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El agua viva que quita la sed. “El que beba de este agua, tendrá de nuevo sed; pero quien beba del agua que Yo le daré no tendrá nunca sed, sino que el agua que Yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn. 4,13-14).
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El agua viva que quita la sed “El que beba de este agua, tendrá de nuevo sed; pero quien beba del agua que Yo le daré no tendrá nunca sed, sino que el agua que Yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn. 4,13-14)
¿Tenemos sed o estamos saciados? ¿Estamos sedientos del agua verdadera que “brota para vida eterna" o estamos ya saciados por tantas “aguas” que el mundo nos propone? Solo Jesús, agua viva, puede saciar nuestra sed de eternidad, de amor, de vida. Solo Él puede colmar nuestro deseo de absoluto, de vida, sin fin.
¿Estamos sedientos o saciados? La verdadera agua que sacia nuestra sed de Dios es Jesús de Nazaret, reconocido como Profeta, Mesías y Salvador del mundo. Ved entonces nuestra misión en la cotidianeidad de nuestra existencia: desenmascarar las falsas recetas de felicidad y proponer y hacer conocer a Jesús, agua viva. Y mientras, acordarnos de que ser saciados por Jesús es el comportamiento justo para ser buenos discípulos.
En el desierto del mundo moderno la humanidad sedienta continúa a gritar, como los hebreos a Moisés: ¡Danos de beber! ¡Estamos muriendo de sed…! Es el grito que clama a los gobernantes, a las ideologías, a la cultura. Es el grito sobre todo dirigido a la Iglesia: ¡Dadnos de beber! ¿Dónde está el agua viva que podemos ofrecer a estos hermanos? ¡Esta es nuestra tremenda responsabilidad! ¿Qué podemos, qué sabemos ofrecer a las inmensas demandas de los hombres contemporáneos nuestros? Es decir: ¿qué hemos hecho de nuestro bautismo?
Cristianos, ¿dónde habéis puesto el agua viva que se os ha dado? ¿Dónde están vuestras reservas? ¡Tremendo grito de acusación! ¡Tremenda responsabilidad! Ninguno de nosotros podrá acusar a la fuente. Cristo es y continúa siendo la fuente inagotable de todo don, de toda gracia, de todo bienestar verdadero, de toda auténtica fecundidad. Nosotros, somos nosotros los que hemos obturado los canales de trasmisión... ¿Cuando los reabriremos? El mundo espera. Con ansia indecible...
La fuente de agua viva te espera, ¿Qué vas a hacer? No esperes a mañana, ve a Jesús, Él te llama y te dice: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba…” (Jn. 7,37) Jesús es nuestra fuente, el agua de la vida.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuando podré ir a ver el rostro de Dios? (Salmo 41,3) Dios, tu mi Dios, yo te busco, Sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra reseca, agostada, sin agua. (Salmo 62,2)
Inclina mi corazón a tus dictámenes, y no a sed de ganancia injusta. (Salmo 118,36) Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber. (Pr. 25,21)
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. (Mt. 5,6) No tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá y a manantiales de agua los guiará. (Is. 49,10)
Ya no tendrán hambre ni sed; ya no les molestará el sol ni bochorno alguno. (Ap. 7,16) Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis. (Mt. 25,35)
Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed, yo le daré gratuitamente agua del manantial de la vida. (Ap. 21,6)
Después de tanto camino recorrido en tierra árida, la sed. Te han ofrecido miles de bebidas: coloreadas, atractivas, gasificadas, a la moda, con mil gustos; y muchas has saboreado. ¡Pero beber no es saciarse! Un manantial de agua fresca, pura, viva, brota a tu derecha. Brota, canta, da fuerza, crece, purifica, satisface. Ahora puedes beber, saciarte, vivir. Me inclino y bebo. (Benedetto Perrina)
Para cada persona, Señor, tu conoces el pozo junto al que le esperas para hacerle encontrar gratuitamente lo que por años ha buscado y perseguido con afán. Más que los labios sedientos, en busca de alivio, a menudo es mi corazón el que busca un agua imposible para extinguir un indefinible ardor. He aquí, entonces, que tu me ofreces un agua que no osaba esperar. Me has donado a Ti mismo, agua que no se estanca, agua que sacia para siempre.
Junto a aquel pozo, cuando tú me has hablado, han caído todas las tinieblas, mi corazón se ha sentido lleno de alegría, yo me he sentido renacer. Todo esto ha hecho tu gracia que, de ahora en adelante, quiero dar a conocer a todas las personas que te buscan, sin saberlo, en cada migaja de alegría que el tiempo me ofrece. Amén Elaborado por Antonio Barone