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Cuentos cortos e historias para ti. Extractados del libro “Nuevo Método de Lectura” de don Claudio Matte. Historias y cuentos que leyeron y escucharon los estudiantes como tú, en el año 1927. Presentación realizada por Carlos Zamorano Dager. Año 2003. El ratón agudo El nido de perdiz
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Cuentos cortos e historias para ti Extractados del libro “Nuevo Método de Lectura” de don Claudio Matte. Historias y cuentos que leyeron y escucharon los estudiantes como tú, en el año 1927 Presentación realizada por Carlos Zamorano Dager. Año 2003
El ratón agudo El nido de perdiz La sopa La herradura vieja No seas miedoso La honradez premiada El niño rabioso El hombre con la pierna de palo El ladrón de manzanas La salud es un gran tesoro Los niños deben ser agradecidos y modestos Los pajaritos cantores La Bandera El peral Lo que vale la paciencia Un buen corazón El burro de cargado La mentira castigada El gallo, el perro y el zorro La vaca, el caballo, la oveja y el perro Las espigas de trigo Cuentos e historias cortas para ti
El ratón agudo Un ratón salió un día de su cueva y, al ver una trampa, dijo: “Los hombres son muy agudos: con tres palitos y un ladrillo arman una trampa; en uno de esos palitos ponen un pedazo de queso, y dicen después: “Esa es una trampa para los ratones.” ¡Cómo si los ratones no fuéramos más agudos! Nosotros sabemos muy bien que si tocamos el queso cae el ladrillo y nos aplasta, y por eso no lo mordemos. Un rato se quedó el ratón mirando la trampa hasta que al fin dijo: “Buen olor tiene el queso, y de olerlo sólo no ha de caer la trampa; vamos, pues, a oler el quesito con cuidado”. Poco a poco se fue acercando a la trampa hasta que llegó al queso. Pero tanto se acercó, que de repente cayó el ladrillo y lo aplastó. Fin
El nido de perdiz Al pasar por una sementera de trigo, divisaron dos niños un nido de perdiz. Apenas lo vieron, corrieron hacia él y pillaron la perdiz, que estaba echada sobre los huevos. El mayor de los niños dijo entonces al otro: “Toma tú los huevos, yo me quedaré con la perdiz; los huevos valen mucho más que la perdiz,” -Si es así, contestó el menor, dame a mí la perdiz y quédate tú con los huevos. De palabra en palabra se fueron enojando hasta que por último se pusieron a pelear. Durante la pelea, se escapó la perdiz a uno de los niños, y el otro pisoteó los huevos. Al ver que habían perdido la perdiz y los huevos, los niños se reconciliaron y prometieron no pelear nunca más. Fin
La sopa “Esta sopa es muy mala”, decía una mañana Juanita a su mamá; “no se puede comer.” -”No tengo tiempo ahora de hacer otra”, contestó la mamá, “pero, esta tarde te daré una mejor”. La madre fue después con Juanita al jardín a desenterrar papas. Juanita estuvo ocupada todo el día en recogerlas y echarlas en sacos. Después que volvieron a la casa, trajo la madre la sopa. Juanita la probó y dijo: -¡Qué buena está. Esta es mucho mejor que la otra! Y se comió un plato lleno. La madre se río y dijo: “Es la misma sopa que encontraste mala esta mañana. Ahora te gusta porque el trabajo te ha abierto el apetito” Fin
La herradura vieja Un campesino fue un día con su hijo Tomás a la ciudad. En el camino divisó el padre una herradura vieja y, al verla, dijo al niño: “Recoge, Tomás, esa herradura que está en el suelo y guárdala en tu bolsillo”. -”No vale la pena de agacharse por tan poco”, respondió Tomás. Sin contestar una palabra, tomó el padre la herradura y la guardó en su bolsillo. Al llegar a la aldea vecina, la vendió al herrero por tres centavos y con este dinero compró cerezas. Padre e hijo continuaron después su camino. El sol quemaba mucho. En ninguna parte se divisaba un árbol o una casa donde acogerse. Tomás casi se moría de sed y a duras penas podía seguir a su padre. Continúa
Este dejó entonces caer, como por casualidad, una cereza. Tomás la recogió como si hubiera sido oro y se la echó a la boca. Algunos pasos más adelante, dejó el padre caer otra cereza. Tomás la recogió con la misma avidez. Y así continuó has que hubo recogido todas las cerezas. Cuando se hubo comido la última, el padre, se volvió hacia él y le dijo: -Si te hubieras agachado una vez para recoger la herradura, no habrías tenido que agacharte cien veces para recoger las cerezas. Fin
No seas miedoso Federico era un niño muy miedoso. Una noche lo mandó su padre a casa del vecino. La luna alumbraba mucho. Cuando entró al callejón, Federico vio parado delante de sí un hombre negro y grande. Lleno de susto, saltó el niño a un lado. Pero el hombre negro también dio un salto y se puso más pequeño. Federico gritó espantado y se volvió corriendo a su casa. El hombre corrió también detrás de él, agrandándose al mismo tiempo como por encanto. A los gritos salió el padre y encontró al niño tendido en el suelo y medio muerto de susto. Después de un momento, Federico contó llorando que un hombre negro lo perseguía. Al oír esto, el padre tomó al niño de la mano, lo llevó delante de la casa y le hizo ver que el hombre negro sólo había sido su propia sombra. Federico se puso colorado de vergüenza y prometió no ser más miedoso.
La honradez premiada María encontró un día en el patio de su casa un huevo. Llena de alegría corrió a decir a su madre: “Mire, mamá, el huevo que me he encontrado. La madre contestó: “Este huevo no te pertenece a ti, sino a la vecina. Seguramente ha volado una de sus gallinas a nuestro patio y ha puesto allí el huevo. Es necesario que lo devuelvas”. Obedeciendo a su madre, María llevó el huevo a la vecina. Esta se alegró mucho de la honradez de María y de su madre, que era muy pobre, y dijo: “Para premiar tu honradez, quiero regalarte el huevo; pero te lo guardaré algunas semanas”. Y diciendo esto, lo puso en el nido de una gallina que estaba empollando.
Después de algunas semanas, salió del huevo una polluela. María tuvo un gran susto al recibirla de manos de su vecina y se dedicó a cuidarla con gran solicitud. Los medios de alimentarla no faltaban, porque la buena vecina procuraba a María el maíz y el trigo necesarios. Con el tiempo la polluela creció, puso huevos y los empolló. Luego tuvo María doce polluelas más, que también crecieron. Estas ponían muchos huevos y María vendía cada sábado varias docenas en el mercado, y con lo que ganaba sustentaba a su madre. Fin
El niño rabioso Oscar, un niño de diez años, tenía varios hermanos. Su madre era muy pobre y tenía mucho que trabajar para sostener a su familia. Muchas veces, cuando salía, recomendaba a Oscar que cuidase a sus hermanos menores. Pero Oscar no lo hacía de buena voluntad, porque así no podía jugar con otros niños. Una de sus hermanitas se llamaba Rosita y tenía sólo 3 años. Un día dijo la madre a Oscar: “Lleva la niña al jardín y cuida que no le suceda nada”. Oscar obedeció de muy mala gana. Después de pasar un rato con su hermanita en el jardín, se dijo para sí: “No me gusta tener que cuidar siempre a los niños. Mientras yo estoy aquí, mis compañeros juegan y se divierten”. Y luego se fue dejando sola a la niña; pero ésta se puso a llorar y a gritar. Continúa
Oscar volvió muy enojado y le dio un empujón. La niñita cayó sobre una piedra y quedó sin sentido. Oscar, muy asustado, la levantó y la llevó a su madre. Esta, al ver a la niña sin sentido y muy pálida, gritó espantada: “La niña está muerta”. Y entonces todos se pusieron a llorar y a lamentarse. Luego, llegó la doctora y dijo: “La niña no está muerta, pero está muy enferma y es difícil que viva”. Mientras la madre hacía los remedios ordenados por la doctora, Oscar se retiró avergonzado a un rincón del cuarto. El muchacho lloraba amargamente y sentía el mayor arrepentimiento.. Por fin la niñita sanó, Oscar confesó su mala acción, y dijo a su madre: “He pasado el susto más grande de mi vida, pues me parecía que mi hermanita no sanaría. Nunca más volveré a ser rabioso; nunca más volveré a maltratar a mis hermanitos. Fin
El hombre de la pierna de palo Pasaba un día por una aldea un pobre hombre que tenía una pierna de palo. Pedro jugaba en la calle con varios niños amigos suyos. Al ver al pobre hombre, Pedro corrió detrás y empezó a burlarse de él y a remedarle su manera de andar. El hombre se dio vuelta y, mirando con tristeza al muchacho, le dijo: “He peleado como soldado por la Patria; en una batalla recibí un balazo, y como resultado de esto perdí la pierna; esta pierna de palo no merece, pues, tus burlas”. Estas palabras conmovieron a todos. Los niños se sacaron la gorra y saludaron respetuosamente al hombre. Pedro no se atrevía a levantar los ojos de vergüenza. Desde aquel día no se volvió a burlar más de los inválidos. Fin
El ladrón de Manzanas. Antonio era un muchacho muy travieso. Al pasar una vez por una vez por una quinta, divisó en el suelo una cantidad de bonitas manzanas. Creyendo que nadie lo notaría, se entró a la quinta por un portillo muy estrecho de la tapia, recogió las manzanas y se rellenó con ellas todos los bolsillos. Pero luego llegó el dueño con un bastón en la mano. Al verlo, Antonio corrió tan ligero como pudo hacia la tapia y trató de escaparse por el portillo. Pero, como tenía los bolsillos rellenos con manzanas, se quedó atajado y no pudo salir. Luego lo alcanzó el dueño, lo tomó y sólo lo soltó después de haberle dado un buen número de bastonazos y de haberle quitado todas las manzanas. Antonio tuvo, pues, que pagar muy cara su maldad. Fin
La salud es un gran tesoro. Antonio salió una vez al campo. Después de mucho caminar, llegó cansado y de mal humor a una posada; allí se hizo servir un vaso de agua y un pedazo de pan. Pero estaba descontento porque había hecho su viaje a pie y porque no tenía dinero para almorzar mejor. Poco después paró a la puerta de la posada un coche. Dentro de él venía un caballero, que se hizo llevar un buen pedazo de carne y una botella de vino. Antonio lo notó de mal humor al caballero y penso en su interior: “!ojalá pudiera yo hacer lo mismo!” El caballero lo notó y le dijo : “¿Estarías tú dispuesto a cambiar conmigo?” –“Por supuesto”, respondió Antonio sin vacilar; “bájese Ud, del coche y deme todo lo que Ud. tiene; yo le daré también todo lo que yo tengo”.
En el acto ordenó el caballero a su criado que lo levantara de su asiento. Pero ¡qué horror! Sus pies estaban tullidos; el pobre caballero no podía tenerse parado; el criado hubo de sostenerlo hasta que trajeron las muletas, sin las cuales no podía dar un paso. “¿Qué hay?” preguntó entonces al hombre, “¿estás todavía dispuesto a cambiar conmigo?” – “!No, por Dios!” contestó Antonio con espanto. “Yo aprecio mis piernas mucho más que cien caballos juntos. Más vale comer sólo pan y estar bueno y sano que comer carne y tener que hacerse conducir como un niño chico”. Y después se levantó y se fue. “Tienes razón”, le gritó el caballero; “si tú pudieras darme tus buenas piernas, yo te daría mi coche, mis caballos, mi plata, todo lo que tengo. Un hombre pobre y sano es mucho más feliz que uno rico y tullido”. Fin
Los niños deben ser agradecidos y modestos. En tiempos de una carestía, un hombre rico hizo ir a su casa a veinte niños de los más pobres de la ciudad y les dijo : “En este canasto hay un pan para cada uno de vosotros. Tomadlo y volved todos los días a la misma hora hasta que mejoren los tiempos. Los niños se precipitaron sobre el canasto y empezaron a gritar y a pelear, porque cada uno quería tener el pan más grande y más bonito; por último, se fueron sin dar siquiera las gracias. Sólo Francisca, una niñita pobre, pero aseada, se quedó parada modestamente al lado de la puerta, tomó el pan más pequeño del canasto, dio las gracias y se fue después a la casa.
Al día siguiente los niños se portaron tan mal como el anterior, y la pobre Francisca recibió un pan que apenas era como la mitad de los otros. Pero cuando llegó a la casa y la madre partió el pan, cayeron de adentro una cantidad de monedas de oro. La madre se asustó y dijo :”Lleva el dinero al caballero; seguramente lo han puesto por equivocación dentro del pan”. Francisca llevó en el acto el dinero al caballero. Pero éste dijo: “No, no ha sido por equivocación. He hecho poner el dinero en el pan más pequeño para premiarte a ti, mi buena niñita, pues tú eres modesta y agradecida y te contentas con poco. Si continúas siendo así, no faltará nunca quién te ayude”. Fin
Los pajaritos cantores. No lejos de una gran ciudad había una aldea que estaba rodeada de hermosos jardines y huertos. En primavera los árboles y las plantas se cubrían de flores que esparcían un agradable olor en la vecindad. En las ramas y en las cercas cantaban y anidaban toda clase de pajaritos.En otoño los árboles se cargaban de peras, manzanas, ciruelas y otras frutas. Una vez comenzaron algunos muchachos malos a robarse los nidos de los pajaritos. Al ver esto, los pajaritos principiaron a retirarse del lugar, y en poco tiempo desaparecieron del todo. Los jardines se pusieron tristes y feos; en las mañanas de primavera no se oía ya el alegre canto de los pajaritos. Los gusanos dañinos, que antes eran destruídos por los pajaritos, comenzaron a aumentar y a comerse las hojas y las flores. Los árboles quedaron pelados y no daban frutas. Los muchachos, que antes las obtenían en abundancia, no recibían ni siquiera una pera para muestra. fin
La bandera Niños, esta es la bandera de la patria. Para nosotros es la más hermosa del mundo. Tiene tres colores: azul, blanco y rojo. El campo azul tiene una estrella blanca: es la estrella de Chile. La bandera representa el país: la tierra en que vivimos y todo lo que amamos, los padres, los hermanos, los maestros, los amigos, los chilenos. Los soldados y los marinos dan la vida por ella. Los hombres y las mujeres la miran con respeto. Cuando pasa por las calles nos descubrimos ante ella. Cuando el viento la mueve en lo alto de los edificios, sentimos alegría y nos dan deseos de gritar:!Viva Chile! Por amor a la bandera, que es la patria, ustedes prometen ser buenos, ahora y siempre. fin
El peral Un día estaba acostado delante de su casa un hombre joven y robusto y se quejaba a su vecino de su pobreza. “!Ay!” decía, “yo me daría por contento si tuviera cien pesos”. “Eso es muy fácil”, le contestó el vecino, que era un hombre cuerdo, “pero es necesario hacer algo para obtenerlos”. “¿Qué debo hacer?” preguntó el hombre. “Mira” contestó el vecino, “en el suelo que cubres con tu cuerpo hay más de cien pesos; ve, pues, modo de sacarlos”. El hombre se puso a trabajar cavó un gran hoyo; pero los pesos no aparecían. Al otro día vino el vecino. Al ver el hoyo, casi se murió de risa y dijo al hombre: “Me has comprendido mal. Te voy a dar un peral.
Este creció con el tiempo, produjo hermosas frutas y dio a su dueño más de cien pesos. El hombre acostumbraba más tarde sentarse a la sombra del peral y contar esta historia a sus hijos y nietos, diciéndoles: “No olvidéis, pues, queridos niños que el trabajo tiene siempre su recompensa. fin
Lo que vale la paciencia Dos muchachas, Ana e Isabel, fueron un día a la ciudad llevando cada una en la cabeza un pesado canasto con frutas. Ana se quejaba del peso y caminaba de mal humor; pero Isabel iba alegre y risueña. Al verla así, Ana le preguntó: “¿Por qué vas tan contenta? Tu canasto es tan pesado como el mío y tú no eres más fuerte que yo”. “Yo tengo”, contestó Isabel, “una yerbecita que aliviana mucho mi carga”. “¡Ay!” dijo Ana, “¡muy valiosa debe ser esa yerba!” ¿Podrías decirme cómo se llama y dónde crece?”. _ “¡Cómo no ¡” contestó Isabel, “la yerba se llama Paciencia y crece en todas partes, cuando uno quiere”. fin
Un buen corazón. Apoyada sobre un bastón, caminaba un día por las calles de una aldea una pobre mujer enferma; la gente la miraba apenas y pasaba sin darle nada. Al llegar al fin de la aldea, encontró a un niño vestido con una chaqueta ordinaria, pero que ocultaba bajo ella un buen corazón. Al ver a la mujer, el niño se dirigió a ella lleno de cariño, metió la mano en el bolsillo, sacó una moneda, se la dio y se alejó corriendo. Un caballero que había visto todo llamó al niño, pero éste miró hacia otra parte, haciéndose desentendido. “¿ Por qué ocultas la cara?” le preguntó el caballero. “Tengo vergüenza”, contestó el niño, “de haber dado tan poco a la pobre mujer”. _”Cuánto le diste?” – “Sólo un centavo, pues era todo lo que tenía”. El caballero, conmovido por el buen corazón del niño, dijo a éste: “No debes avergonzarte, mi buen niño porque tú has dado lo que podías; lo que tú no has podido dar, voy a darlo yo”. Y diciendo esto llamó a la mujer y le dio una moneda de plata. fin
El burro cargado. Un burro cargado con un saco de sal tuvo una vez que pasar un río. Al llegar al medio, tropezó y cayó agua. Cuando se levantó, notó que su carga se había puesto mucho más liviana, pues una gran parte de la sal se había deshecho en el agua. “Bueno es saberlo otra vez”, se dijo el burro para sí, lleno de alegría. Al día siguiente tuvo el burro que conducir un saco de esponjas, que no era muy pesado. Al pasar de nuevo el río, se echó intencionalmente en el agua, creyendo así alivianar su carga. Pero ¡cuán equivocado estaba! Las esponjas chuparon tanta agua y se pusieron tan pesadas que el burro a duras penas pudo levantarse y continuar su camino. fin
La mentira castigada. No lejos de un bosque, cuidaba Antonio un rebaño de ovejas. Un día, queriendo divertirse a costillas ajenas, gritó a toda fuerza: “¡Que viene el lobo! ¡que viene el lobo”! En el acto llegaron corriendo y armados de escopetas y palos un gran número de campesinos que querían matar al lobo Pero, como no vieron ninguno, se volvieron a sus casas, y Antonio se rió de ellos a sus anchas. Al día siguiente gritó Antonio de nuevo. “¡ El lobo! ¡el lobo!”. Los campesinos fueron otra vez aunque no en tanto número como el día anterior. Pero, como no vieron ni siquiera sombra de lobo, menearon la cabeza regresaron enojados a sus casas. Al tercer día vino el lobo de veras, y Antonio gritó lleno de espanto: “¡Socorro! socorro! el lobo! el lobo!” Pero nadie le hizo caso porque todos creían que los gritos eran sólo una nueva farsa. El lobo atacó el rebaño y mató varias ovejas, entre ellas un corderito muy bonito que pertenecía al muchacho mismo y que éste quería mucho. fin
Los niños y la Luna El sol se había puesto y ya comenzaba a oscurecer, pero no todos los niños habían vuelto a sus casas. Dos estaban todavía en el campo y habían olvidado en medio del juego que los niños tienen que volver a la casa antes que se haga de noche. Poco a poco se puso muy oscuro, los niños se asustaron y comenzaron a llorar porque la casa estaba lejos y no podían encontrar el camino. De repente apareció una claridad detrás de los árboles y a poco vieron levantarse una luz redonda. Era la luna. Cuando ésta divisó a los niños, les dijo: “Buenas noches, niños, ¿qué estáis haciendo tan tarde en el campo”?
Los niños se asustaron al principio; pero, cuando vieron que la luna se sonreía bondadosamente, cobraron valor y contestaron: “¡Ay!” nos hemos atrasado y ahora no podemos encontrar el camino de la casa porque es de noche”. Y se pusieron a llorar tan amargamente que la luna se compadeció de ellos y les dijo: “Si conocéis la casa de vuestros padres os alumbraré un poco para que encontréis el camino”. Cuando llegaron a la puerta de la casa, se volvieron hacia la luna y le dijeron: “Te damos las gracias, luna porque nos has alumbrado el camino de la casa”. La luna contestó: “ Con gusto lo he hecho; pero apresuraos a buscar a vuestra madre, que seguramente está con cuidado a causa de vuestra tardanza.” fin
El gallo, el perro y el zorro. Un perro y un gallo trabaron una vez amistad y salieron juntos a viajar. Una noche, no pudiendo encontrar casa en qué alojar, tuvieron que dormir en el bosque. Luego divisó el perro un árbol hueco, en donde él podía dormir bien. “Aquí podemos pasar la noche”, dijo a su compañero. “Está bien”, respondió el gallo, “pero a mí me gusta dormir arriba”, Y diciendo esto, de un vuelo se paró sobre una rama y se puso a dormir. Al amanecer, comenzó el gallo a cantar, porque creía que ya era tiempo de continuar el viaje. Pero un zorro que vivía cerca, oyó el canto y corrió apresurado en busca del gallo. Viendo el zorro que el gallo estaba tan arriba, se dijo para sí: “Con buenas palabras tengo que hacerlo bajar, porque yo no puedo subir tanto”. El zorro comenzó, pues, a hacer cumplimiento al gallo. “Buenos días querido primo”, le decía: “hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Por qué has escojido este lugar tan malo para dormir? Según me parece tú no has almorzado todavía. Si quieres venir a mi casa, te daré pan fresco”.
Pero el gallo conocía muy bien al pícaro, y tuvo buen cuidado de no bajar del árbol. “Puesto que tú eres mi primo”, le dijo, “acepto con gusto tu invitación, pero yo ando con un compañero que ha cerrado la puerta de su cuarto. Hazme el favor de despertarlo y después podemos ir todos juntos”.
El zorro, creyendo que este compañero era otro gallo, corrió ligero a la cueva en que estaba acostado el perro. Este había despertado ya y oído todo lo que el zorro había dicho para engañar al gallo. Grande fue su alegría al ver que luego iba a poder castigar al malvado. Antes que el zorro pudiera arrancar, saltó el perro afuera, cogió al muy pillo por el pescuezo y lo mordió hasta matarlo. después llamó a su amigo el gallo y le dijo: -“Si tú hubieras estado solo, seguramente te habría muerto este pícaro. Apresurémonos a salir del bosque fin
La vaca, el caballo, la oveja y el perro. Una vaca, un caballo y una oveja disputaban un día sobre cuál de ellos es más útil al hombre. La vaca decía: “Yo produzco la buena leche, la mantequilla y el queso”. El caballo por su parte, respondía: “Yo tiro el coche del patrón y llevo en mis ancas al jinete, ligero como el viento”. Y la oveja contestaba a todo esto : “Yo me despojo de mi lana y sufro frío para vestir a mi Señor”. Luego fue a juntárseles el perro, pero ellos lo miraron con desprecio, como si fuera un animal completamente inútil. Poco después llegó el patrón y se puso a acariciar al perro y juguetear con él.
Al ver esto, la vaca y sus compañeros se enojaron y el caballo tuvo hasta el atrevimiento de preguntar: “¿Por qué acaricias al perro? ¿No valemos nosotros mucho más que ese animal inútil?” Pero el patrón siguió acariciando al perro con más ternura aún y respondió: “Este ha salvado la vida a mi hijo único arrebatándolo valientemente a la corriente de un río. Mientras viva, pues, he de querer y de acariciar a mi fiel compañero”. fin
Las espigas de trigo. Un campesino salío un día al campo con su hijo Toribio, para ver si el trigo estaba ya maduro. “Padre” dijo el niño, ¿Por qué se inclinan tanto hacia la tierra algunas matas de trigo, mientras que otras tienen la cabeza tan levantada? Estas últimas deben ser muy buenas: las otras, que tanto se agachan son sin duda malas”. El padre cojió un par de espigas, y dijo: “Mira, niño, esta espiga, que tan modestamente se inclinaba, está llena de los más hermosos granos, y esta otra, que se ostentaba tan orgullosa, está vacía, y no vale nada”. fin