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Otra oportunidad. A excepción del horroroso sueño que tuve esa noche, el día se presentaba como cualquier otro. A las siete en punto resolví levantarme, me afeité con pereza y realicé los quehaceres propios del cuarto de baño. Como siempre salí de casa sin desayunar y me dirigí al trabajo.
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A excepción del horroroso sueño que tuve esa noche, el día se presentaba como cualquier otro. A las siete en punto resolví levantarme, me afeité con pereza y realicé los quehaceres propios del cuarto de baño. Como siempre salí de casa sin desayunar y me dirigí al trabajo.
La mañana de Ushuaia resultaba agradable. Septiembre de 2012 se había presentado con una calidez poco común. Sin frío, sin viento, en verdad agradable.Samantha, mi vieja ovejero Belga, no pareció notar mi presencia. Continuó dormida junto a la puerta de salida, obligándome a dar un pequeño salto para salir de casa.
Ante la necesidad de abrir el portón y calentar el motor del vehículo, preferí llegar a mi trabajo caminando. Pocos autos transitaban por la calle. Aún faltaba media hora para el ingreso a las escuelas, de modo que apenas podían verse unos pocos jóvenes caminando. Llegue al trabajo algo temprano. Tuve que utilizar las llaves dado que fui el primero en llegar.
Pretendí encender la computadora, la radio y la luz de mi escritorio, nada funcionó. Repasé mi agenda y revisé la bandeja de mi despacho. Por suerte había firmado todo el día viernes y sólo tenía que revisar un viejo expediente que el cansancio del último día de la semana me había obligado a dejar pendiente.
Poco a poco el personal comenzó a retomar sus tareas. Comenzaba a escucharse el bullicio de la gente, prodigándose saludos, comentando lo atípico del clima y las cosas que vivieron durante el fin de semana. Durante años esa rutina fue la misma, pero, a diferencia de antes, ese día no me fastidiaba. Muy al contrario -extrañamente- me parecía razonable que la gente se salude, comente sus actividades de fin de semana y pregunte por los hijos de sus compañeros de trabajo.
Me sentí confuso, dado que ese no era mi pensamiento habitual. Casi toda mi vida esas "charlas vacías de contenido" me parecieron una absoluta pérdida de tiempo. Siempre pensaba, a ¿quien le puede importar lo que hice o dejé de hacer el sábado y domingo pasados?. De todas formas, la mañana continúo sin sobresaltos. El teléfono pareció haberse descompuesto dado que no me pasaron una sola llamada en cuatro horas. Y para mi gozo, ¡nadie había venido a mi despacho en toda la mañana!. Y eso si que era increíble.
Nadie había golpeado la puerta para consultar nada y mucho menos para entablar esas conversaciones vacías que casi terminaban por enfermarme. Dos observaciones quiero agregar: una, sobre mi obstinada sed de soledad, otra sobre mi impaciencia ante quienes abusan de la palabra. Esta última actitud -muy común entre los seres humanos- me produce un profundo fastidio. Adoro el silencio y, ante la necesidad de romperlo, admiro a quienes tienen poder de síntesis.
-Si- … -no- … -aquella palabra justa- … -un gesto-, ello es suficiente. Deploro a quienes hablan en demasía. De cualquier forma, debo confesar que me inquietó el simple hecho de no haber sido molestado. ¿Acaso podían prescindir de mi presencia? ¿O es que nada podría yo aportar a la solución de las numerosas causas que se tramitan en el Tribunal? Por un momento me sentí turbado.
Reflexioné en la calidez del tiempo, en la ausencia de viento, en la falta de llamados telefónicos y de visitas inútiles en mi despacho. No me resultó muy difícil sentirme confundido, algo había cambiado y ya pasados los cuarenta y cinco años, todo cambio es un símbolo detestable del paso del tiempo.
El reloj, indicando las doce del día, logró sacarme de mi oscura reflexión. Apagué la lámpara del escritorio (que no había encendido), me puse el abrigo y me dirigí a casa.
-Ya vuelvo- dije como de costumbre al pasar por la oficina de Mesa de Entradas.Nadie respondió …Todos parecían estar muy ocupados. Pero, a diferencia de otros momentos, cada uno estaba en su escritorio sin hablar. Sólo una de las empleadas dio vuelta su cabeza mientras decía –Ya llame varias veces … pero no contesta-.
Como sea, nada me llamó la atención, salvo que recién entonces pude advertir que mi secretaria no había concurrido a su trabajo. Continué mi camino a casa. Intenté acortar el viaje abstrayéndome en mis pensamientos. Fijé mi vista en la bahía de Ushuaia e imaginé aspirar la energía del paisaje.
Una vez más dudé si mi casamiento con la soledad había sido la mejor decisión -tal vez debí pensar en el futuro- me dije como un reproche.
Sabido era que los hijos crecen, deben ir a la universidad, hacen su vida y poco a poco se van alejando.Era previsible que en poco tiempo mi rutina de “padre divorciado” acabaría. Que esos fines de semana con mis hijos en casa se esfumarían. Que poco a poco los amigos, las novias, el estudio y la vida les mostrarían caminos diferentes. Y así fue...
Deseché oportunidades de vivir. Rechacé amores y amistades y acepté casarme con la soledad. Mi mayor pecado ha sido dejar pasar las oportunidades y casarme con la soledad. La acepté porque ella me entendía y cobijaba. Junto a ella no existían riesgos. Ella espantaba toda posibilidad de traición, alejaba el dolor de un amor no comprendido o desgastado por la rutina y me cuidaba del temor a que la gente cambie.
En fin, la soledad era una buena compañera. Nada reprochaba, nada exigía, se ocupaba que nada cambie y con ello evitaba el áspero sabor de la nostalgia. -Hay soledad, amada mía, ¡como decirte que no en aquel momento!-
Pero el matrimonio con la soledad también cambia. La vida es pura pelea y un guerrero sin lucha se va desvaneciendo. Pierde antes de comenzar el combate. Pierde y eso la soledad no lo advierte. ¿Que sentido tiene tener capacidad de amar si no se ama? ¿Cómo saborear la victoria si no se padece la derrota? ¿Cómo agradecer la luz si no se estuvo en la oscuridad?
La soledad no habla del amor, de la victoria y de la luz. Solo te enseña el temor. No permite advertir cuantas cosas perdemos tan sólo por miedo a perder. Tal vez la soledad pueda ser una buena amante. Pero no la mejor compañera …
El camino a casa se hizo breve. Al llegar, pude ver a mi vieja perra durmiendo ante la puerta de rejas. No pareció advertir mi presencia y sólo atinó a mover sus orejas, como percibiendo algo normal, poco digno de su preocupación, (a su edad sólo abría sus ojos por cosas excepcionales y eso mostraba en el animal más sabiduría que en su dueño dado que éste los había cerrado para siempre).
La costumbre me llevó directamente a la cocina, pero en realidad no tenía hambre. Prendí la televisión. Pero de inmediato la apagué. Sentí fastidio por las imágenes de los noticieros del mediodía. Siempre lo mismo. Hace tiempo ya que las personas han dejado de creer en sí mismas. La razón ha dejado de dar motivos para seguir viviendo, y también yo fui afectado, tentado por la depresión.
La duda ha conquistado al mundo de los hombres. Hace rato que ella gobierna asesorada por la destrucción, la mentira y la violencia Y en torno de ellos, los hombres justifican todo.
-¿Para que te vas a meter?- -¿vos crees que con eso vas a cambiar el mundo?- -el poder político es enorme ¿qué podemos hacer?- -si no lo haces vos lo hará otro- -no quieras hacerte el Quijote- -no puedes enfrentarlo, nada cambiarías- -la corriente viene en contra ¡y con troncos!- • ¿vos crees que podrás vencerla?- son algunas de las frases con que un perverso sistema se autoalimenta.
La economía ya no órbita en torno al hombre. El centro del "nuevo sistema" es la corrupción, un dios que demanda sacrificios humanos bajo la forma de rentabilidad. En su adoración ha sido robado el pasado de los ancianos y el futuro de los niños.
¡Sálvese quien pueda! grita nuestro enano hipócrita, alimentando un sistema en completa agonía. Miseria, hambre y desocupación, convirtieron a la ciencia económica en un misterio sin solución, y convencieron al hombre que ya no vale la pena hacer nada.
Comenzaron a decir que el mundo se globalizó. Lo llamaron "la gran aldea" acudiendo a esa imagen para que los hombres imaginaran un nuevo paraíso. Pero no enseñaron que el nuevo sistema sería habitado por globalizadores y globalizados. Aquellos con mucho. Estos con poco.
Todos aceptaron el nuevo término, casi sin entenderlo. Algo tan extraño como el pecado original. Unos pensaron que en torno de la globalización el hombre sería solidario. Otros avizoraron un mundo más humano en torno de la igualdad.
Pero los iniciadores del nuevo mundo iban solo en busca de su expansión, nivelando para abajo, más y mas. Devaluando al hombre y revaluando sus riquezas, empujando al sistema a un suicidio sin pena y sin gloria. No puede haber globalización sin antes nivelar la riqueza. Pero ello no fue advertido por los economistas. Por eso ya no quiero ver la televisión. Es suficiente con que me acueste con malas noticias y me despierte con noticias peores. Por eso la apagué.
Sin apetito, sin ganas de ver televisión. Que podía hacer para evitar la tentación de volver de inmediato al trabajo (confieso que siempre tuve adicción al trabajo y mis últimos años mi tarea en el Tribunal se convirtió en una obsesión). ¡Que imbécil! Llegar a creer que desde mi escritorio podía lograr un mundo mejor. Solo un demente puede pensar que la corrupción puede ser vencida desde un miserable escritorio. Tardé años en darme cuenta que formaba parte de ese sistema sucio.
Años en ver que solo era una excusa utilizada por los malos políticos de turno para hacer creer a la gente que estaban haciendo todo bien. Convencido que podía impedir que hicieran las cosas que no debían hacer. Fue como estar muerto sin darme cuenta de ello.
-Toda mi gestión es revisada por el organismo de control- -El expediente completo ha sido revisado por el Tribunal- -No tomo ninguna decisión sin antes consultarla con el Tribunal- -He pedido al Tribunal que intervenga preventivamente en los expedientes- Todas ellas, frases que los malos políticos escupen burlonamente a la gente. Mientras, entre bambalinas hacen sentir la fuerza ilimitada de su poder.
Han tomado toda clase de precauciones para dominarlo todo. Han legislado con extremo detalle los límites de quienes pueden convertirse en escollo a sus decisiones. Ellos saben y hacen saber que tienen todo bajo completo dominio. Se adueñan de la impunidad porque se adueñaron de quienes pueden aplicarles penas. Sea con temores o riquezas. Aprovechando la cobardía o la ambición.
Sin apetito, sin ganas de ver televisión, sin convicción para volver de inmediato al trabajo. ¿Que podía hacer sino dormir un rato?. Como un autómata subí las escaleras hacia mi dormitorio.
Todo transcurría en una atmósfera de paz, donde el tiempo no lograba transcurrir, donde todo a mi alrededor parecía haber perdido peso.Al girar para entrar al dormitorio advertí en él la presencia de dos personas, una de ellas sobre mi cama, acostada, pálida, inmóvil ….se parecía en mucho a mi.
Sentada a su lado, una mujer … llorando. Su figura reflejaba colores diferentes. Tardó algún tiempo en notar mi presencia.-¡Por fin!- dijo ella con una dulzura impropia de un ser humano, mientras en su boca se dibujaba la más bella sonrisa que jamás haya podido ver.
Solo uno de los cuatro diarios del día siguiente se hizo eco de la noticia. En un pequeño artículo impreso en página par, bajo el título “Extrañas muertes en Ushuaia”, daba cuenta de la muerte de un reconocido Juez y su secretaria.