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La iglesia medieval. Andrea Mutolo andreamutolo@gmail.com. El edicto de Milán El César Galerio parece haber sido el principal instigador de la persecución de Diocleciano, pero él fue también el primero en reconocer públicamente su fracaso y sacar las consecuencias.
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La iglesia medieval Andrea Mutolo andreamutolo@gmail.com
El edicto de Milán El César Galerio parece haber sido el principal instigador de la persecución de Diocleciano, pero él fue también el primero en reconocer públicamente su fracaso y sacar las consecuencias. Sucesor de Diocleciano en la suprema dignidad imperial, llegó pronto el día en que se persuadió de cuán grande había sido el error cometido; por eso, sintiéndose enfermo Augusto Galerio publicó en Sárdica el año 311 un edicto que constituía la rectificación de toda su antigua política religiosa. El edicto reconocía al cristianismo un derecho de existencia legal.
La tolerancia legal instaura por Galerio fue tan sólo un primer paso, al que pronto siguieron otros: dos años más tarde, a principios del 313, se promulgó la legislación de libertad religiosa que ha pasado a la historia con el nombre de Edicto de Milán. Este Edicto fue el resultado de las reuniones celebradas en aquella ciudad por los emperadores Constantino y Licinio en Milán en febrero del año 313
El principio que se acordó fue el de la plena libertad religiosa, en vez de la simple tolerancia otorgada al cristianismo por Galerio: a todos los súbditos, incluidos expresamente los cristianos, se les autorizaba a seguir libremente la religión que mejor les pareciera.
La orientación cristiana de Constantino se acentuó con el paso del tiempo, especialmente a partir del año 324 en que comenzó a ser único soberano de la totalidad del Imperio. Por otra parte, Constantino puso cada vez más de manifiesto sus preferencias por el cristianismo y sus deseos de favorecer a la Iglesia. Templos y basílicas se edificaron en Roma y Constantinopla, sufragadas por el fisco imperial.
Con este fin convocó el concilio de Nicea del 325, para restablecer la unidad de la fe, perturbada por las doctrinas heréticas de Arrio. Pero donde mejor se percibe la inspiración cristiana que animaba Constantino es en su legislación. Muerto Constantino no se interrumpió por ello el avance del cristianismo. Cualquiera que fuese su actitud ante la Iglesia se mostraron resueltamente contrarios al paganismo.
La cristianización de la sociedad La conversión de Constantino abrió a las muchedumbres las puertas de la Iglesia. El siglo IV presenció la conversión al cristianismo de las multitudes de los hombres corrientes, del hombre medio que en todas las épocas y civilizaciones constituye la mayoría de la población. Visión de Santa Elena, 1580. Santa Elena, madre del emperador romano Constantino (306-337 d.C.), está representaba dormida, sentada, con la cabeza reclinada sobre una mano; la historia sagrada le atribuye la visión que la llevó a encontrar la verdadera Cruz.
Esta transformación no se produjo de modo repentino sino a través de un proceso que duró tiempo. La cristianización había comenzado por las ciudades, y las “iglesias” locales fueron durante los primeros siglos comunidades urbanas, integradas casi exclusivamente por personas procedente de los ambientes ciudadanos. No puede, por tanto, sorprender que la ciudad fuera el medio social que llegó antes a estar plenamente cristianizado.
El término “pagano”, en su sentido religioso equivales a idólatra o gentil que todavía conserva, se acuño en una época en que las urbes eran ya, por regla general, cristianas, mientras que la población campesina, los aldeanos habitantes del pagus (división territorial del campo) –los pagani- permanecían todavía fuera de la Iglesia, aferrados a sus tradiciones y cultos ancestrales.
De las comunidades cristianas a la sociedad cristiana La recepción de las muchedumbres en la Iglesia tuvo como inevitable consecuencia una cierta pérdida de “calidad” del pueblo cristiano, en relación con el de épocas anteriores. En una sociedad cristianizada, al revés de lo que ocurría en la era de las persecuciones, el hombre no llegaba a la Iglesia en virtud de una conversión personal, sino que nacía dentro de ella.
La difusión del bautismo de infantes alteró también otros aspectos de la disciplina sacramental. Desapareció gradualmente la costumbre de administrar los tan sólo en las grandes solemnidades –Pascua, Pentecostés- y se confirió a los recién nacidos a lo largo de todo el año.
Durante los primeros siglo y siguiendo las enseñanza de San Pablo, se recomendaba vivamente a los cristianos que no llevasen sus disputas temporales ante los tribunales civiles, sino que las sometiesen a un juicio arbitral, en el seno de su propia comunidad. Tal fue el origen de la jurisdicción eclesiástica, que hizo del obispo el juez ordinario de los cristianos. Esta jurisdicción fue reconocida oficialmente por Constantino, que permitió a los tribunales episcopales juzgar toda clase de pleitos y otorgó pleno valor civil a sus sentencias.
Consideremos todavía un aspecto más, pero muy representativo, del tránsito de la comunidad a la sociedad cristiana: la cuestión de la intervención popular en la designación del obispo. La disciplina tradicional recibida de la Iglesia primitiva, disponía que los obispos fueran elegidos por el clero y por el pueblo. La intervención del pueblo se fue reduciendo hasta convertirse en una aclamación simbólica. Ambrosio fue nombrado gobernador de todo el norte de Italia, con residencia en Milán. Y sucedió que murió el Arzobispo de Milán, y cuando se trató de nombrarle sucesor, el pueblo se dividió en dos bandos, unos por un candidato y otros por el otro. Ambrosio temeroso de que pudiera resultar un tumulto y producirse violencia se fue a la catedral donde estaban reunidos y empezó a recomendarles que procedieran con calma y en paz. Y de pronto una voz entre el pueblo gritó: "Ambrosio obispo, Ambrosio obispo".
La evangelización de los campos La conversión de los campos fue la gran tarea pastoral que hubo de emprender la Iglesia, a partir de la instauración del Imperio cristiano. El culto de los mártires, y de los santos en general, jugó entonces un papel muy importante en la catequesis cristiana. Las masas rurales estaban formadas por gentes simples y rudas, para las que los santos –unos hombres de carne y hueso que habían encarnado las virtudes cristianas- constituían la lección más práctica de la pedagogía de la fe.
El culto a las reliquias se difundió mucho en esta época, porque respondía plenamente a las exigencias más íntimas de la sensibilidad religiosa de los hombres de entonces. Este proceso de cristianización de las comunidades rurales fue muy largo y pasaron siglos antes de que el cristianismo llegase a impregnar profundamente la vida social.
Estructura de la sociedad cristiana: clérigos y laicos El Imperio cristiano, a partir de Constantino, fue concediendo a los clérigos una serie de excepciones a la ley común, que reciben la denominación genérica de “privilegios clericales”: Los más notables fueron el privilegio de fuero, las inmunidades fiscales, pero quizá sea la disciplina sobre el celibato obligatorio, promulgada en el siglo IV, la innovación más relevante que produjo en el estatuto jurídico del clero.
Los orígenes monásticos en Oriente La tradición ascética de la Iglesia primitiva dio vida desde principios del siglo IV al gran movimiento monástico. La espiritualidad monástica tuvo entonces como principales maestros a Evagrio Póntico y a Juan Casiano. El primero adaptó para los monjes la doctrina espiritual de los grandes maestros alejandrinos, Clemente y Orígenes.
En torno a San Antonio Abad (251-356), se congregó un gran número de discípulos que poblaron desiertos como los de Nitria y Scete. Su modo de vivir, que se llamó vida anacorética, se caracterizaba sobre todo por la soledad y el silencio. En poco tiempo se contaron millares de anacoretas que habitaban en cuevas o cabañas, bien aislados o bien en grupos de dos o tres, dedicados plenamente a la oración, la penitencia y el trabajo manual. Una vez por semana, el día del Señor, los solitarios accedían a la iglesia común para asistir a los oficios divinos y escuchar los consejos de los ancianos.
Mientras de este modo en el Bajo Egipto, se iniciaba la vida anacorética, San Pacomio, en la Tebaida, ponía los fundamentos de otro género de vida religiosa, la cenobítica. Pacomio (286-346) aportó al monaquismo dos novedades que tuvieron decisiva influencia sobre su futuro desarrollo: la vida común y la obediencia al superior religioso. Frente a la soledad de los anacoretas, los monjes pacomianos vivían juntos en grandes monasterios, a veces verdaderos pueblos, y formaban comunidades numerosísimas.
Además, en vez de la independencia propia de la existencia de los solitarios, la vida cenobítica se hallaba minuciosamente regulada, de acuerdo con una disciplina casi castrenense. El monaquismo egipcio, en su doble forma anacorética y cenobítica, constituyó el primer capítulo de la historia de los monjes.
El primer monacato occidental En la península italiana, las corrientes ascéticas procedentes de Oriente dejaron también sentir su influjo desde mediados del siglo IV. La estancia en Roma de San Ananstasio y, más tarde, el empuje espiritual de San Jerónimo provocaron la aparición en la ciudad de comunidades femeninas constituidas por damas patricias, algunas de las cuales trasladaron luego su residencia a Palestina. San Jerónimo penitente, El Greco
En otras ciudades obispos como Eusebio de Vercelli y Ambrosio de Milán erigieron monasterios, cuya observancia fue una mezcla de tradiciones locales e influencias recibidas de Oriente. Pero el monacato en Italia y en muchas otras regiones iba a recibir un impulso decisivo gracias a San Benito, que con toda razón ha podido ser llamado el Padre de los monjes de Occidente.
San Benito (480-547) reunió su primera comunidad en la soledad de Subiaco y la organizó inspirándose en directrices análogos a las que eran propias de los cenobios pacomianos. Mas tarde en la cima de un monte próximo a la villa de Cassino realizó su segunda fundación Montecassino.
En Monte Cassino, la comunidad de vida era más intensa, la dirección del abad más inmediata y la existencia de los monjes, perfectamente regulada, se dividía entre la oración litúrgica, la lectio divina y el trabajo manual. Al final de su vida, Sen Benito compuso una Regla con destino a monjes casianenses que marchaban a fundar nuevos monasterios. Abatia Monte Cassino
El día de Navidad del año 800 Carlomagno recibió la corona imperial en la basílica de San Pedro de Roma de manos del papa León III. Carlomagno no vino a ser un emperador romano más: fue el emperador cristiano que dirigía el Imperio romano; el carácter cristiano era el rasgo que especificaba y confería su acento característico al poder imperial.
Pronto se hizo evidente que desaparecido el fundador, el Imperio no podía subsistir por mucho tiempo. Algo más sobrevivió el título de emperador, envuelto en un halo de prestigio, y que los Papas atribuyeron a aquel monarca que cumplía la función más característica del oficio imperial: la protección de la Iglesia romana y de los dominios pontificios en Italia.
La decadencia carolingia La obra política de Carlomagno no consiguió perdurar. Tras la muerte de gran emperador, que había ejercido una autoridad indiscutida sobre la Cristiandad occidental y sobre la propia Iglesia, se inició un nuevo período histórico en el que hicieron su aparición poderosos factores de disgregación que acabaron por destruir el Imperio carolingio. La pérdida de prestigio del poder imperial se puso ya de manifiesto en tiempos del sucesor de Carlos, su hijo Ludovico Pío. Ludovico Pío
La sociedad feudal La barbarización de las costumbres, la decadencia del poder público, la creciente inseguridad derivada de esa decadencia y de los peligros internos y exteriores que amenazaban a las clases más débiles fueron factores principales del proceso que difundió el sistema feudal por la mayor parte del Occidente europeo.
El vacío dejado en la sociedad de la Alta Edad Media pro el eclipse de Roma hubo de llenarlo la casta de guerreros profesionales que se creó como consecuencias de las invasiones germánicas. Esta casta militar nobiliaria se transformó además durante los primeros siglos de la Edad Media en una clase de grandes terratenientes, cuya potencia real se fundaba primordialmente sobre la tierra
Secularización de las estructuras eclesiásticas Las pretensiones de señores laicos de ejercer determinados derechos sobre las iglesias comenzaron a manifestarse en el tránsito de la Antigüedad al Medioevo, cuando los propietarios de grandes dominios erigieron en sus tierras iglesias y oratorios, para la cura pastoral de una población campesina.
Ése fue el origen de las llamadas “iglesias propias”, que subsistieron durante muchos siglos, y que los fundadores y sus descendientes miraban como si fueran bienes de su propiedad, nombrando el clérigo que había de regirlas. Iglesia románica, adyacente al Castillo
Las intromisiones del poder secular en la vida de las iglesias alcanzaron uno de sus momentos más agudos en tiempos de Carlos Martel. Este príncipe, que con su título de Mayordomo de palacio ejercía la suprema autoridad en la Francia merovingia, realizó una considerable secularización de bienes eclesiásticos que expropió a la Iglesia para donarlos a señores laicos; y pero todavía, entregó también obispados y abadías a sus fieles vasallos, como recompensa por los servicios que le prestaban.
El Siglo de Hierro del Pontificado En los años finales del siglo IX comenzó un largo período de agudísima decadencia de la Sede Romana, que los historiadores conocen bajo el nombre de “Siglo oscuro” o “Siglo de Hierro”.
El verdadero comienzo del siglo de hierro puede situarse en el momento de la muerte del papa Formoso (891-96). Formoso se había enemistado con la poderosa casa de los duques de Spoleto, y el odio de éstos le persiguió hasta más allá de la muerte y promovió la celebración del famoso “sínodo cadavérico”, en que el cuerpo momificado de Formoso fue desenterrado para ser juzgado y condenado en San Pedro por un concilio romano. El pueblo de Roma, indignado ante el atroz espectáculo, se levantó contra el papa Esteban VI (896-97) que había presidido el sínodo y que fue reducido a presión y asesinado.
Luego, durante siglo y medio, desfilaron en veloz sucesión cerca de 40 Papas y antipapas, muchos de los cuales tuvieron pontificados efímeros o murieron de muerte violenta, sin dejar apenas memoria.
El Sacro Romano Imperio Extinguidas las últimas secuelas del pasado carolingio, los duques de las diversas naciones germánicas eligieron como rey de Alemania a Enrique I, duque de Sajonia. De este modo, en el año 919, se restauraba la realeza germánica en la persona de un príncipe. Se ponían las bases de la estructura política que iba a ser durante muchos siglos piedra angular de la Cristiandad occidental. La dynastie des Saxons, 919-1024
La gran empresa iniciada por Enrique fue proseguida y rematada felizmente por su hijo y sucesor Otón I (936-73). Este monarca tuvo para la historia europea una importancia semejante a la que había tenido Carlomagno siglo y medio antes. El 2 de febrero 962 Juan XII coronó solemnemente en San Pedro a Otón I. El papa Juan XII y el emperador Otón I
Restableció los derechos soberanos contenidos en la Constitución romana de Ludovico Pío del año 824, en virtud de los cuales el emperador ejercía una función de vigilancia sobre la administración de los territorios de la Iglesia romana y, más todavía, controlaba las elecciones pontificias, ya que ningún nuevo Papa habría de ser consagrado hasta prestar juramento de fidelidad al emperador.
La coronación de Otón I significaba una renovatio Imperio y también una translatio, transferencia del Imperio de los reyes francos que antes lo detentaron a sus nuevos titulares, los reyes de Alemania. El monarca alemán, al ser elegido por los príncipes, tomaba el título de “rey de los romanos” y se convertía en candidato único al Imperio. La corona imperial de Otón I
La reforma de Cluny La secularización de los monasterios, a que antes se ha hecho referencia, hizo imposible el mantenimiento en ellos de una auténtica vida religiosa. Muchas grandes abadías habían recídibo entonces el privilegio de inmunidad, que las liberaba de la jurisdicción de los condes, junto con las tierras y gentes de su pertenencia. En septiembre del año 909, el duque Guillermo III de Aquitania concedió al abad Bernon el lugar de Cluny en la diócesis de Macon, para fundar un monasterio donde se observaba la regla de San Benito y en el cual el abad sería libremente elegido por los monjes.
Este monasterio, no tan sólo estaría inmune de toda autoridad laical, sino también de la jurisdicción del obispo diocesano, y en dependencia directa del Romano Pontífice. El éxito de Cluny movió a otros monasterios a solicitar que se hiciera extensiva a ellos la reforma, sometiéndose al efecto a la potestad de la abadía, que pronto se encontró a la cabeza de un número de casas religiosas en las cuales había sido restaurada la observancia regular.
Así se constituyó la Congregación cluniacense, llamada también Orden de Cluny, que se extendió por todos los países del Occidente europeo y que en sus momentos de apogeo llegó a reunir en conjunto cerca de 1.200 monasterios. En todos ellos se guardaba una auténtica vida regular, fundada en la observancia de la Regla de San Benito.
Los monjes cluniacenses, sacerdotes muchos de ellos tenían como principal ocupación el servicio del coro, ya que la celebración del Oficio divino ocupaba la mayor parte de la jornada del monje. El trabajo manual, especialmente el cultivo de la tierra, fue dejado en manos de trabajadores agrícolas dependientes del dominio monástico.
Se ha dicho que Cluny formó un verdadero “Imperio monástico”, en el cual una nube de monasterios dependían, en mayor o menor grado, de la abadía madre. El abad de Cluny extendía su autoridad sobre todos ellos. El régimen centralizado hacía que el abad de Cluny tuviese plena autoridad sobre miles de monjes.
La Reforma Gregoriana A mediados del XI, se abre un período histórico que puede considerarse como la flor y el fruto de la Edad Media europea. Si consideramos el histórico general dentro del cual se produjo este hecho, podemos comprobar que en aquellos tiempos el Occidente europeo, superaba la anarquía de los primeros siglos del feudalismo, vivió dentro de un orden feudal, que se acomodaba bien a la estructura y las exigencias de la sociedad contemporánea. La gran época del feudalismo presenció el renacimiento de la vida urbana
Los Papas pregregorianos La prematura muerte de Otón III (1002) había dejado otra vez el Pontificado en manos de las facciones feudales romanas. El enérgico monarca alemán Enrique III, por fin, hacia mediados del siglo XI, dedica su atención a la triste situación del Pontificado. Enrique III se arrogó la facultad de designar directamente a los Papas que hubieran de ocupar la vacante pontificia. Enrique, en 1046, designó como Papa Clemente II, que le coronó emperador e inició la serie de los Papas germánicos que restauraron el honor y el prestigio del Pontificado. Otón III
En 1059, Nicolás II celebró su primer sínodo en Letrán, que promulgó un importante decreto regulando la elección pontificia. Por primera vez, ésta fue reservada a un reducido cuerpo de electores, el Colegio de Cardenales. La intervención del clero y pueblo romanos se fijó en una simple aclamación del Papa elegido. En cuanto al emperador, se usó una fórmula deliberadamente ambigua: al joven rey Enrique y a sus sucesores les correspondía “el debido honor y reverencia”.
La lucha por la libertad de la Iglesia Los Papas gregorianos habían conseguido liberar la elección pontificia de injerencias de los poderes seculares, Se había dado un gran paso en el camino de la libertad eclesiástica. No tan sólo la cabeza, sino todo el cuerpo de la Iglesia se hallaba necesitado de reforma, y de modo muy especial el clero, que sufría las consecuencias de algunos males particularmente graves
Las directrices de la Reforma gregoriana En el año 1073, la muerte de Alejandro II, el cardenal Hidebrando fue elegido Papa y se llamó Gregorio VII. El nuevo Papa era el alma del movimiento de reforma eclesiástica que, desde hacía un cuarto de siglo, impulsaba el Pontificado.