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LA VIRGEN DE LA F RAG UA. Con los pies descalzos Como tú, ligero de equipaje. Tocando la tierra, la madre tierra, sabiendo de aguas, de arena, de aire. Sabiendo del polvo de la tierra. Como en el monte Horeb , los pies descalzos, pero, al revés, por cercanía y confianza.
E N D
Con los pies descalzos Como tú, ligero de equipaje. Tocando la tierra, la madre tierra, sabiendo de aguas, de arena, de aire. Sabiendo del polvo de la tierra. Como en el monte Horeb, los pies descalzos, pero, al revés, por cercanía y confianza.
Con las manos sosteniendo la mirada No me pesa la cara, solamente mis manos sostienen y acompañan la mirada. Tranquilamente abiertas en oración, ha bajado a ellas el rostro.
Contemplando tus ojos, mirando tus labios entornados: mirándote, eres más bella; amándote, eres más buena.
Esa tu mano derecha Siento la carga maternal sobre mi hombro: la mano que acaricia, que empuja, que sostiene; la mano que no indica ni señala; está detenida como la mirada contemplativa. Tu mano que me cubre tiernamente: la carga maternal sobre mi hombro. Seguir, sin prisa, quiero, asido por tu mano.
Esa tu mano izquierda Suspendida en el aire, leve, sin peso, ya lo has ofrecido todo. Parece que corre el velo invisible y descubre el corazón. Ahora sé por qué en el dolor y en el Espíritu las manos son ungidas. “El alzar de mis manos como incienso ...”. Más tarde te diré: “En tus manos maternales encomiendo mi vida”.
Tu corazón Circundado, no de “regio esplendor”, sino del fuego del Espíritu, fuego que ha abrasado la espada del dolor. Ventana por donde entra y sale el sol de Dios. Ventana por donde entra y sale el viento del Espíritu.
Lago pequeño donde se refleja el rostro de Dios. Lago pequeño donde sobrenada la bondad que nos queda. Ahora lo entiendo ya, eres madre de los que “tienen un corazón de oro”.
Tu silla Hoy, que no “te alzas, Oh Madre, en tu solio”, sino sentada en la anea doméstica de la silla. Sentada, sin prisas, para esperar, para escuchar, para mirar. Sentada, no a la derecha de Dios; sentada, con Dios entre tus brazos. Solo así, te veo silla y sede de sabiduría y de gracia.
Tu corona Las joyas de tu corona se han fundido en el fuego del Espíritu que vino sobre ti. Sencillamente madre, (“No la toquéis, que así es la madre”). Tus hijos somos tu gloria y tu corona, la corona que nimba tu corazón. Tu corona no son las estrellas: tú no tienes corona.
De rodillas Sorpresa, sin sorpresas. No quiero reverencias ... y estoy de rodillas. Maldigo arrodillarme ante las criaturas ... y me encuentro tan bien así. De rodillas: más familiar, más cerca, para apoyarme y mirar, brazos desnudos, sin protocolo; no necesito libros, ni rosarios, ni homilías, “que no saben decirme lo que quiero”. Solo mirarte. Descansar quiero en tus rodillas “hasta que en Dios descanse”.
Paloma Ella es la que habla, (las bocas están cerradas). Ella es la que inspira, (hay paz y gozo en el corazón).
Esos tus ojos No hacen falta palabras, basta con estar, como entre amigos, como los enamorados. No te digo “vuelve a nosotros tus ojos”, mi mirada descansa en tus ojos; son verdes, negros, azules ... son misericordiosos, como en la Salve.
Pero tus ojos miran también hacia dentro. Y, embarcado en tu mirada, de tu rostro me alejo. ¡Qué profundidad! ¿A qué altura me encuentro? Sí, a la hondura del corazón: ya no sé distinguir tu mirar y el mío. Pero tus ojos miran. Ojos que te ven ... corazón que te siente.
El mote: formados en la fragua de su corazón ¿... en la Fragua? No hay martillos, ni yunques, ni golpes. Solo hay fuego en torno al corazón, solo calor y luz, solo amor.
El tono • No hay prisa, • ¡qué bien se está aquí! • En este abrir los ojos, voy contemplando • tu imagen ante la que fui bautizado, • la imagen de mi profesión, • la imagen de mi ordenación, • la imagen que llevo en mi cartera.
No me canso, no me aburro, el tiempo se ha parado, el corazón está en vela, ... y sigo mirándote.