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El Lesbianismo en la pintura. Quizá el cuadro más explícito del amor entre mujeres sea El Sueño (1866) pintado por Gustave Coubert.
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Quizá el cuadro más explícito del amor entre mujeres sea El Sueño (1866) pintado por Gustave Coubert. El tema es ya insinuado en otro cuadro de Coubert: Venus persiguiendo a Psique (1864), que lamentablemente fue destruido en la segunda guerra mundial. El sueño, pintado por encargo del diplomático turco Khalil Bey, representa una de las primeras escenas lésbicas de la historia, precediendo a las más populares representaciones de Toulouse-Lautrec. Las dos mujeres son de carne y hueso, eliminando idealizaciones típicas en el academicismo, siendo identificada la pelirroja con Jo Hefferman, quien ya había posado para el pintor en alguna ocasión. Sus figuras enlazadas se recortan sobre la oscura pared entelada, resaltando sus brillantes cuerpos ante la blanca sábana de seda. A ambos lados de la cama encontramos sendas mesas, una con objetos decorados a la moda oriental y otra típicamente occidental, con un jarrón de flores, pudiendo tratarse de una relación entre las dos culturas que representaba el cliente. El tratamiento pictórico de la obra es perfecto, similar a escenas de Tiziano o Renoir, y es un hito dentro de la pintura tanto por el tema como por la manera de ejecutarlo.
Ya antes otros autores presentan muy sutilmente el tema. Así, por ejemplo, tenemos el Baño Turco (1862-1863). El tema eterno de Ingres, el cuerpo femenino desnudo, se nos muestra de nuevo en este cuadro como único motivo, repetido como un eco en los cuerpos de las veinticuatro mujeres que aparecen en la escena. Parece ser que el artista tomó como fuente el relato de una dama del siglo XVIII, Lady Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, que visitó en dicha ciudad un baño femenino. Sus descripciones hablan de doscientas mujeres desnudas entregadas al placer ocioso de cuidar sus cuerpos. Ingres transcribió los pasajes más sensuales desde muy temprano y los mantuvo en sus cuadernos de notas. La pieza muestra una visión casi clandestina, como la de un espectador que penetra en la intimidad del baño a través de un agujero en la pared. Entre las mujeres encontramos a algunas viejas conocidas de la pintura de Ingres: la bañista de espaldas es la eterna Bañista de Valpinçon, la Bañista de medio cuerpo, la Pequeña Bañista. La joven rubia echada a su derecha es la monstruosa Mujer de tres brazos, pero también la Mujer Dormida, la Odalisca con Esclava... Todas las figuras son la misma, repetida incansablemente por el anciano Ingres en su último cuadro dedicado al desnudo.
Por supuesto, el mejor expositor en el tema lésbico es Toulouse-Lautrec. Como cronista de la vida nocturna de París, Henri no va a pasar por alto la homosexualidad femenina tan habitual entre las prostitutas y las mujeres del espectáculo. En el París de Toulouse, abundaban los locales con un show lésbico y existía un bar de lesbianas llamado el "Lady Bird”. En el mundo de "vouyeurs" que poblaban la noche parisina el lesbianismo era una atracción más por lo que Henri realiza entre 1894 y 1895 una serie dedicada al lesbianismo Dicha serie inició porque Toulouse-Lautrec recibió a finales de 1892 el encargo de decorar el salón principal del prostíbulo situado en la rue d´Amboise. Para ello diseñó 16 paneles al estilo Luis XV, situando en el centro un óvalo con el retrato de las mujeres que trabajaban en el local. El lesbianismo de la mayor parte de las chicas del burdel le llevó a la elaboración de una serie de trabajos donde se mezclan prostitución y lesbianismo, dos de sus temas favoritos, tratados con infinito cariño y naturalidad Antes de esa famosa serie, ya esboza el tema en cuadros como Mujeres valseando (o las dos bailarinas) de 1892. Ya desde entonces, Toulouse-Lautrec, refleja el lesbianismo como algo de la vida cotidiana.
Previas a la serie de que hemos hablado, aparecen dos pinturas con el mismo nombre: En la cama. En ésta, la versión de 1892, el artista recoge con el más absoluto naturalismo el amor existente entre ambas. Henri se ha colado en la habitación para ofrecernos una imagen totalmente cotidiana de la vida bohemia de Montmartre, eliminando todo elemento anecdótico para centrar su atención en las dos mujeres que se miran con ternura. El encuadre e incluso el aspecto general del cuadro están relacionados con la fotografía; y es que Toulouse-Lautrec es un fotógrafo de la vida cotidiana que le rodea, como si de un cronista de los pinceles se tratara. Técnicamente, nos hallamos ante una obra en la que la línea ocupa un papel secundario respecto al color blanco predominante. Las sombras malvas y marrones se proyectan por las sábanas, relacionándose con el Impresionismo. Otra de las cualidades destacables de esta composición la encontramos en la captación psicológica de los rostros, ofreciendo Lautrec su mejor faceta como retratista.
Siguiendo con la línea realista, tenemos la versión de En la cama de 1893. Este trabajo, de delicada belleza, está ya relacionado con la decoración del burdel de la rue d´Amboise. La versión de 1892 tiene una estrecha relación con este cuadro, apareciendo también dos jóvenes acostadas en un lecho, mirándose fijamente con un apreciable gesto de ternura y cariño. La imagen está contemplada con una perspectiva alzada, tan querida tanto por Degas como por el propio Toulouse. Al igual que su predecesora, la pieza se relaciona con el Impresionismo al emplear sombras coloreadas, a pesar de que el color blanco domina la composición, mostrando cierta influencia de Whistler o Berthe Morisot. La intimidad y el naturalismo con el que Henri nos muestra esta delicada escena le ratifican como el fotógrafo de la nocturnidad parisina, ofreciéndonos con sus trabajos los aspectos ocultos de la bohemia
Esta pintura, El Beso (1892) es la primera de la serie ya mencionada, donde Henri vuelve a mostrarse como un cronista fotográfico de la noche parisina decimonónica. Las dos mujeres son contempladas por el pintor sin ninguna reserva, poniendo de manifiesto su cariño y eliminando todo tipo de tapujos. Ambas figuras se ubican en posturas escorzadas, empleando Lautrec una línea dominadora de la composición para aplicar el color de manera rápida, a base de cortos y violentos trazos que parecen relacionados con el Puntillismo. El contacto con la pintura impresionista lo encontramos de nuevo en la utilización de sombras coloreadas, preferentemente malvas, que se distribuyen por las dos mujeres. El contraste de tonalidades claras y oscuras es otro elemento a tener en cuenta en esta obra, una de los más atractivas del artista.
El sofá (1894-95) forma parte de la serie de cuatro cuadros realizados sobre el lesbianismo. Al pintarlas como algo de la vida cotidiana, no son imágenes obscenas; al contrario, no están exentas de sensibilidad y belleza. Las dos modelos protagonistas son las mismas que aparecen en El Salón de la Rue des Molins. La que contemplamos en primer plano es Mirielle, la favorita del pintor; el diván sobre el que se tumban es el mismo para toda la serie, con tonalidades amarillas y dos grandes cojines. Lautrec ha utilizado varias diagonales muy marcadas para incorporar a las dos figuras, creando así un aspecto más cotidiano, como hace con las arrugas de los vestidos. La línea será la gran protagonista de la escena ya que ha realizado la silueta de las figuras con trazos muy marcados en color negro. En cuanto a las tonalidades empleadas, juega con el contraste entre tonos fríos y cálidos al recurrir a amarillos, verdes y naranjas frente a negros, azules y grises, resultando un conjunto de gran belleza. Las pinceladas agresivas, sin aparente orden, son muy características de Lautrec.
Otra pintura que complementa la serie lésbica de Toulouse, es L’Abandon (1895). Quizá ésta sea una de las imágenes más clásicas de las pintadas por Henri, recordando a algunos desnudos de Tiziano o la Venus del Espejo de Velázquez debido al empleo de una figura serpenteante de espaldas. La escena se desarrolla en un interior; sobre el amplio diván aparecen los cuerpos de las dos mujeres vistiendo sólo su ropa interior, en posiciones contrapuestas, al colocarse una de espaldas y otra de frente. Los dos enormes cojines de la zona izquierda se convierten en el otro punto de referencia de la obra. Toulouse-Lautrec está interesado por el estudio de las figuras, sintiéndose atraído por su volumen y por el naturalismo del momento, enlazando con la pintura de Degas. El color, aunque tiene también importancia, pasa a un segundo plano debido al predominio de la línea. Las tonalidades claras empleadas son aplicadas con largas y empastadas pinceladas resultando una obra de gran belleza.
De su famosa serie, quizá la más erótica es Las dos amigas (1895). Las modelos, más jóvenes y delgadas que las que se muestran en los otros cuadros, aparecen en el mismo diván que en las imágenes compañeras. No sólo es la más erótica, sino la más estereotipada de la serie; incluso, dicen los críticos, parecen tener sus roles más marcados ya que la muchacha de segundo término lleva una camisa de aspecto masculino mientras que la que encontramos en primer plano lleva el vestido rojo bajado, apreciándose sus medias negras. Como buen observador, Lautrec capta perfectamente la intimidad de sus figuras, empleando para ello un perfecto dibujo con unas líneas muy marcadas y un colorido vivo y alegre, aplicado con rapidez.
Aunque no toca el tema lésbico, el Salón de la Rue des Molins (1894) está intimamente relacionada con aquellas. Henri frecuentaba este burdel y, posiblemente, la mujer que contemplamos en primer plano sea Mireille, su favorita. La del fondo, vestida de negro con la nariz respingona es Rolande, otra de sus admiradas. La riqueza del prostíbulo causaba sensación entre sus visitantes, en especial por sus lujosas habitaciones decoradas al estilo chino, oriental, japonés o gótico. El propio pintor vivió durante una temporada en el Salón, donde invitaba a sus amigos diciendo que era su estudio. Henri ha querido representar el aburrimiento de las prostitutas a la espera de clientes; no existe ninguna comunicación entre ellas, aisladas quizá por Madame Baron, la mujer de rosa, que regentaba el negocio. La enorme profundidad de la pieza se consigue al colocar a las mujeres en planos paralelos, distorsionando el fondo del salón morisco. El firme dibujo vuelve a ser la característica definitoria de Toulouse-Lautrec aunque también hay que advertir el interés por el color, especialmente las tonalidades oscuras a las que añade tonos claros que dan mayor alegría al conjunto.