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La vida en Cristo La vocación del hombre, la vida en El Espíritu. Lo que se profesa en el Sím- bolo de la Fe, los sacramen- tos lo comunican. En efec- to, con ellos los fieles reci- ben la gracia de Cristo y los Dones del Espíritu Santo,
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La vida en Cristo La vocación del hombre, la vida en El Espíritu Lo que se profesa en el Sím- bolo de la Fe, los sacramen- tos lo comunican. En efec- to, con ellos los fieles reci- ben la gracia de Cristo y los Dones del Espíritu Santo, que les hacen capaces de vivir la vida nueva de los hijos de Dios en Cristo, aco- gido con Fe.
La dignidad de la persona humana El hombre, imagen de Dios La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y se- mejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre. La persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo a la biena- venturanza eterna.
El hombre alcanza la biena- venturanza en virtud de la gracia de Cristo, que lo ha- ce participar de la gracia Divina. En el Evangelio, Cristo seña- la a los suyos el camino que lleva a la felicidad sin fin: las Bienaventuranzas. La gracia de Cristo obra en todo hombre que siguiendo la recta conciencia busca y ama la verdad y evita el mal.
Las Bienaventuranzas son el centro de la pre- dicación de Cristo. Recogen y perfeccio – nan las promesas de Dios, hechas a partir de Abraham. Dibujan el rostro mis- mo de Jesús y trazan la auténtica vida cristia- na, develan al hombre la bienaventuranza eterna.
Las Bienaventuranzas respon- den al innato deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre. A fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer.
La bienaventuranza consiste en la visión de Dios en la vida eterna. Cuando seremos partícipes de la gloria de Cristo y del gozo de la vida trinitaria. La bienaventuranza supera la capacidad humana; es un don sobrenatural y gra – tuito de Dios, como la gracia que nos con- duce a ella. Nos estimula a amar a Dios sobre todas las cosas.
Poder dado por Dios al hombre de obrar o no obrar. De hacer esto o aquello. De ejecutar de este modo por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es la característica de los actos propiamente humanos.
Cuanto más se hace el bien, más libre es el hombre. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios. Implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. La elección del mal es un abuso de la li- bertad.
La libertad hace al hombre responsable de sus actos. En la medida en que éstos sean volun – tarios. La responsabilidad de una acción puede quedar disminuida o anulada: A causa de la ignorancia, el miedo, la inadvertencia, la violencia, los afectos desordenados.
El derecho al ejercicio de la libertad es propio de todo hombre, insepara- ble de su dignidad de persona humana. Ha de ser siempre respe- tado. Especialmente en el campo moral y religioso. Debe ser civilmente reconocido y tutelado, dentro de los límites del bien común y del justo orden público.
Nuestra libertad se halla debilitada por causa del pecado original. Se agrava aún más por los pecados suce- sivos. Pero Cristo nos liberó. El Espíritu Santo nos conduce con su gra- cia a la libertad espiritual. Nos hace colaboradores suyos en la Igle- sia y en el mundo.
La moralidad de los actos humanos depende de tres fuentes: Del objeto elegido. De la intención del sujeto que actúa. Y de las circunstancias de la acción.
El acto es moralmente bueno cuando su- pone, al mismo tiempo, la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. No es lícito hacer el mal para conseguir un bien. Un fin mal puede corromper la acción, que de hecho, puede ser buena. Las circunstancias pueden atenuar o in- crementar la responsabilidad.
Hay actos siempre ílicitos en razón de su objeto: La blasfemia El homicidio El adulterio Suponen un desorden de la voluntad. Un mal moral que no puede ser justificado.
Las pasiones son los afectos, emociones o impulsos de la sensibilidad. Invitan a obrar o a no obrar, en vista de lo que se percibe como bueno o malo. Las principales son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la cólera.
Las pasiones no son en sí ni buenas ni malas. Son buenas cuando contribuyen a una ac- ción buena. Son malas en caso con- rario. Pueden ser asumidas en las virtudes o pervertidas en los vicios.
La conciencia moral es un juicio de la razón. Impulsa al hombre a hacer el bien y evitar el mal. La persona asume su responsabilidad. Cuando el hombre la escucha puede sentir la voz de Dios que le habla.
La dignidad de la persona hu- mana supone la rectitud de la conciencia moral. El hombre no debe ser forza- do a obrar contra su concien- cia. No se le debe impedir obrar de acuerdo con ella, sobre todo en el campo religio- so, dentro de los límites del bien común.
La conciencia recta y veraz se forma con la educación. Con la asimilación de la Palabra de Dios las enseñanzas de la Iglesia. Se ve asistida por los dones del Espíritu Santo. Los consejos de las personas prudentes. La oración y el examen de conciencia.
Tres son las normas que debe seguir siempre la conciencia: 1.- Nunca está permitido hacer el mal pa- ra obtener un bien. 2.-Cuanto queráis que os hagan los hom- bres, hacédselo también a ellos. 3.-Respeto del prójimo y de su conciencia.
La persona siempre debe obedecer al jui- cio cierto de la propia conciencia. Sin embargo, ésta puede emitir juicios erróneos, no siempre sin culpa. No es imputable el mal cometido por igno- rancia. Es necesario esforzarse para corregir la conciencia moral de sus errores.
Presentación en POWER-POINT realizada por Violeta Vázquez para www.oracionesydevociones.info