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MILAGROS de JESÚS. CUENTOS. Javier Bengochea, ACTO DE FE. Yo te ofrezco, Señor, mi paso humilde de pobre caracol, por las veredas empinadas y estrechas de tus límites. No me des nubes, ni me prestes alas : para llegar a Ti, yo quiero andar a pie, por los caminos de tu gracia.
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Javier Bengochea, ACTO DE FE Yo te ofrezco, Señor, mi paso humilde de pobre caracol, por las veredas empinadas y estrechas de tus límites. No me des nubes, ni me prestes alas : para llegar a Ti, yo quiero andar a pie, por los caminos de tu gracia.
Que no note tu ayuda. Que mi paso no tenga que apoyarse en las muletas para enfermos sin fe, de tu milagro. No montes para mí la gran tramoya de tu dúo difícil con el trueno, sino el sencillo charlar de la parábola. Ni es preciso, Señor, que te molestes en explicarme a mí tu teorema con un extraño número de peces.
Yo siento tu delicia en el sencillo acariciar el viento mi fatiga, cuando mueves tus manos de abanico. Todo lo sé, porque el dolor ahora es el milagro que mejor me explica el luminoso enigma de tu sombra. Porque puedes multiplicar mi hambre, y yo te seguiré por los caminos, sin recurrir al truco de los panes.
FE No me digáis que el hombre es sólo el hombre. Haría falta fe para creerlo. Una gran fe, difícil y abundante: esa fe de creer en lo que vemos.
Yo no tengo la fe de los que dicen que Dios no existe, pero existen ellos, y se miran y afirman: esto es todo, y son su claro y único argumento.
Han bajado a las cuevas de sus frentes iluminados por el pensamiento. No estaba Dios. Nos han tranquilizado: bajad sin esperanzas y sin miedo.
El hombre es hombre y nada más que hombre, por estos, y por estos, y por estos seguros raciocinios. Hablan claro, y explican el porqué de cada hueso. Algunos tienen fe, y se lo creen incluso testifican con los muertos.
No hay que pensar ¿de dónde hemos venido? si está claro hasta dónde descendemos. Pero yo, no. Yo, no. La fe que tienen no llega a mí. Me falta. Yo no creo. No sé, no sé, ni sabe nadie. Nadie.
Lo testifico yo con el misterio. El misterio es seguro. Existe. ¡Mira! Tapa mis ojos y me deja ciego. Cierra mi boca con su tacto oscuro. Es la mano de Dios. Y yo la beso.
La Fe y las montañas Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe. MONTERROSO: Cuentos, Fábulas y lo demás es silencio. p.177
¡SUELTA LA RAMA! Un ateo cayó por un precipicio y, mientras rodaba hacia abajo, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol, quedando suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo, pero sabiendo que no podría aguantar mucho tiempo en aquella situación. Entonces tuvo una idea: «¡Dios!», gritó con todas sus fuerzas. Pero sólo le respondió el silencio. «¡Dios!», volvió a gritar. «¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!» ¡Más silencio! Pero, de pronto, una poderosa Voz, que hizo que retumbara todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto: «Eso es lo que dicen todos cuando están en apuros».
«¡No, Dios, no!», gritó el hombre, ahora un poco más esperanzado. «¡Yo no soy como los demás! ¿Por qué había de serlo, si ya he empezado a creer al haber oído por mí mismo tu Voz? ¿O es que no lo ves? Ahora todo lo que tienes que hacer es salvarme, y yo proclamaré tu nombre hasta los confines de la tierra!» «De acuerdo», dijo la Voz, «te salvaré. Suelta esa rama». «¿Soltar la rama?», gimió el pobre hombre. «Crees que estoy loco?»
Se dice que, cuando Moisés alzó su cayado sobre el Mar Rojo, no se produjo el esperado milagro. Sólo cuando el primer israelita se lanzó al mar, retrocedieron las olas y se dividieron las aguas, dejando expedito el paso a los judíos. A. Mello (Rana, T.I, p.73-74)
CUIDADO El sacerdote anunció que el domingo siguiente vendría a la iglesia el mismísimo Jesucristo en persona y, lógicamente, la gente acudió en tropel a verlo. Todo el mundo esperaba que predicara, pero él, cuando fue presentado, se limitó a sonreír y dijo: «Hola». Todos, y en especial el sacerdote, le ofrecieron su casa para que pasara aquella noche, pero él rehusó cortésmente todas las invitaciones y dijo que pasaría la noche en la iglesia. Y todos pensaron que era muy apropiado.
A la mañana siguiente, a primera hora, salió de allí antes de que abrieran las puertas de la iglesia. Y cuando llegaron el sacerdote y el pueblo, descubrieron horrorizados que su iglesia había sido profanada: las paredes estaban llenas de «pintadas» con la palabra «¡CUIDADO!» No había sido respetado un solo lugar de la iglesia: puertas y ventanas, columnas y púlpito, el altar y hasta la Biblia que descansaba sobre el atril. En todas partes, ¡CUIDADO!, pintado con letra grandes o con letras pequeñas, con lapicero o con pluma, y en todos los colores imaginables.
Dondequiera que uno mirara, podía ver la misma palabra: «¡CUlDADO, cuidado, Cuidado, CUIDADO, cuidado, cuidado...!» Ofensivo. Irritante. Desconcertante. Fascinante. Aterrador. ¿De qué se suponía que había que tener cuidado? No se decía. Tan sólo se decía: «¡CUIDADO!» El primer impulso de la gente fue borrar todo rastro de aquella profanación, de aquel sacrilegio. Y si no lo hicieron, fue únicamente por la posibilidad de que aquello hubiera sido obra del propio Jesús.
Y aquella misteriosa palabra, «¡CUIDADO!», comenzó, a partir de entonces, a surtir efecto en los feligreses cada vez que acudían a la iglesia. Comenzaron a tener cuidado con las Escrituras, y consiguieron servirse de ellas sin caer en el fanatismo. Comenzaron a tener cuidado con los 7 sacramentos, y lograron santificarse sin incurrir en la superstición. El sacerdote comenzó a tener cuidado con su poder sobre los fieles, y aprendió a ayudarles sin necesidad de controlarlos. Y todo el mundo comenzó a tener cuidado con esa forma de religión que convierte a los incautos en santurrones.
Comenzaron a tener cuidado con la legislación eclesiástica, y aprendieron a observar la ley sin dejar de ser compasivos con los débiles. Comenzaron a tener cuidado con la oración, y ésta dejó de ser un impedimento para adquirir confianza en sí mismos. Comenzaron incluso a tener cuidado con sus ideas sobre Dios, y aprendieron a reconocer su presencia fuera de los estrechos límites de su iglesia. Actualmente, la palabra en cuestión, que entonces fue motivo de escándalo, aparece inscrita en la parte superior de la entrada de la iglesia, y si pasas por allí de noche, puedes leerla en un enorme rótulo de luces de neón multicolores.
TALES (Espejos) Hace dos mil seiscientos años, en la ciudad de Mileto, un sabio distraído llamado Tales paseaba en las noches, y espiando estrellas solía caerse en algún pozo. Tales, hombre curioso, pudo averiguar que nada muere, que todo se transforma y que nada hay en el mundo que no esté vivo, y que en el origen y en el fin de toda vida está el agua. No los dioses: el agua. Los terremotos ocurren porque la mar se mueve y alborota la tierra, y no por las rabietas de Poseidón. No es por gracia divina que el ojo ve, sino porque el ojo refleja la realidad, como el río refleja los arbustos de las orillas. Y los eclipses ocurren porque la luna tapa el sol, y no porque el sol se esconda de las iras del Olimpo.
Tales, que en Egipto había aprendido a pensar, predijo los eclipses sin error, sin error midió la distancia de los barcos que venían de altamar, y supo calcular exactamente la altura de la pirámide de Keops por la sombra que proyectaba. Se le atribuye el teorema más famoso, y cuatro más, y hasta dicen que descubrió la electricidad. Pero quizá su gran hazaña fue otra: vivir como vivió, desnudo del abrigo de la religión, sin consuelos.
Palabras Andantes.Historia de la segunda visitación de Jesús Y baja Él. Llega colgado de un paraguas abierto. Un viento inesperado, lo mantiene flotando un buen rato sobre el gentío. Agarrado con ambas manos del paraguas, el hijo de Dios no puede evitar que el viento le levante el camisón y descubra sus humanas desnudeces. Por culpa del viento, cae en la fuente. Los devotos, mudos ante el milagro, lo ven emerger de las aguas entre los angelitos de mármol. Jesús se sacude como perro mojado.
Batepapo, que viste ropas de profeta, aplaude. Un tirón al rabo y el león ruge. Pero la gente asiste quieta al espectáculo. Quieta y callada. En la plaza, santuario de las apariciones, los pobres quieren ser ricos y los ricos quieren ser pocos, los negros quieren ser blancos y los blancos quieren ser eternos, los niños quieren ser grandes y los grandes quieren ser niños, los solteros quieren casarse y los casados quieren enviudar.
—¡Habitados habitantes! —clama Jesús —. ¡Ayer diré lo que digo! ¡Ustedes estamos locos! Todos contemplan, bizcos de asombro, al chorreante estropajo que agita sus largos brazos o aspas de molino y salpica aguas y pregunta rarezas: —Mirar al cielo, ¿les dará el Paraíso o les dará tortícolis? ¿Dónde está el reino, sino en el exilio que lo busca?
Batepapo aplaude, sin ganas y sin eco, y hace rugir al león. El hijo de Dios, se vuelve hacia la fiera, que se ha quedado con la boca abierta, y señalándola, se dirige a todos como si fueran uno: —Si la bestia te ataca, ¿qué harás? ¿Rezarás? ¿Te resignarás, y que se cumpla la voluntad de Dios? ¿O te treparás a un árbol? A mi papá no le gusta que lo usen de coartada para la cobardía o la estupidez.
El león lo mira, lo estudia. En la multitud nacen rumores enemigos. —Éste no es —murmura una señora, mirando de mala manera al haraposo mesías embarazado de cerveza — Yo a Jesús lo vi en la tele y era igualito a Burt Lancaster. —¡El exilio está en ustedes, y el reino también! —insiste el enviado del Señor, pero los murmullos crecen y ya se escuchan los primeros gritos: —¡Que sangre! ¡Que pruebe que es Dios! ¡Que le brote la sangre en el costado!
Impasible, Jesús continúa: —El ojo que no se ve, es el ojo que ve. —Yo no veo nada —musita doña Poca, que se ha enredado en esta tremolina mientras caminaba, a tientas, hacia su atalaya del café. Estrujados por el gentío, los vendedores se abren camino a los codazos y vocean sus mercaderías, maní, maníííí, manlseeero, calientitos los churros, helaaaaados, mientras la desconfianza se vuelve furia contra este redentor barrigón, que no luce más adorno que un chichón en la calva cabeza y que no regala astillas de la santa cruz, ni espinas de la corona, ni nada. Un bombardeo de clamores:
—¡Que sangre! ¡Que sangre! —¡Que se coma una cucaracha viva! —¡Impostor! —¡Que nos devuelvan la plata! Pero entonces una discusión estalla en medio de la multitud y por un instante distrae la arremetida de la cólera: hay quienes sostienen que al genuino Jesús lo mataron los italianos y otros aseguran que fueron los judíos. Hay quienes juran que resucitó el Sábado de Gloria y otros saben que eso ocurrió el domingo a las diez en punto de la mañana.
Jesús aprovecha la efímera tregua y se escabulle del rabiadero. Está de pie, erguido sobre las rocas, de cara a la mar que lo moja con su espuma. Sobre su hombro duerme una gaviota. Me acerco desde atrás. Él no se mueve y la gaviota tampoco. Después, se sienta en una roca y hunde la cabeza entre las rodillas. Me parece que se queja: —Ellos me odian porque creen que me deben favores. Me siento a su lado. Él alza la cara contra el viento. —Uno no escarmienta —dice, sin mirarme —. Papá me había prohibido volver.
Se escarba la barba deshilachada: —Él no los quiere, por casi buenos. El Diablo tampoco, por casi malos. Tanto se parece Jesús a mi amigo perdido, el domador de pulgas, que casi le digo: —Dudú. Y pienso que mi país es un pañuelo, un pañuelo doblado. Pero él me mira, y sus pupilas reflejan un paisaje que no es de este mundo, destellos de un lugar sin límites que ni el sol conoce.
—Pronto cumpliré treinta y tres años —dice. La gaviota dormida se echa a volar, se pierde en el cielo. —Me van a escuchar después de muerto —dice —. Aquí, en la tierra, es así. Recoge un puñado de arena, lo deja caer de a poquito. Regresamos a la plaza. Hay alguna gente, cada cual en el ir y venir de su ajetreo, pero nadie nos presta la menor atención. —Querían que me tirara sin paraguas —suspira Jesús, ante la fuente —. Escabeche de Dios.
Y triste sonríe para la foto. Posamos juntos, bajo una palmera. El fotógrafo, encapuchado en su cámara de cajón, tira de la cuerdita del disparador. Después realiza algunas operaciones misteriosas en la oscuridad, extrae el negativo, lo seca al aire y vuelve a meter la cabeza en la capucha. Cuando la foto emerge del balde de agua y llega, por fin, a mis manos, descubro que estoy solo. Nadie aparece a mi lado en esa foto. Nadie, como no sea la palmera.
Antiguo: natural Medioevo: sobre Modernidad: anti
NOCIÓN CATÓLICA
TERMINOLOGÍA: Hch.2,22 • Psicológico: prodigio (teras): Modernidad 2. Ontológico: poder (dynamis): Sto. Tomás y Vaticano I 3. Semiológico: signo (semeia): Agustín y Vaticano II (DV. nº 4)
Teología • Signos Anormales del amor Anormal de Dios (B. Pascal). • Del poder al AMOR. • De la tecnología a la Simbología. • Respeto a la libertad (ES. Pablo VI): la fe (Mc.6,1-5).
Pablo VI ECCLESIAM SUAM (1964, nº 29 e)
CARACTERÍSTICAS del "COLOQUIO" de la SALVACIÓN (El diálogo de la salvación no obligó físicamente a nadie a acogerlo; fue un formidable requerimiento de amor, el cual si bien constituía una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigió, les dejó, sin embargo, libres para acogerlo o rechazarlo, adaptando inclusive la cantidad y la fuerza probativa de los milagros a las exigencias y disposiciones espirituales de sus oyentes, para que les fuese fácil un asentimiento libre a la divina revelación sin perder, por otro lado, el mérito de tal asentimiento.
Exorcismos: sin fe. • Curaciones: Fe. • Legitimación: controversia. • Prodigio vs. milagros. • Milagros don: panes. • Milagros salvamento: tempestad. Presupuestos Teológicos: Creación y Resurrección.
Estructura Literaria GALILEA camino JERUSALÉN 1,1-8,21 8,22-10,52 11,1-16,8