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Gracias pajarito Manuel Rodríguez Troncoso
La gata Blanquita, su hermana y Miau, al volver de la robleda para sus casas, antes de despedirse, quedaran en verse el día de San Antón. Ya sabéis, niñitos lectores de estos cuentos, que San Antón -según nos contaron nuestros abuelos y nuestros bisabuelos- es un santo que protege los animales. Los gatitos lo sabían. Por eso acordaron verse ese día. A Miau lo acompañó otro gatito. Se juntaron los cuatro en un cobertizo solitario que había en el fondo del pueblo. Blanquita, Nizace y Miau se pusieron muy contentos. Se saludaron, recordaron la aventura que habían pasado juntos, cuando el Jilguero les avisó del lobo, y seguidamente Miau presentó su amigo a Blanquita y a Nizace.
El gatito nuevo se hallaba un tanto retraído porque le faltaba familiaridad con las dos gatitas y -según se supo pasado un tiempo- porque quedó maravillado y gratamente sorprendido de la hermosura de Blanquita. Pero Blanquita, que era muy inteligente y sociable, se acercó a él sonriente, le tiró del rabo para bromear, le puso sus patas delanteras sobre su cabeza y cuando el gatito le siguió el juego, le dijo: - Ya te había visto algunas veces sobre un muro tomando el sol y lamiéndote, cerca de una higuera, en la parte alta de la aldea. Tienes un pelo muy bonito, ¿cómo te llaman? - Me llaman Micifuz. También yo te había visto desde lejos en alguna ocasión, a ti o a otra gatita con el pelo blanco como el que tú tienes. - Era yo, porque en el pueblo solamente somos blancas mi mamá y yo. Los demás gatos son grises, negros, mezcla de blanco y negro o castaños. Nos alegramos de que hayas venido con Miau. Lo pasaremos muy bien. -Gracias.
Jugaron un rato, saltaron sobre unas cajas que había en el cobertizo, vigilaron un ratón que, al verlos, se refugió en un agujero de la pared, y al final el gatito Miau pasó un apuro muy grande, pues -por fisgar y ver lo que había al otro lado- se le ocurrió meter la cabeza en el orificio de una red rota y quedó atrapado sin poder sacarla. Tuvieron que ayudarle para liberarlo, entre risas y bromas, las dos gatitas y Micifuz. A continuación, después de que Miau se tranquilizase del susto, la gatita Nizace dijo: - Estos últimos días, después de venir de la arboleda, estuvimos hablando mi hermana Blanquita y yo que debiéramos llevar un obsequio a Jilguerito, por habernos avisado del lobo y habernos salvado la vida. - Me parece bien -dijo Miau.
-Le llevaremos, si os parece, una bolsita de granos de mijo -propuso Blanquita-, que podemos coger en la finca de la Señora Generosa, la amiga de los gatos, de los perros y de los pájaros. Yo misma la cargaré en mi mochila. -Sí, sí Decidieron salir hacia la robleda una mañana temprano. El gatito Micifuz, que fue invitado y que, al principio, parecía no estar animado a ir, decidió acompañarles después de que Blanquita le convenció, diciéndole que lo pasarían muy bien.
-Andar por el campo -le dijo-, gatear por los árboles y arbustos, contemplar las flores, los pequeños animales silvestres y los pájaros, nos hará vivir en contacto con la naturaleza sensaciones muy agradables. El día fijado acudieron al cobertizo solitario y de allí salieron. Blanquita llevaba en su mochila dos bolsas, una llena de granos de mijo y otra de semillas de cardo, que añadió a última hora por lo mucho que gustan a los jilgueros. Para que la mochila no le pesara demasiado dejó en casa los demás objetos que habitualmente portaba, a excepción de la colonia con la que pensaba perfumar el camino, como lo había hecho en la excursión anterior.
Salieron muy contentos maullando una canción muy bonita, ¡más armoniosa y juvenil que la que habían oído en la Televisión, interpretada por unos gatos mayores! Siguieron camino, andando, saltando y jugando.
De vez en cuando Miau, que iba delante, se subía a un muro y acto seguido los otros tres lo imitaban. Otras veces acechaban a una lagartija, husmeaban en las bocas de los túneles horadados por el topo, y jugueteaban con las mariposas, saltamontes y cigarras, que abundaban en aquel trayecto. Blanquita, melosa y comunicativa, no se separaba de Micifuz, con la intención de que no se aburriera. Cerca de la Robleda, en una encrucijada, hallaron el cerdito de San Antón. El cerdo, que llevaba un collar en el cuello con una campanilla, se paró, quedó mirándolos un poco sorprendido, y los dejó pasar sin intercambiar ni una sola palabra (ni un solo maullido ni un solo gruñido). Los gatos siguieron viaje hacia la robleda y el cerdito continuó caminando hacia el pueblo vecino con gana de desayunar, pues todavía no había tomado la comida de la mañana (*)
Al llegar a la robleda empezaron a llamar al jilguerito. -¡Jilguerito! ¡¡Jilguerito de plumas amarillas y rojas!! -¡Jilguerito! -Jilguerito … o … o … o Pero el jilguerito no daba señales de vida. Siguieron y más adelante, al cabo de un rato, volvieron a llamarlo.
Cuando lo estaban haciendo por tercera vez, encontraron la mamá gallina (del cuento 1º) y seis pollitos, entre ellos “Blanquito de cola dorada”, que iban en la misma dirección con sendas bolsitas de granos de alpiste para ¡y qué casualidad! obsequiar también al jilguerito. Uno de los siete polluelos tuvo que quedar en el gallinero con una pata vendada, pues había sufrido una fractura al caerle una tabla encima de una pierna, y no podía caminar. Después de saludarse, de felicitarse mutuamente, ya que ambos grupos eran amigos de Jilguerito, Blanquita dijo a la gallina que se adelantaban porque corrían más que los polluelos. -Bien -le contestó la gallina- pero no le digáis que también nosotros le llevamos unos obsequios; le queremos dar una sorpresa. -No le diremos nada -contestó Miau. Siguieron caminando y, al llegar a una loma, los gatitos volvieron a llamar al jilguerito, igual que lo seguían haciendo los polluelos. -¡Jilguerito, amigo, de plumas amarillas! ¡¡Jilguerito!!! … ¡Jilguerito!
Esto lo oyó el jilguero y todos los animalitos de la arboleda. El jilguero, al oírlo, subió algo emocionado y sorprendido a la rama más alta del árbol más alto y se puso a escuchar. Pronto reconoció la voz de la gata Blanquita y la del Pollito de cola dorada, y decidió acudir junto a ellos. Pero el eco le desorientaba pues le llegaban voces de todas partes. Siguió escuchando atentamente y al fin voló a donde estaban los cuatro gatitos. Desde una rama les saludó, les agradeció que se acordaran de él y lo fueran a ver. A continuación Blanquita le dijo: -Te traemos dos obsequios (una bolsita con granos de mijo y otra con granos de cardo). -¡Oh!, muchas gracias. Los granos de cardo están riquísimos. -Dejadlos sobre esa piedra blanca.
Posaron las dos bolsitas sobre la piedra blanca y a continuación le ofrecieron una canción y un baile. Cuando estaban bailando “a la rueda, rueda”, un baile parecido un poco a la sardana, pues se cogían de la mano, llegaron la gallina y los seis pollitos, muy contentos pero fatigados. Esperaron a que terminaran de bailar y a continuación Pollito blanco de cola dorada se dirigió al Jilguero y le dijo: -Venimos a verte y a agradecerte lo que hiciste por mi. Gracias a ti, Jilguerito, no me comió el zorro maligno. Para expresarte nuestra gratitud te traemos bolsitas de alpiste, una mi mamá, una yo y una cada hermanito. El Jilguerito al ver y escuchar a Blanquita se emocionó, y seguidamente le dio las gracias a todos.
- ¡Gracias gallina, gracias pollitos, gracias gatitos! Sois muy agradecidos. Me estáis dando una gran alegría. ¡¡¡Muchas gracias!!! Ahora si queréis podéis llegar a la hermosa cascada que cae sobre peñas de diamante y de rubí, y que hay al otro lado del monte. El zorro y el lobo hace muchos días que no andan por aquí. En todo caso yo estaría vigilándolos. Los gatitos se animaron a ir ver la cascada. La mamá gallina por el contrario decidió volver al pueblo con sus pollitos para cuidar al pollito de la pata partida. Los gatitos al ver la cascada, con la caía del agua y con sus reflejos y destellos de luz de siete colores quedaron maravillados. 20-Febrero-2007M.R.T.
(*)En algunos pueblos de España, concretamente en la comarca de La Cañiza (Pontevedra), en las últimas décadas del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, había el “porco de San Antón” (el cerdo de San Antonio Abad), que andaba, con una campanilla al cuello, por los caminos de casa en casa, en las que los vecinos de las diferentes aldeas le daban cobijo y alimento. ¡Era el “porco de San Antón”, el “porco” de un santo! El cerdo crecía, engordaba y en el San Martino lo sacrificaban o lo vendían. El producto -según tengo entendido- se destinaba a sufragar gastos de la fiesta que se celebrada en honor del Santo (el día 17 de Enero) o ayudar a las necesidades de la Iglesia.
Ilustración Ainhoa Pérez Lazcano