E N D
Vamos a seguir a Jesús –"contemplando"– en sus últimas horas hasta su muerte, en la Vía Crucis, el camino hasta su Cruz. Minutos intensos. Lecciones imborrables para el cristiano, para el hombre que quiere amar. Momentos también de vileza, de cobardía, de mentiras, de crueldad, de lo más bajo que podemos ser los hombres. Y queremos comenzar con un enorme ¡Gracias Dios nuestro! Por este camino de dolor y de amor, en el que estamos implicados. Porque la nuestra, como la suya, no es vida sino para amar, para crecer en el amor a la manera de Cristo.
I Estación Condenan a muerte a Jesús Judas ha consumado la traición. Lo que comenzó siendo falta de confianza y hasta de honradez en detalles, minúsculos en ocasiones pero reiterados, acabó siendo la disculpa para ponerle precio a Dios. "¿Qué me queréis dar a cambio de que os lo entregue? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata. Desde entonces buscaba la ocasión propicia para entregárselo". Se acaba terminando, en efecto, en lo tremendo, tras un tiempo –prolongado de ordinario– de infidelidades que parecen de poca monta. Algo nos cuesta, pero Dios lo quiere y decimos no: le decimos no quiero a Dios y nos hacemos los locos. ¿Qué precio le hemos puesto? Pero también en cada uno la cosa venía de antiguo ... Luego, ante el Sanedrín y Pilatos, prosigue la infamia y se hace oficial, pública, más solemne. Y de una eficacia terrible, aunque para alguno pudiera ser inesperada por su inadvertencia culpable. El lamento es entonces tan estéril como doloroso. Y, mientras tanto, hemos escuchado ya los latigazos ..., interminables. Y, entre risas, le han coronado de espinas. María no se lo puede creer: si no hizo mal a nadie, si curó a muchos, si es el Señor del mundo ... Se ha quedado solo con todo el dolor y todo el abandono; pero, tú y yo, a veces, con nuestra incoherencia, nos sentimos victoriosos también: ¡hemos vencido!, como Caifás y sus amigos. Y, por si acaso ..., también nos lavabos las manos.
II Estación Jesús carga con la Cruz Para cada momento de nuestra vida hay otro de la vida de Cristo como ejemplo. Y la Vía Crucis no es una excepción en cada una de sus estaciones. Primero le traicionan, como alguna vez a nosotros..., como alguna vez nosotros...; ahora carga con la Cruz. Parece que el tormento le degrada, que pretende aniquilarlo en el cuerpo y el espíritu; sin embargo, asumida en obediencia a Dios y a los hombres, para quien sabe verla, la Cruz de Cristo será su trono triunfal. Por encima del dolor que le espera de esa Cruz, contempla Jesús en ella, ante todo, la salvación nuestra. El sufrimiento padecido será la garantía y expresión de su amor por todos los hombres. Ya va con la Cruz y parecería que todo se ha perdido; que, como otras veces, la injusticia triunfa y no hay nada que hacer. Se diría que no ha valido la pena tanta generosidad, tanto amor derrochado. Entre el dolor y el desprecio, con la incomprensión y el abandono, ¿quién no pensaría si lo correcto lo marca esa mayoría tranquila y en paz libre de problemas? ¡Hasta vociferan entusiasmados! ¿Es posible cargar con la Cuz esperanzados, con aire todavía de victoria, al menos en el corazón? ¡Qué pesado se hace amar incomprendido! Sólo la Madre –no podía ser de otro modo– está con el Hijo. Señor, que no queramos rendir nunca la esperanza, aunque estemos sólo ciertos de agradarte a Ti. La tendremos también a Ella.
III Estación Cae Jesús por primera vez La marcha de Cristo con la Cruz no es en este día un paseo triunfal entre la multitud. Más bien parece el fracaso de Jesús de Nazaret, imprevisto para muchos pero incontestable para todos. Un profundo desengaño oscurecía la mente de bastantes: tan evidente parece su impotencia cuando cae. Despreciable aparece la Cruz y despreciable, humillante y una colección de dolores el camino. Jesús cuenta de antemano con el límite y la claudicación de sus fuerzas humanas: quien tanto había podido ante el pueblo, aparece ahora sometido a humillante derrota. Tampoco para nosotros debe ser una sorpresa caer, aunque también reconozcamos éxitos en la vida: caer y vernos caídos, humillados para espectáculo. Humillados para esos planes nuestros, ilusiones de triunfo ..., que habrán sido tantas veces motor de actividad. Pero Cristo, mientras cae, está en lo de siempre: unido al Padre, siente una profunda compasión por los autores de aquel tormento y por los espectadores, que no se enteran ... y por nosotros. De ahí que apenas piensa en el dolor, en los golpes, en la sangre, en las impaciencias groseras ...; porque el problema no es Él, somos cada uno. María querría caer como Jesús por acompañarle, junto a Él y en su lugar: sólo Ella se ha enterado, porque sabe que el confort puede ser más deprimente que la caída, los tropiezos y los golpes; que la humillación de su Hijo es y será la energía, la seguridad y la fortaleza para muchos. ¡Adelante, pues: arriba de nuevo como Jesús con la Cruz de cada día!
IV Estación Jesus encuentra a María, su Santísima Madre María estaba allí. No podía ser de otro modo. Ella que, por ser la Llena de Gracia, entiende todo lo que puede entender el hombre sobre la Pasión de su Hijo, contempla y adora el misterio del dolor amoroso de Jesús. Pero, ¡cuánto sufre entretanto! ¡Cómo consolaría a Cristo esa mirada! ¿Para qué las palabras? Sus corazones se entienden bien. Únicamente Ella se hace cargo de lo que sucede –en cuanto es posible en este mundo– y Jesús lo sabe. Pero es su madre y, aunque María no le pueda quitar el padecimiento ... –ahí están los pecadores: los de aquel día y los de todos los siglos–, resplandece en Ella también un amor desprendido de todo, dispuesto a todo por los hombres, que acompaña y consuela al de Jesús. María quiere seguirlo y sostenerlo aún, como cuando niño, maternalmente, y lo hace hasta la cumbre como le es posible hacerlo en esta hora. Su presencia fiel es una caricia animante para Jesús y casi lo único de este mundo que no le falta, que no echa de menos en su momento supremo. No nos imaginamos a María fuera de sí, desesperada por la tragedia de ver que matan al Hijo que ha dado sentido a su vida. Ella es capaz de notar en cada acontecimiento la mano providente –amorosa y justa– de Dios y que todo sucede para el gran bien de la humanidad. Entrega, obediencia con dolor, fe, perseverancia, olvido de sí, humildad: palabras grandes, ¡enormes!, que son el amor que debe configurar también nuestra vida.
V Estación Simón ayuda a llevar la Cruz de Jesús ¡Qué no le habrán hecho ya a Jesús desde que lo apresaron en el Huerto! Es tal su estado y debilidad que se ven obligados a ayudarle con la Cruz, quizá por temor a que se les muera en el camino sin poder ejecutar la condena establecida. Y obligan a Simón, uno que pasaba ... ajeno aparentemente al problema de Cristo, y que acabó luego siendo conocido entre los primeros cristianos. Narra san Marcos que venía de una granja y era padre de Alejandro y de Rufo. Aquel hombre de Cirene ajeno a la comitiva de la ejecución ayudó a Cristo, aunque quizá de mal grado. De modo inesperado tal vez, también la vida de todos los días se nos complica y nos pide un plus de heroísmo: pobreza, fortaleza, valentía, generosidad, amor. Son de algún modo imposiciones: por nuestra condición, del superior, deberes profesionales, familiares, preceptos de la Iglesia, normas que la colectividad ... Es Cristo, Dios, la única razón, hasta ahora inadvertida, que reclama un planteamiento y ejecución diferente en la misma existencia. Y es también para la Redención del mundo. Una opción para ese cireneo que somos cada uno. La Madre hubiera querido poner sus hombros y todo su ser bajo aquella Cruz por descargar al Hijo. Pero imitar a Simón es cosa nuestra. A Ella le pedimos la decisión de no resistirnos.
VI Estación Una piadosa mujer enjuga el rostro de Jesus Es como si cundiera el ejemplo. Porque a Verónica no se lo piden. Algo imperioso dentro de sí la mueve, sin aún saber que Dios mismo agradecerá silenciosamente su gesto de limpiarle el rostro. Hay que estar dispuestos. Se necesita poner de lo propio, correr el riesgo y jugarse la vida, como Verónica entre la masa que vocifera y la crueldad de los soldados. ¡Es por Dios!: un paso más en el amor que no se satisface cumpliendo lo impuesto, lo acostumbrado, o lo que basta. Ya no hay sentido de la medida, no se sopesan posibles propias perdidas, que no es por justicia ese derroche. Puede parecer cosa de locos, y así lo piensan muchos buenos también, que podrían serlo más. Sin duda –sin duda alguna–, como ella, notamos también la recompensa y pronto. La tradición dice que se llevó en su paño el rostro de Cristo. Y en cada uno va quedando también, más y más, algo de Jesús cuando le amamos así en quienes nos rodean. Puede parecer, porque lo es, lo menos habitual, lo más llamativo y sorprendente en esta sociedad. Pero la finura del amor siempre ha reclamado actitudes desproporcionadas, desatinos o, más bien, conductas exageradas para los otros. Pero ¡es por Dios! Sin pensarlo dos veces; sin hacer cuentas de si vale la pena por una sola persona; si lo va a agradecer; si será muy difícil un cambio a estas alturas; si será lento el proceso y larga la dedicación que –María nos lo recuerda– es siempre por su Hijo y por el mundo.
VII Estación Cae Jesús por segunda vez No le importa que sea muy patente la debilidad. Y se ve la verdad de quien asumió plenamente la forma de siervo –semejante en todo a los hombres– y no hizo uso para sí de su condición divina, como recuerda el Apóstol. Hace cuanto puede y, cuando ya no puede, cae. Pero se levanta de nuevo agotando las fuerzas cada vez más mermadas. Dispuesto a consumirse y fracasar a la vista de todos; aunque cada nueva caída parezca dar más y más la razón a muchos que lo contemplan triunfadores. Los que le seguían entusiasmados horas antes –¡tantos!–, dispuestos a todo, no están ahora, y yace en el suelo solo, con una soledad más amarga que todo el dolor físico padecido. ¿Levantarse por ellos? ¡Cuántos justos motivos para dejarlo! Pero no pierde la presencia de su Padre, que nunca abandona aunque mucho sea el dolor y aparente la soledad. También en nuestras derrotas tendremos siempre ocasión de confiar en Dios, nuestro Padre. No puede –con Él– ser demasiado duro, aunque cueste, aunque parezca insufrible el sufrimiento. Quiere Dios que seamos capaces con ayuda de su Gracia. Nosotros: humildes, dóciles, sinceros, y ... tranquilos. Persuadidos –bien persuadidos– de ser capaces de alcanzar la cumbre con nuestro Padre, como Cristo, a través de las caídas. Santificando cada tropiezo. Toda una vida tropezando. No hay palabras para expresar lo que pasa María. Pero soporta, también humildemente, la visión de su Hijo: ¡en qué ha quedado la gallardía de su Rey!
VIII Estación Jesús consuela a las hijas de Jerusalén Aunque no acierten del todo con el verdadero mal, reconocen en Jesús bajo la Cruz tanta injusticia y sienten tanta compasión que lloran desconsoladas en su impotencia. Sobreabundan los motivos para las lágrmas, pero "no lloréis por mí", les advierte. Porque el problema es el pecado, los pecados de muchos, –de todos– que causaban sobre su cuerpo y su alma inocentes toda esa Cruz y ese dolor. El pecado es el mal, el único mal. Una obra sólo del hombre, del hombre solo, sin Dios. Perdido el sentido de la vida –¡qué tremenda desgracia!, y tal vez sólo entonces–, se consiente en la Cruz para Cristo. Y no la merece. Al contemplar, por eso, esa Cruz tremenda, que destroza ya profundamente su cuerpo, es natural llorar de compasión. Lo ven abandonado de todos, humillado ante el capricho de los sayones y los improperios de la gente al pasar. La injusticia es tan manifiesta en quien "todo lo hizo bien ...": ¡no hay derecho a tanto desatino! Y su cabeza y su corazón están con los hombres. Por cada uno ofrece todo, cumpliendo la voluntad del Padre, para que podamos ser eternamente felices por el perdón de los pecados. Aunque algunos pecando y sin aceptar el perdón lleguen a padecer un sufrimiento sin igual. María llora también. Llora por el Hijo y por los hombres. Su llanto de intercesión, mientras acompaña con su entrega la de su Hijo, ¡qué luces y qué fuerzas para rectificar no nos habrá conseguido!
IX Estación Jesús cae por tercera vez Otra caída más, que esta vez parece ya para no levantarse. Pero la energía humana casi no hace falta cuando el corazón quiere ser fiel y, sin saber cómo –es la Gracia del Cielo–, podrá coronar: se cumplirá el querer del Padre que es Omnipotente y es esa su voluntad. Quieren ellos que llegue al Calvario para la crucifixión, sólo por cumplir con la orden del Procurador. Y también Él lo desea por cumplir la voluntad del Padre. Obedece como puede, agotado, hasta el límite último de sus fuerzas y su dolor, aún sabiendo que lo peor –la crucifixión misma– está todavía por llegar. Y nosotros, ¿cuándo no podemos? ¿No será demasiado pronto? Parece que no nos valdrá la pena: los tropiezos van a sucederse siempre ...; y, además, la triste experiencia acumulada ...; y nos sentimos incapaces; y, tan débiles nos vemos, que hasta se nos hace atractivo el polvo sucio del camino. ¿Pero no es cierto acaso que está la Gracia de nuestra parte, que con humildad somos poderosos? ¿Lo quiere Dios?: yo también lo quiero; y ni un instante me detengo a considerar las dificultades, siempre irrelevantes ante Dios conmigo. Posiblemente es el momento de la docilidad, de dejar hacer –en este caso– a quien nos quiere. Como María que también deja hacer, persuadida de que Dios está sobre todo. Asiente a la divina voluntad, con una espada que le atraviesa cuerpo y alma, como le anunció Simeón.
X Estación Despojan a Jesús de sus vestiduras Tal vez por cumplir con la rutina de siempre, más que por compasión, le dan una bebida narcótica para el peor momento. Pero, probándola, no la acepta. Quiere toda la lucidez, aunque nada se amortigüe el dolor, y puede así ofrecer al Padre y a los hombres todo su amor obediente, y lograr con creces nuestra salvación: ¡así se ama! ¡Así nos quiere Dios! ¿Nos organizamos la vida a veces con criterios de lo más fácil ..., lo más cómodo ..., lo más sencillo ..., lo más llevadero ...? Porque poca veces así se llega a lo mejor. El poco esfuerzo, la falta de heroísmo o la ausencia de malestar a toda costa nos podrían apartar de lo bueno. El verdadero bien, lo realmente valioso, suele ser arduo. Sin ningún derecho ya ante los sayones, consiente que le quiten todo. Para lo más grande llevado a cabo en nuestro mundo nada es necesario: sólo el cuerpo para dar la vida y una voluntad para amar. Al que siempre pasó entregando, haciendo el bien a cualquiera que se encontró, le arrancan los vestidos y se los reparten y sortean. Ya no es digno de nada. Pero su corazón sigue a nuestro favor: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen": he aquí su dignidad. Y esa notoria pobreza, ese contemplar siempre a la vida buscando lo mejor para los otros, es otra parte del tesoro que nos deja. Ni un ápice pierde, sin embargo, de su señorío: a punto está de reinar triunfante desde la Cruz. Entretanto María, con su mirada de adoración, le tejía un suave y abrigado manto, de tanto amor como el que puso al tejer la túnica inconsútil que le arrancan ahora los soldados.
XI EstaciónJesús es clavado en la Cruz Lo clavan a la Cruz y no hay palabras capaces de expresar el tormento. Sería, por esto, el momento culmen del triunfo largamente esperado de los que quisieron perderle. El Hijo de Dios crucificado. Humillado, torturado, clavado como un bicho. Parece imposible tanta crueldad. Y por cada uno está entregando la vida a Dios Padre con Amor. Con un Amor a la medida de su sufrimiento. Con un sufrimiento a la medida de sus deseos de salvarnos, de su amor por la humanidad: de nuestro bien. Y, a costa de más dolor, queda colgado de la Cruz, expuesto en alto a la vista de todos. “Salvó a otros, y a sí mismo no pudede salvarse”. Y se burlan: "que el Cristo, el Rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos". Pero también se cumple así el divino plan de Redención. "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí", había profetizado. Esa imagen de Cristo crucificado será en adelante –por los siglos de los siglos– la más verdadera y elocuente expresión del amor; del permanente e indescriptible amor de Dios por los hombres. De un amor sincero y auténtico; que no se confunde con sucedáneos más o menos sentimentales, estando purificado y garantizado en el sufrimiento. María acepta el querer divino y sufre –es la hora del dolor– en la mayor sintonía que es posible en esos momentos con los sentimientos del corazón de Jesús: asintiendo, secundando. Y también perdonando.
XII Estación Muerte de Jesús en la Cruz Y desde la Cruz Jesús sigue amando, sin parar, hasta el momento mismo de la muerte. No pierde ocasión: "Hoy estarás conmigo en del Paraíso", declara al ladrón sincero y convertido. ¡Qué fácil lograr el favor divino! Todo es desearlo de verdad y con confianza. Pero con María, su Madre, y con Juan, que somos cada uno, se adelanta: "Mujer, ahí tienes a tu hijo ... ahí tienes a tu Madre". Y quedamos así los hombres hechos hijos para siempre de la Madre de Dios, y María madre nuestra. En su interior, la tortura manifiestade su humanidad y hecha oración: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Que en verdad Dios no abandona jamás, aunque eso piensen muchos, que poco saben de su amor infinito y de su omnipotencia. Puede que sea Dios el único que no abandona, el que será siempre fiel y siempre misericordioso y compasivo. "Tengo sed", declara con franqueza. Y por fin: "Todo está cumplido", asegura; y se abandona confiado: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y expira. Ya somos hijos de Dios. Cristo crucificado es el fondo, la razón, el sentido, la posibilidad de toda oración; de la oración de los hijos de Dios: rezar desde la Cruz. Ella querría haber muerto en su lugar y sufrido por Él todo el dolor, pero no debe ser así. Ahora tiene infinidad de hijos hasta el fin del tiempo, y es el modelo limpio de fe, de esperanza, de amor.
XIII Estación Desclavan a Jesús y lo entregan a su Madre Amigos de verdad lo desclavan, cuando todo indica que no lo podrá agradecer, y lo entregan a su Madre. ¿Cómo sería su dolor con la mayor cercanía del cuerpo de Jesús, y aquella sangre, aquellas heridas, las espinas, la frialdad del desnudo cadáver...?: a la medida de su amor. Podría parecer además que se le muestra con más innegable evidencia la conclusión fracasada de toda una vida; que su entrega sin condiciones, de treinta y tres años atrás, sólo ha servido para un tremendo alboroto y, a última hora, el ridículo y el sufrimiento. Soledad, abandono y llanto de María, sí. Y la certeza inconmovible de tener consigo, junto a tanto dolor y aunque nadie lo crea, la prueba más palpable del mayor de los triunfos. Tiene en sus brazos, a pesar de lo que ha visto hacer con su Hijo, de lo que ahora contempla sin ninguna duda, una tal manifestación de amor que no cabe en mente humana. Es el momento –está convencida– del cumplimiento de la promesa Angélica: "... y su Reino no tendrá fin". El cuerpo de su Hijo, tantas veces cuidado, tan próximo siempre, el fruto de sus entrañas, es más que nunca ahora su Dios y Redentor, a quien rendidamente adora llena de esperanza.
XIV Estación Dan sepultura al cuerpo de Jesús Es el más enojoso deber de los que le son fieles. Un ritual de definitiva despedida, llevado a cabo con prisas, por la hora, aunque pusieran en él todo su esmerado afecto. La vista del cuerpo que ahora depositan y abandonan, y ser más conscientes aún –hasta tocarlas con sus manos– de las huellas tremendas de la Pasión, los hace más solidarios, si es posible, con el ideal divino y humano de Cristo, pagado a tan gran precio. Momentos para el silencio y la verdad ...; porque no siendo ahora –ellos, nosotros– visibles para sus ojos cerrados, parece, sin embargo, que le está nuestra vida más patente que nunca. Es la hora de ser y sentirse responsables. Ha contado con cada uno. Pocas horas antes lo recordaba con fuerza: "Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros". Y la vista de lo que ha quedado de Jesús de Nazaret nos conmueve. ¿Será que hace falta tanto? Únicamente María mantiene también entonces una esperanza sin fisuras. Su amor inmenso a Dios y su humildad, su confiada entrega a todo plan divino, le hacen comprender que es mucho más grande y poderoso el divino amor por los hombres de lo que podemos imaginar; que superará siempre con creces nuestras más audaces expectativas; que sus promesas se cumplen por imposible que parezca a nuestras inteligencias. Y por mucho que haya que rectificar, y por enorme que parezca la exigencia y costosa la renuncia, con Dios a favor de su criatura –como veremos un día– todo es posible.
Parecería mentira tanto fruto, tanto bien, tanto contento, como nos ha traído a los hombres la pasión hasta la muerte de Cristo. Pero es la gran verdad que sostiene nuestra única grandeza, la única garantía consistente de dignidad humana: ¡podemos ser hijos de Dios! ¡Vivamos de la mano de María, verdaderamente Madre, para poder –con su ejemplo, con su estímulo, con su ayuda– avanzar todos los días en nuestro via crucis de amor, de dolor y con Ella! Texto: FLUVIUM Imágenes: Mel Gibson. La Pasión de Cristo Música: Antonio Vivaldi. Stabat Mater