “Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28) A partir de ese momento, para Pedro y los demás discípulos la barrera de separación entre judíos y gentiles estaba rota. Sin embargo… “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1ª de Corintios, 10: 12). Pedro, temiendo desagradar a los judíos enviados por Santiago, simuló apartarse de los gentiles. Y en su hipocresía arrastró a otros creyentes. De haber continuado con esta actitud, hubiera conducido a la Iglesia a una grave ruptura entre judíos y gentiles.
“Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” Gálatas 2:14
Para Pablo, el problema no era que Pedro comiera con los visitantes de Jerusalén, ya que las antiguas tradiciones de hospitalidad requerían esto. El problema era “la verdad del evangelio”. Es decir, no era un problema de compañerismo o de prácticas de alimentación, sino que las acciones de Pedro comprometían todo el mensaje del evangelio. Parecía claro que, si los creyentes gentiles querían gozar del compañerismo de Pedro, tendrían que hacerse judíos y aceptar las costumbres judías. Éste era un problema aparentemente pequeño, pero cuyas consecuencias podían ser enormemente dañinas si no se corregía a tiempo. Debemos pedir continuamente a Dios que nos de la sabiduría necesaria para distinguir las artimañas del maligno para desunir a la Iglesia de Dios en nuestros días.
“Dios no reconoce distinción por causa de nacionalidad, raza o casta. Él es el Hacedor de toda la humanidad. Por la creación, todos los hombres pertenecen a una sola familia; y todos constituyen una por la redención. Cristo vino para derribar el muro de separación, para abrir todos los departamentos de los atrios del templo, a fin de que toda alma tuviese libre acceso a Dios. Su amor es tan amplio, tan profundo y completo, que lo compenetra todo. Arrebata de la influencia satánica a aquellos que fueron engañados por sus seducciones, y los coloca al alcance del trono de Dios, al que rodea el arco iris de la promesa. En Cristo no hay judío ni griego, ni esclavo ni hombre libre” Elena G. de White, Profetas y reyes, p. 274