E N D
Hacia el año 18 de nuestra era, un joven de poco mas de quince años, judío de raza, de la tribu de Benjamin, llamado Saúl (o Saulo), dejaba su ciudad natal de Tarso de Cilicia y se hacía a la mar rumbo a Jerusalén. De una manera en parte imaginaria en parte real llevaba consigo cinco acompañantes invisibles cuya síntesis constituía la personalidad del joven viajero. Él primer compañero de viaje era un ciudadano romano. Saúl era súbdito de aquel gran Imperio; tenía, además, el derecho de ciudadanía por nacimiento y sabía acogerse, si había lugar, a las prerrogativas que este título le confería.
Junto al ciudadano romano había en Saúl un griego. Se expresaba en esta lengua, que era la que se hablaba en Tarso, con corrección y con agilidad. Estaba acostumbrado a oír fragmentos de los poetas helénicos, a hablar de las competiciones atléticas en el estadio y a contemplar el esplendor externo y la belleza de formas de aquella cultura deslumbradora. El tercer viandante invisible era un obrero. "El que no enseña a su hijo un oficio le hace ladrón", se decía entre los judíos. Y el padre de Saúl, aunque era, al parecer, un acomodado comerciante de paños, quiso que su hijo aprendiera desde muy joven el oficio de tejedor de lonas para tiendas de campaña.
De la imaginaria comitiva formaba parte también un fariseo. Fariseo e hijo de fariseos era Saúl, y, como tal, pegado hasta lo inverosímil a las tradiciones de sus mayores, capaz de recorrer el cielo y la tierra para hacer un prosélito, de dura cerviz en sus empresas para no ceder ante los obstáculos, anhelante por la venida del Mesías liberador del yugo extranjero y guardador de la Ley hasta en sus mínimos detalles externos.. El último acompañante de Saulo era un sincero y afanoso buscador de la verdad. Ya junto a los rabinos tarsenses la había buscado en la lectura de la Torah (Ley) primero. y luego en el estudio de la Mishnáh (tradición oral). Pero su alma anhelaba un conocimiento mayor de la suprema verdad, que es Dios, y su palabra revelada.
Ese era justamente el motivo de su viaje. Al emprenderlo no soñaba en otra cosa que en poder oír las doctas explicaciones del prestigioso Gamaliel, jefe de la escuela de Hillel, miembro destacado del Sanedrín y rabino famoso entre los famosos. Varios años pasó en aquella escuela, rival de la de Schammai, estudiando la Haggada, esto es, el dogma e historia del Antiguo Testamento. Al cabo de aquel tiempo la Escritura no tenía secretos para él. La sabía en gran parte de memoria, no sólo en el original hebreo, sino también según la versión griega de los Setenta. Años más tarde, cuando en sus viajes no le era dado llevar consigo los voluminosos rollos sagrados, podría citar de memoria con facilidad textos y más textos de la Ley.
No sabemos a punto fijo qué hizo y adónde fue Saulo cuando terminó sus estudios en Jerusalén. Parece indiscutible que no estaba en Palestina durante los años del ministerio público de Cristo, a quien, por consiguiente, no pudo conocer antes de su ascensión. Pero sí sabemos que, cuando tenía unos treinta años de edad, Saulo volvía a estar en la Ciudad Santa, si bien no en calidad de estudiante, sino como fariseo exaltado al rojo vivo.
Un día, estando en la sinagoga de los de Cilicia, cuando oyó que el diácono Esteban, después de un discurso, a su juicio, indignante, terminaba llamando a los judíos "duros de cerviz e incircuncisos de corazón", y proclamando Mesías a un crucificado, herido por el escándalo de la cruz, cerró sus puños “lleno de rabia" y "rechinó de dientes contra él" con los demás fariseos asistentes. Y cuando, al poco rato, el vehemente diácono moría apedreado, Saulo animaba a los improvisados verdugos y custodiaba sus vestiduras. A partir de aquel momento, "respirando amenazas de muerte" contra todos los cristianos, se dedicaba a buscarlos en sus propias casas para hacerlos encarcelar.
Con todo, los días de aquel ofuscado fariseo que vivía en el alma de Saulo y la tiranizaba estaban contados. Camino de Damasco, iba a morir ahogado por una impetuosa catarata de gracia divina. Y, al morir el fariseo, nacería para la Iglesia y la historia el gran Apóstol. Los demás estratos del alma paulina quedaron intactos, si bien perfeccionados por la gracia. A lo largo de su densa vida volverán a aparecer uno tras otro, aunque en orden inverso y sustituyendo al fariseo muerto el apóstol vivo.
Saulo seguía siendo un buscador de la verdad. Pero no ya de aquella verdad pequeña y estrecha compuesta de mil fragmentos diminutos de verdad de que se componía la doctrina de los fariseos, sino de la Verdad infinita, de la Verdad hecha hombre en Aquel que dijo: “Yo soy la verdad". En efecto. Terminada su estancia junto a aquel judío llamado Judas que le hospedó en su casa de la calle Recta de Damasco, Saúl, sin pedir consejo a la carne ni a la sangre, se marchó a Arabia. Allí, lejos de la persecución de sus antiguos correligionarios, tendría recogimiento, soledad y paz para ahondar en aquella Verdad que había encontrado, reflexionando, meditando y orando. Allí llegaría a su plenitud la gran metamorfosis espiritual del alma de Saulo: Cristo, el blanco de sus odios más cordiales, acabaría siendo el ideal total de su vida; el fariseo estrecho y rencoroso dejaría paso al apóstol generoso y anhelante. Todo esto fue realizándose lenta y silenciosamente en aquel retiro espiritual de casi tres años de duración que Saulo hizo en Arabia, acaso en las laderas del Sinaí, y en el que abundarían las ilustraciones interiores y las comunicaciones de Dios.
PÁGINAS BUSCADAS http://mercaba.org/SANTORAL/Vida/06/06-29_San_pablo.htm http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_de_Tarso http://multimedios.org/especiales/sanpablo/sanpablo.php
CRÉDITOS AROA CLAUDIA ALIE