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DÍME POR QUÉ. Díme por qué soy libertad, mi Dios, y si puedo gritar mi indigencia, díme por qué tu clemencia y si aún puedo mendigar mi ración de amor. Díme por qué, cuando rezo, vengo tantas veces a ocultar lo que entiendo ser mi vaciedad, para mostrarte tan sólo mi miedo.
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Díme por qué soy libertad, mi Dios, y si puedo gritar mi indigencia, díme por qué tu clemencia y si aún puedo mendigar mi ración de amor.
Díme por qué, cuando rezo, vengo tantas veces a ocultar lo que entiendo ser mi vaciedad, para mostrarte tan sólo mi miedo.
Díme si cuando hablo, no debería callar mi miedo si cuando me sé libertad, prefiero hacer de la misma autoengaño.
Díme, mi Dios, cuanto quieras, que es todo lo que no sé, por qué me refugio en la fe como si no estuviera prendido cual el racimo de uva del ocre sarmiento en la cepa.
Díme, qué hubiera sido, si en vez de querer ser adulto hubiera permanecido, como dijiste, en mi alma niño, si en vez de ignorar tu amor y cariño, hubiera seguido mejor tu evangelio, que es camino firme y seguro.
Díme, Señor, si aún para amarte no es tarde, Tú que has sembrado de belleza el universo y recibes con amor al corazón converso, y si aún la llama de mi vida arde.
Entonces habré entendido el por qué de tu hermosa libertad que puso en marcha mi ser sin más equipaje que mi humilde realidad para navegar sin fin por el mar de tu infinita verdad. Juan Manuel del Río