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A ndanza P rimera. Que trata del conocimiento y la locura de Don Quijote. En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un hidalgo caballero de los de lanza en astillero , adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
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Andanza Primera Que trata del conocimiento y la locura de Don Quijote.
En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía un hidalgo caballero de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Tenía el hidalgo unos cincuenta años; era de constitución fuerte, seco de carnes, delgado de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.
Don Alonso Quijano (que así se llamaba el hidalgo) tomó tanto gusto a la lectura de los libros de caballería, que se pasaba los días y las noches leyendo. Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro y se trastornó un poco. A menudo discutía con el cura y con el barbero, ambos grandes amigos suyos, sobre las aventuras de los caballeros más famosos y valientes que habían existido.
La cabeza se le llenó de aquellas fantasías que estaban escritas en los libros, y ya no pensaba en otra cosa que en encantamientos, batallas, amores y desafíos. Hasta que se le ocurrió convertirse en caballero andante e ir por todos los caminos, con sus armas y a caballo, en busca de aventuras, tal y como habían hecho los héroes de sus lecturas.
Rescató unas viejas armas del desván, preparó un rocín, al que bautizó con el nombre de Rocinante (el rocín que estaba por delante de todos los rocines) y de su apellido y patria sacó el nombre de Don Quijote de La Mancha. -Un caballero andante sin amores, es como un árbol sin hojas- se decía y buscó doncella a la que dedicar sus hazañas. La afortunada moza tenía nombre de labradora y él le quiso dar otro que sonara a princesa y señora: Dulcinea del Toboso.
Andanza Segunda Que trata de cómo se armó caballero Don Quijote.
Una mañana se armó con todas sus armas, subió sobre Rocinante y, sin decir nada a nadie, salió al campo deseoso de encontrar sus primeras aventuras. No tardó en darse cuenta de que no había sido armado caballero, lo cual le impedía, según las leyes de caballería, entablar combate con guerrero alguno.
En esto, no lejos del camino por donde pasaba, vio una venta y ni corto ni perezoso la confundió con un castillo. Diose prisa en caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía. Después de cenar, llamó Don Quijote al ventero (a quien tomó por el alcaide del castillo) y así le dijo: “no me levantaré jamás de donde estoy arrodillado, valeroso alcaide, hasta que por vos sea armado caballero”.
Don Quijote, según las reglas, se dispuso a velar las armas junto al pozo del corral. Al rato uno de los arrieros alojados en la venta , para dar agua a sus mulas, no tuvo más remedio que quitar la armadura que había sobre el pilón. -“¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero!, mira lo que haces y no toques esas armas si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento”-. A los gritos acudieron los otros arrieros que comenzaron a tirar piedras a Don Quijote, que se cubría como podía.
El ventero, decidió abreviar y comenzó la ceremonia leyendo, como si fuera un libro de leyes, el cuaderno donde anotaba sus cuentas; arrodillose Don Quijote, convencido de que estaban armándole caballero y soportó sin queja los golpes que con su propia espada le daban.
Andanza Tercera Que trata de las aventuras de Don Quijote cuando salió de la venta.
La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, contento y feliz como nunca lo había estado, por verse ya armado caballero. Había andado unas dos millas, cuando vio acercarse a un grupo de gente que eran mercaderes toledanos que iban a por seda a Murcia. Venían con sus cabalgaduras y amplios quitasoles sobre sus cabezas.
Por imitar en todo a los héroes de sus libros, se paró en medio del camino y dijo: -“¡Quietos todos! De aquí no se mueve nadie hasta que reconozcáis que no hay en el mundo doncella más hermosa que la emperatriz de La Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. Los mercaderes, ante semejante locura, le respondieron con burlas, y sin mediar más palabras Don Quijote empuñó la adarga, bajó su lanza y se abalanzó contra ellos.
Y si no hubiera sido por una piedra en medio del camino en la que tropezó Rocinante, mal lo habrían pasado los mercaderes. Pero fue Rocinante el que cayó, y su amo salió despedido, rodando un buen trecho por el campo. Mientras Don Quijote intentaba ponerse en pie, uno de los mercaderes cogió la lanza y la hizo pedazos en sus costillas. Cuando la comitiva se alejaba, el pobre hidalgo apaleado intentó levantarse; pero si no lo pudo hacer antes de la paliza, mucho menos ahora que estaba molido y casi deshecho.
Andanza Cuarta Que trata del desgraciado regreso de Don Quijote a su casa y de la quema de sus libros.
Quiso la suerte que acertara a pasar por allí un labrador de su mismo pueblo, quien viendo el estado en que se encontraba su vecino lo subió en su burro, no con poco trabajo, y tomando las riendas del rocín y el asno se encaminó hacia su casa. Entretanto, el ama de Don Quijote, la sobrina, el cura y el barbero, conversaban preocupados por la ausencia del hidalgo, que ya duraba tres días.
- ¿Dónde estará mi señor? ¡Malditos sean esos libros que le han ocasionado esa locura! -decía el ama-. - Eso digo yo también –intervino el cura-. Y a fe mía que no pasará el día de mañana sin que sean condenados al fuego esos libros. Ya caída la tarde, el labrador llegó con Don Quijote a la puerta de la casa, llamando a grandes voces. Al oír los gritos, salieron todos y corrieron a abrazarle.
-No me toquéis –dijo el dolorido Don Quijote intentando bajar del burro- que vengo malherido a causa de una caída de mi caballo cuando libraba una tremenda batalla con diez gigantes. Dejadme dormir en paz. Cuando el caballero se hubo dormido, el cura se informó por el labrador de lo ocurrido y de esta manera aumentó el deseo de todos de acabar con aquellos libros cuanto antes. Y así lo hicieron.
Al día siguiente entraron todos, sobrina, ama, cura y barbero, en el aposento donde estaba la biblioteca y vieron allí montones de libros y entre ellos más de cien eran de caballería. Comenzaron a elegir los que debían quemarse y los que no, pero el cura se cansó pronto y ordenó: -¡Que vayan todos al fuego, que poca diferencia hay entre unos y otros! Y que tapien la entrada del aposento.
La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, contento y feliz como nunca lo había estado, por verse ya armado caballero. Había andado unas dos millas, cuando vio acercarse a un grupo de gente que eran mercaderes toledanos que iban a por seda a Murcia. Venían con sus cabalgaduras y amplios quitasoles sobre sus cabezas.
Luego bajaron al corral y encendieron una hoguera, creyendo que, al no dejar ni un libro sano, desaparecería la locura que aquejaba al bueno de Don Quijote.
Andanza Quinta Que trata de la mejoría de Don Quijote, y del encuentro con Sancho.
Dos días después se levantó Don Quijote y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros, pero no pudo encontrar el aposento donde los había dejado y así, tras tentar un buen rato con las manos en el lugar donde solía estar la puerta, decidió preguntar al ama: -¿Hacia que parte de la casa está mi aposento de lectura?. -Ya no hay aposento ni libros en esta casa, respondió el ama, y añadió la sobrina:
-Se los llevó un encantador que vino montado sobre una serpiente alada. -¡Frestón! –dijo Don Quijote-, se trata de un gran enemigo mío que me tiene gran envidia, porque sabe que saldré victorioso de mi enfrentamiento con un caballero por él protegido. Y aparentando no dar más importancia a lo sucedido, fue dejando pasar los días.
En ese tiempo visitó Don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera, al que convenció de que fuera su escudero, prometiéndole que le haría gobernador de la primera ínsula que ganase en alguno de los asuntos que pensaba resolver. -Mi Señor –dijo su nuevo escudero Sancho Panza-, he pensado llevar un asno que tengo muy bueno, porque no estoy acostumbrado a andar mucho a pie.
A Don Quijote aquello no le hizo mucha gracia, pues no le parecía propio de un caballero, pero lo olvidó y pensó cambiarlo cuando pudiera.
Andanza Sexta Que trata de la aventura que Don Quijote tuvo con los molinos de viento.
Así pues, sin despedirse de nadie salieron al amanecer. Montaba Sancho Panza sobre su borrico como si fuese un príncipe, con su bota y sus alforjas, soñando en el día en que fuese gobernador. En esto dijo Don Quijote: -La suerte nos favorece, amigo Sancho. Ahí veo un buen puñado de malvados gigantes a quienes pienso quitar la vida.
-¿Gigantes? ¿Qué gigantes? –preguntó Sancho Panza. -Aquellos que allí ves –respondió su amo-, los de los brazos largos. -Mire vuestra merced –respondió Sancho-, que aquellos no son gigantes, sino molinos de viento; y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que se mueven por el viento. Pero sus palabras no sirvieron de nada.
-No huyáis, cobardes, gritaba el hidalgo mientras embestía al primer molino dándole una lanzada en un aspa, la cual en ese momento empezó a girar empujada por el viento y en su girar arreó con lanza, caballo y caballero, que terminaron en el suelo. -¡Válgame Dios! –exclamó Sancho- ¿No le dije que no eran gigantes?.
-Calla, amigo Sancho –respondió Don Quijote-, el mismo mago Frestón que me robó elaposento y los libros ha trasformado estos gigantes en molinos, para que no pudiera vencerlos. Ayudó como pudo el escudero a levantar a su señor y le subió sobre Rocinante, que también estaba el pobre medio molido por el golpe. Y hablando sobre lo ocurrido continuaron el camino.
Andanza Septima Que trata de la asombrosa batalla que Don Quijote sostuvo con un rebaño de ovejas.
Mire vuestra merced –decía Sancho- que lo mejor sería, según mi poco entendimiento, que nos volviésemos a casa. -Calla –replicó Don Quijote-, ¿ves aquella polvareda?, pues es un gran ejército que viene marchando. -Dos deben de ser, mi Señor, porque en aquella otra parte también se ve otra polvareda. ¿Qué haremos?.
-¡Vaya pregunta! –dijo Don Quijote- ¡No hay tarea más noble y deseada para un caballero andante que ayudar a los que lo necesitan! Como si lo estuviese viendo, le iba contando que un ejército lo mandaba el emperador Alifanfarón y el otro su enemigo Pentapolín. -Señor –dijo el escudero- lo que vuestra merced dice, yo no lo veo; quizá sea todo otro encantamiento. No oigo otra cosa, sino muchos balidos de ovejas y carneros.
-El miedo que tienes te hace, Sancho, que no oigas ni veas lo que pasa. Y diciendo esto y con la lanza en posición de ataque, salió cabalgando como un rayo. Los pastores comenzaron a gritarle para que parara, pero al ver que no les hacía caso, sacaron sus hondas y se pusieron a lanzarle piedras, hasta que una le atinó en la boca y le derribó de su montura.
-Sancho, Sancho –dijo el hidalgo caballero-, acércate y mira cuántas muelas me faltan, que parece que no me ha quedado ninguna en la boca. Metió Sancho los dedos en la boca de su amo y dijo: -Pues abajo no tiene más que dos muelas y media. Y en la parte de arriba, ni media, ni ninguna, que está más lisa que la palma de mi mano. -Desgraciado de mí –se lamentó Don Quijote-, todo será por la gloria de ser Caballero Andante.
Andanza Octava Que trata del Caballero de la Triste Figura y del yelmo de Mambrino.
Pasaron unos días sin que mediaran grandes aventuras, y en uno de ellos Don Quijote preguntó a su escudero: -Sancho, no hago más que dar vueltas a lo que sucedió anoche. -¿Cuándo? -respondió sin tardanza el escudero- ¿cuando vimos aquellas luces que se movían y parecían estrellas? -Claro Sancho, dijo Don Quijote lanzándole una mirada que indicaba sorpresa y enojo a la vez, ¿cuándo si no?.
Más me hubiera valido no haber hecho detener a aquellos frailes que con antorchas iluminaban el camino por el que rodaba el carro. A fe mía que no es un buen presagio; pero dime, ¿por qué les dijiste que tu amo era el Caballero de la Triste Figura?. Verá mi señor, desde el momento en el que vuestra merced dijo: -Deteneos, caballeros, quien quiera que seáis, y decidme quiénes sois, de dónde venís, a donde vais y qué es lo que ahí lleváis.
Hasta que, después de que vuestra lanza le derribara, un asustado fraile contestase que iban custodiando un difunto camino de enterrarlo en Segovia, tuve tiempo suficiente para verle a la luz de aquellas antorchas. Y ya fuese por el cansancio del combate, el hambre o la falta de muelas, verdaderamente vuestra merced tenía la figura más triste que yo jamás haya visto.
Y en estas estaban cuando Don Quijote enmudeció mientras miraba a lo lejos. Si no me engaño, Sancho, aquel hombre que cabalga sobre el pollino lleva en su cabeza el mismísimo yelmo de Mambrino. -¡Defiéndete, infeliz criatura, o entrégame por las buenas lo que me pertenece! Sancho, que no veía otra cosa que un hombre subido en un burro, con una bacía puesta boca abajo en la cabeza para protegerse de la lluvia, murmuraba:
-Yo diría que no es sino un barbero, mi señor. Pero Don Quijote ya había tomado la bacía que el asustado personaje había perdido en su huída y trataba de encajársela sin éxito alguno mientras decía: -Sin duda que este yelmo fue fundido para alguien que debía tener grandísima la cabeza. Dicho lo cual, tomó las riendas de Rocinante y cabalgó lleno de orgullo, pues pensaba que le coronaba un yelmo de oro que sería digno de admirar por su adorada Dulcinea.
Andanza Novena Que trata de la descomunal batalla que Don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto.
Pasaban los días y en casa de Don Quijote no dejaban de dar vueltas a ver qué treta se les ocurría para conseguir que el famoso hidalgo volviera con los suyos. Así, el cura y el barbero inventaron una historia acerca de la princesa Micomicona, , cuyo reino peligraba por culpa de un gran gigante que quería arrebatárselo. Lograron encontrar a Don Quijote, que no fue capaz de reconocerles, y le convencieron de que ayudase a la princesa.
Y con tal motivo se pusieron todos en camino para resolver el asunto, y en ello se les hizo de noche. Pararon en una venta en la que el caballero y su escudero ya habían estado y de la que Sancho no guardaba muy buen recuerdo, ya que en ella había sido golpeado en la oscuridad, como si mil diablos se hubieran enfurecido con él de repente. No sin esfuerzo, entre todos lograron convencerle para que entrase y no pasara la noche a la puerta.
Don Quijote, cansado de tanto trajín, se retiró a dormir rápidamente, y no había pasado mucho tiempo cuando del cuarto salió Sancho Panza dando grandes voces. -¡Venid, señores, pronto, mi señor anda envuelto en una reñida batalla! ¡Vive Dios que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la princesa Micomicona, de tal forma, que su sangre corre por todo el suelo del aposento!
Mientras echaban a correr escaleras arriba escuchaban a Don Quijote que decía: -¡Defiéndete, malandrín, que de nada han de servirte todas tus armas! -Que me maten –dijo el ventero-, si este Don Quijote no ha dado alguna cuchillada a los cueros de vino que estaban en la cabecera de su cama. ¡Seguro que el vino derramado es lo que le parece sangre a este buen hombre!
Entraron en el aposento y encontraron al hidalgo en camisa, con el bonete del ventero en la cabeza, una manta en su brazo izquierdo y la espada en la mano derecha, dando cuchilladas a todas partes. No tardaron en darse cuenta de que tenía los ojos cerrados: ¡estaba soñando que luchaba con el gigante! El ventero se enfadó tanto que se abalanzó sobre el Caballero y empezó a propinarle numerosos golpes y patadas.
Y si no llega a ser porque el barbero y el cura los separaron, tal vez Don Quijote no hubiese salido de ésta. Cuando el cura pagó un buen puñado de monedas al ventero por los desperfectos, las aguas volvieron a su cauce. Sin embargo Sancho, como tantas veces, no dejaba de murmurar: