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TIEMPO. PASCUAL. EVANGELIO : SAN MARCOS 16, 15-20. “Le venida del Espíritu Santo”. Pentecostés. 31 de Mayo 2009. PRIMERA ETAPA : PREPARACIÓN (1).
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TIEMPO PASCUAL EVANGELIO : SAN MARCOS 16, 15-20
“Le venida del Espíritu Santo” Pentecostés 31 de Mayo 2009
PRIMERA ETAPA : PREPARACIÓN (1) Trata de que el lugar de la lectio divina y la hora del día te permitan también el silencio exterior, preliminar necesario del silencio interior. «El Maestro está ahí y te llama» (cf Jn 11,38), y para oír su voz tienes que silenciar las otras voces, para oír la Palabra tienes que bajar el tono de tus palabras. Hay tiempos más apropiados que otros para el silencio: el corazón de la noche, por la mañana temprano, al atardecer... Tú verás, según tu horario de trabajo, pero permanece fiel a ese tiempo y determínalo en tu jornada de una vez por todas. No es serio acudir al Señor en la oración sólo cuando tienes un agujero en tus compromisos, como si el Señor fuera un tapaagujeros. Y no digas nunca: «No tengo tiempo», porque es como si te declararas idólatra: el tiempo de tu jornada está a tu servicio, no eres tú el que tiene que ser esclavo del tiempo.
PRIMERA ETAPA : PREPARACIÓN (2) Yo vengo SEÑOR, lleno de preocupaciones: por las cosas que he de hacer, por los sentimientos y pensamientos que me distraen. Así, como estoy, te pido la presencia de tu ESPÍRITU, para que abra mi mente, para que vacíe mi corazón de todo lo que me impide“estar contigo” con todo mi ser. Ilumíname, que seas mi luz, que tu PALABRA sea mi alimento en el camino, que tu presencia sea mi consuelo, para que mi ser y mi hacer reflejen tu Rostro, esté donde esté, sea lo que sea, todo para tu gloria y para el bien de los hombres y mujeres de nuestro mundo Amén.
SEGUNDA ETAPA : LECTURA Lectura del Evangelio según San Juan Capítulo 20 Versículos : 19 - 23 21 Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». 22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». 19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Palabra del Señor
Sentido litúrgico de Pentecostés En los tres ciclos del Leccionario litúrgico A – B – C, es el relato de Lucas en los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 1-11) el que nos introduce en la comprensión del misterio que hoy celebramos. La primera lectura narra cómo aconteció la manifestación del Espíritu prometido sobre los discípulos que, “junto con algunas mujeres y María la madre de Jesús, y sus hermanos, perseveraban en la oración” (Hch 1, 14) Este texto constituye un buen pórtico para la lectura evangélica (Jn 20, 19-23) y para el texto apostólico, que hoy será tomado de la carta a los Gálatas 5, 16-25. Para nuestra meditación orante seguiremos el texto evangélico propuesto para el ciclo A (Jn 20, 19-23), porque nos parece que expresa en forma más clara el sentido litúrgico de Pentecostés, no tanto como fiesta de la Persona divina del Espíritu Santo, cuanto más bien como conclusión de la Cincuentena pascual, en el sentido pleno que le quiere dar precisamente la liturgia.
Sentido litúrgico de Pentecostés En efecto, la solemnidad litúrgica de Pentecostés, en la óptica propia del misal de Pablo VI, casi no quiere ser fiesta de una de las tres Personas divinas de la Trinidad santa, puesto que todo el año litúrgico es celebración del entero Misterio de Cristo, para gloria el Padre en el Espíritu Santo. No olvidemos la dinámica teológica propia de toda oración y acción litúrgica que se quiera llamar “cristiana”: al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pentecostés responde también a esta perspectiva y a esta dinámica. Esta solemnidad es celebración de un acontecimiento importante de la historia de la salvación, del proyecto salvífico de la Trinidad, que se cumple con el envío del Espíritu Santo, el mismo que el Señor resucitado comunicóa los suyos la tarde de Pascua.
El autor del cuarto evangelio sitúa las apariciones del Señor resucitado narradas en el capítulo 20, del que hoy la Iglesia nos propone unos versículos, con los detalles del tiempo y lugar en que se realizan. Teniendo presente su estilo habitual, sabemos que todas estas indicaciones tienen un sentido preciso, son ellas también “signos”, con un valor teológico profundo. Así, la perícopa que hoy proclamamos y que nos acompaña en la oración personal y en la celebración, nos sitúa en el domingo de Pascua, “el primer día de la semana”. Este apelativo en el Nuevo Testamento indica siempre el domingo. A finales ya del primer siglo, el vidente de Patmos lo llamará también “el día del Señor” (Ap 1,10). Día importante, porque recuerda la resurrección de Cristo el Señor (cf. Mc 16, 9), y también el día en el que el mismo Resucitado se aparece a los discípulos, sus “hermanos” (cf. Mt 28,10) y a las mujeres que “muy de madrugada van al sepulcro” (Mt 28,9-10; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20, 1).
La primera aparición del Maestro resucitado tiene lugar en “el atardecer de aquel día, el día primero de la semana” (Jn 20, 19). Los discípulos están “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Cristo resucitado es Señor del tiempo y del espacio: las puertas cerradas, lo mismo que la muerte, ya no constituyen un obstáculo para que él se manifieste, “ya no tienen dominio sobre él” (cf. Rom 6, 9. Entra en casa, se pone en medio de los suyos, les muestra las señales que lo identifican: “las manos y el costado” con las heridas propias del Crucificado el viernes santo. Por dos veces les saluda con el saludo propio de Israel, “Shalom!”, que aquí es también el primer don de su resurrección. Inmediatamente los saca de sus miedos, los lanza al anuncio, a la misión, la misma que él realizó por voluntad del Padre. En las palabras del envío “Como el Padre me envió os envío yo también a vosotros” (v. 21), encuentro una expresión repetida de la igualdad entre Jesús y el Padre. Esta fórmula es frecuente en el evangelio de Juan de manera especial. Me gusta por lo menos citar alguna otra, teniendo en cuenta no sólo ni tanto la belleza literaria de las expresiones cuanto más bien la profunda realidad ontológica que revelan: “El Padre y yo somos uno” (cf. Jn 5, 19.21.23.26; 10, 15.25.30; 14, 6-7.11.20; 15, 9; 17, 21).
“Como el Padre, así también Yo”. El modelo, el referente es siempre el Abbá, el Padre. Y Jesús hablará de lo que le ha oído al Padre, hará las obras que ha visto realizar al Padre; como el Padre le conoce íntimamente a él, él conoce a sus ovejas, a los que son suyos, a los que el Padre le ha confiado. ¡Que seguridad le tenía que dar a Jesús esta igualdad con el Padre en todo y qué seguridad me da también a mí! Con Jesús está siempre el Padre... Juan prosigue en su narración: “Dicho esto”,el Maestro exhala su aliento, su “ruah” sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo. Otro gesto preñado de significado: Jesús exhala sobre los discípulos su mismo Espíritu. Les transmite así el verdadero don pascual. "Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al evento de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la “hora”, a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte, y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu”. En la cruz, “sabiendo Jesús que todo estaba cumplido”, había entregado el espíritu (cf. Jn 19, 28.30), como preludio de esta efusión plena la tarde de Pascua. La entrega-comunicación del Espíritu está aquí relacionada con el poder de perdonar el pecado. El Espíritu es, en efecto, “la remisión de los pecados”. Así lo identifica la liturgia.
El Señor Jesús, en su primera manifestación a su comunidad, a sus “hermanos”, y en ellos a nosotros, comunica, transmite los regalos pascuales de la paz (Jn 20, 19.21), el envío misional (v. 21b), el Espíritu Santo (v. 27). A través del Espíritu, que lleva a efecto la realización en el corazón de cada creyente de la redención cumplida por Cristo Jesús en su Misterio pascual, Dios nos ofrece “el perdón y la paz”. Y el mismo Espíritu habilita a los discípulos de Jesús, a mí, a todo creyente que quiera dejarse conducir por él, a “caminar en una vida nueva”, la vida propia de resucitados, una vida según el Espíritu (cf. Rom 8), con un estilo caracterizado precisamente por el “fruto del Espírituque es amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí”. Siento que este texto está en profunda sintonía con la solemnidad de celebramos. Pentecostés resume, plenifica, encierra en sí todo el Misterio de la Pascua. Nos hace criaturas nuevas, nos reviste del Espíritu y de su fruto, que es plenitud de vida en “el amor, la alegría, la paz”...
Y así, de domingo en domingo, alimentado en la mesa de la Palabra y la Eucaristía, conducido por el Espíritu Santo, podré caminar mirando hacia la meta de toda vida cristiana: “... hasta que se forme Cristo en nosotros” (Gal 4, 19). Me gusta concluir esta meditación, con una palabras del papa Pablo VI, que me hacen pasar ya de la reflexión a la oración: «La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada. La Iglesia necesita ser templo del Espíritu Santo, necesita una pureza total, vida interior. La Iglesia tiene necesidad de volver a sentir subir desde lo profundo de su intimidad personal, como si fuera un llanto, una poesía, una oración, un himno, la voz orante del Espíritu Santo, que nos sustituye y ora en nosotros y por nosotros (...). La Iglesia necesita recuperar la sed, el gusto, la certeza de su verdad, y escuchar con silencio inviolable y dócil disponibilidad la voz, el coloquio elocuente en la absorción contemplativa del Espíritu, el cual nos enseña “toda verdad”» (Pablo VI, Discurso noviembre de 1972).
CUARTA ETAPA : ORACIÓN Ven, Espíritu Santo, y envía del Cielo un rayo de tu luz.Ven, padre de los pobres, ven, dador de gracias,ven luz de los corazones. Consolador magnífico, dulce huésped del alma, su dulce refrigerio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto. ¡Oh luz santísima! llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles.
CUARTA ETAPA : ORACIÓN Sin tu ayuda, nada hay en el hombre, nada que sea bueno. Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido. Dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está extraviado.Concede a tus fieles, que en Ti confían tus siete sagrados dones. Dales el mérito de la virtud,dales el puerto de la salvación,dales la felicidad eterna.
SEPTIMA ETAPA: DISCERNIMIENTO • En el Evangelio de Juan (15,26. Jesús dice: “Cuando venga el Paráclito”. • Jesús nos pone frente a una realidad bien concreta; Él abre ante nosotros, un tiempo nuevo, un tiempo distinto y nos dice que existe una espera en nuestra vida. • Está para llegar el Paráclito, el Espíritu Santo. • ¿Por qué, Señor, te hemos esperado tan poco, por qué hemos sido tan frágiles, tan hipócritas,… tan miserable nuestra atención hacia Ti? • Tu mandas a Alguien a buscarnos, y ni tan siquiera nos damos cuenta, ni tan siquiera mostramos interés.
OCTAVA ETAPA : COMPARTIR LA PALABRA “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo.” (San Juan 20, 19-20) P.S. PUEDES ELEGIR LIBREMENTE OTRO VERSÍCULO O FRASE DEL EVANGELIO DE HOY.
DÉCIMA ETAPA : ACCIÓN CONCRETA DE CADA DÍA
Carmelo m.ss.cc