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INTRODUCCIÓN • El cuidado de los valores de la familia cristiana es una tarea ineludible para todos los que formamos parte de la iglesia. Decimos que la familia cristiana es aquella en donde se le da prioridad a la comunicación entre padres e hijos de los contenidos de las virtudes teologales. • Sabemos que la familia cristiana en nuestro tiempo está atravesando un momento que le hace muy vulnerable. Es una realidad amenazada de una progresiva disolución. La disolución, consciente o inconsciente, de los valores a los que la familia cristiana sirve, sería muy lamentable en todos los sentidos. • Conviene tomar conciencia de un contraste. No es lo mismo una sociedad (o un grupo social en particular) atento al ejercicio de los valores tradicionales de la vida familiar que una sociedad (o unos grupos sociales) donde se haya producido su pérdida. En la familia cristiana mantienen su vigencia las creencias, las esperanzas y las predilecciones afectivas que se derivan del Evangelio. En la sociedad que resulta de su abandono (más o menos culpable) lo que aparece como característico es una síntesis de increencias, de desesperanzas y de enemistades.
Para cerrarle el paso a esta situación, que es lo que va ganando terreno en nuestra sociedad, conviene subrayar lo que es propio de la familia cristiana apelando a tres nociones para expresar el gozo de una grata convivencia, -jardín, vivero y huerto. La familia cristiana ha de responder a la imagen de un jardín florido, de un vivero selecto de semillas y tallos y de un huerto cerrado, cargado de sabrosos frutos. Estas tres imágenes quedan referidas poéticamente a las tres virtudes teologales: el jardín de flores a la fe; el vivero o semillero a la esperanza y el huerto de frutos a la caridad. La familia se concibe como el lugar más adecuado para la vivencia de cuanto conduce a las más firmes convicciones, a las más fundadas esperanzas y a las más amables experiencias. Las flores del jardín, que cada familia cristiana debe conservar, son las creencias. Las semillas del vivero, que mejor deberían desarrollarse, son las esperanzas. Los frutos del huerto, que habrán de ofrecerse a todos los hombres, son los servicios y sacrificios, que vienen del ejercicio de la caridad.
El jardín familiar tiene la belleza que le otorgan los colores vivos de aquello en lo que se cree, que no es el conocimiento derivado de la experiencia sensible de las cosas del mundo. Lo que se cree en la familia cristiana es cuanto forma parte de la sabiduría acerca de lo esencial, -de lo único importante y necesario. Las creencias con las que un hombre joven se va encontrando conforme él mismo crece entre sus hermanos son, exactamente, aquellas verdades que se proclaman en la profesión católica de fe, en el Credo. La familia cristiana, debe transmitir estas cinco creencias del todo substanciales: 1) La creencia en la Creación del mundo, visible e invisible; 2) La creencia en la Palabra de Dios Padre; 3) La creencia en la Encarnación del Hijo; 4) La creencia en la resurrección de Cristo y 5) La creencia en la Segunda Venida de Jesús, juez de vivos y muertos. Son las flores de un bello jardín, en nada parecido a un pagano jardín de delicias terrenales, el Edén. Lo simbolizado es la Gloria, el Reino de los Cielos y, en definitiva, el esplendor de la Verdad.
2. - El vivero El vivero de la vida en familia contiene la bondad que se deriva de la calidad de las semillas en sus tierras arraigadas. Es la capacidad de crecimiento lo que les hace fuertes y resistentes a la adversidad. Como el jardín de flores, el vivero de semillas tiene que permanecer debidamente acotado, cerrado e incluso resellado, hasta que se alcance el tiempo de la maduración. La esperanza cara al futuro de cada siembra (o de cada plantación) depende del preciso contenido de cuanto se espera. La familia cristiana espera aquello que en la oración dominical del “Padre Nuestro” se recoge como concretas esperanzas o deseos. El “Padre Nuestro” describe el Bien, cuando precisa cuales son las esperanzas tuteladas por la familia auténticamente cristiana, objeto de una oración suplicante.
La súplica de dones comienza • en la esperanza en la Gloria del Padre, cuyo Santo Nombre habrá de ser en la familia del todo santificado. • Prosigue en la esperanza del Reino de los Cielos y en la esperanza de la Tierra prometida, como posibles moradas de la paz. • Se va cerrando la súplica en lo más inmediato, en la esperanza en la Providencia para la necesidad de cada día, • en la esperanza en el Perdón de los pecados, • en la esperanza en la Salvación, • que se vincula a la victoria sobre la gran tentación y, finalmente, en la esperanza de la liberación del Mal, que sería la desesperanza radical. • Las siete peticiones del Padre Nuestro forman un haz (o una gavilla) de tallos tiernos que la familia debe cuidar con suma atención para hacer posible que se conviertan en árboles vigorosos.
3.- El huerto • El huerto como imagen familiar cristiana retiene el valor (o la riqueza) que se desprende del sabor de sus frutos. La familia cristiana es huerto cerrado, además de haber sido un jardín florido y de estar siendo un vivero de semillas selectas. Lo que aporta es gozo, felicidad y buenaventura. Aquí, la referencia al calor se aplica al mismo fuego que le da vida. El huerto cerrado protege de las heladas, de los fríos y de las posibles congelaciones a la intemperie. En definitiva, la familia cristiana se convierte en abrigo (o en refugio) donde se vigoriza la apertura de las almas hacia el Amor fecundo. • Todas las comunidades cristianas atentas al ejercicio de la religiosidad, han querido disponer de un espacio para su propio huerto. Lo pretendido es la fácil alternancia del trabajo, del esparcimiento y de la oración. Lo sugerido es la bienaventuranza, (la vida beata o definitivamente feliz) entre quienes se aman.
Las ocho Bienaventuranzas son el documento que contiene con total claridad las notas distintivas de los amigos de Dios, -es decir, de aquellos a quienes Dios ama de modo predilecto. La mayor de las gracias divinas está asociada en la familia cristiana al ejercicio de esas ocho notas. Son, en primera instancia, las preferencias por la pobreza, humildad y el dolor sobrevenido. Son en segunda instancia, las preferencias por la justicia, la misericordia y la pureza. Son, finalmente, las preferencias por los seres visionarios, sembradores y constructores de la paz y por los sufridores de persecución –acaso por hacerse de hecho los discípulos fieles del Señor que es tan justo como santo. En síntesis, la familia verdaderamente cristiana –a los pacíficos que amamos la paz se nos dice en la séptima bienaventuranza que seremos llamados hijos de Dios- tiene su sentido más certero, sublime y profundo cuando muestra capacidad para la superación de las increencias, para la eliminación de las desesperanzas y para el destierro de las enemistades.
La familia cristiana proclama el Credo, reza el Padre Nuestro en comunidad y, en definitiva, profundiza en las Bienaventuranzas. Esta es su manera de ejercer las virtudes teologales y de comunicar su contenido a las nuevas generaciones. • ESTOS SON LOS 4 TEMAS QUE COMPARTIREMOS • “Familia y Esperanza Cristiana”. • “En la Familia se aprende la Esperanza Cristiana” • “Familia y Comunión, Esperanza Cristiana” • “María en la Familia, Estrella de la Esperanza Cristiana”. • Hora Santa
Lectura bíblica. Efesios 2; 11-13: “Ustedes que nacieron de pueblos paganos, acuérdense. Los judíos, llamados circuncisos por estar marcados en su carne de mano de hombres, los llamaban a ustedes incircuncisos. En este tiempo estaban sin Mesías; no tenían parte en el pueblo de Israel; no les correspondían las alianzas de Dios ni sus promesas; no tenían ni esperanza ni Dios en este mundo. Pero ahora, en Cristo Jesús y por su sangre, ustedes que estaban lejos, han venido a estar cerca.
Lectura de la Enseñanza de la Iglesia. “Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo. El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción: Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Hay dos clases de presunción: O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria si mérito).” CIC 2090 -2092.
5. Reflexión. ¿En qué consiste esta esperanza que, en cuanto esperanza, es « redención »? Pues bien, el núcleo de la respuesta se da en el pasaje de la Carta a los Efesios: antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza. Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. La africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II.
Diálogo. Si nacimos y crecimos en una familia cristiana con valores y costumbres bien claros, ¿Por qué hemos dejado que el odio, la violencia y la muerte, nos roben nuestra paz? ¿Tenemos heridas sin cicatrizar? ¿Ofensas sin perdonar?
7. Compromiso. Orar por la Paz en nuestro corazón, en nuestra casa, en nuestra ciudad y en nuestra patria; por nuestras autoridades, la gente de buena voluntad y la conversión total de aquellos que han puesto una falsa esperanza a sus vidas lejos del amor de Dios.
Oración por la familia. • Padre, Tú que al enviarnos a tu Hijo hecho hombre, quisiste que formáramos parte de una familia humana, enseña a las familias las virtudes que resplandecieron en la casa de Nazaret. Ayuda a los padres de familia para que sean testigos de la fe entre sus hijos. Que su testimonio les haga conocer el rostro amoroso de Dios que por el Espíritu Santo nos has manifestado en Tu Hijo Jesús a través de tu Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Que su palabra ayude a los hijos a conocer y vivir la fe cristiana y las virtudes que nos acercan a ti. Haz que las familias permanezcan unidas como Tú, Jesucristo tu hijo y el Espíritu Santo son Uno, y sean vivo testimonio de amor, de justicia y solidaridad; que sean escuela de respeto, de perdón y de mutua ayuda; que sean fuente de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las demás formas de intenso compromiso cristiano. • Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Américaruega por nosotros!
Lectura bíblica. Rm 8,22-24: “Sabemos que toda la creación sigue con sus gemidos y dolores de parto. Lo mismo nosotros, aunque se nos dio el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos interiormente, anhelando el día en que Dios nos adopte y libere nuestro cuerpo. La salvación que se nos dio, la debemos esperar: ¿Cómo se podría esperar lo que se ve? Pues bien, esperar cosas que no vemos, significa tanto constancia como esperanza.
Lectura de la Enseñanza de la Iglesia. “Cristo, el gran Profeta, que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de su vida y con la fuerza de su palabra, realiza su función profética hasta la plena manifestación de su gloria. Lo hace no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino también por medio de sus laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Hech. 2,17-18; Ap. 19,10) para que la fuerza del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Ellos se muestran hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el presente (cf. Ef. 5,16; Col 4,5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rom. 8,25). Pero no pueden esconder esta esperanza simplemente dentro de sí…” LG 35.
Reflexión. Sabemos que las virtudes teologales son justamente esto, la manera propiamente cristiana de relacionarnos con Dios. Por esto son también la espina dorsal que mantiene unida y de pie la familia aunque falten muchas otras realidades. Y al revés, incluso en las mejores condiciones externas la familia cristiana no sobrevivirá sin la fe, la esperanza y la caridad. Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad son un don que todos los cristianos recibimos con el bautismo, a modo de semilla, que se debe educar y cultivar, especialmente en los primeros años, para que desarrolle toda su fuerza y dé fruto. Allí entra la labor que busca fomentar el crecimiento de las virtudes teologales en el fecundo terreno de la familia.
A) La vida de esperanza El Santo Padre Benedicto XVI nos recordaba en su segunda encíclica Spe salvi que sin esperanza no podemos afrontar el presente ni vivir con serenidad de cara al futuro (cf. N. 1). La esperanza cristiana nos pone en camino hacia nuestra meta suprema, Dios, en medio de las dificultades de la vida presente. La familia también es el lugar espontáneo donde se aprende a vivir la esperanza. En la historia de una familia no faltan pequeñas o grandes dificultades que requieren de los padres una actitud de fundamental confianza en Dios, de optimismo de frente a la vida, de alegría en medio de la tribulación. Cuando el niño ve que sus padres viven de este modo las pruebas que el Señor quiera mandarles, cuando se da cuenta de que existe una actitud fundamental de confianza, de abandono, de esperanza en las promesas divinas, entonces ellos mismos, sin percibirlo, irán impregnando su misma psicología de una actitud de serenidad, de responsabilidad, de optimismo y de esfuerzo para superarse que van ligadas a la esperanza cristiana. Es también esta virtud la que abre a la persona a las realidades últimas de la vida y la que le enseña el valor del tiempo de cara a la eternidad.
Muchas familias proyectan sus esperanzas de superación en sus propios hijos y están dispuestos a asumir grandes sacrificios para que sus hijos “tengan lo mejor”, puedan aprender y estudiar. Es una alegría especial ver que las familias de escasos recursos ponen allí los fundamentos sólidos para realizar los deseos de superación y las esperanzas de un futuro mejor para toda la familia o incluso todo un barrio. Como medio concreto para vivir la esperanza, como para la fe, está en primer lugar la oración, a quien Santo Tomás llamaba la “Interpretativa spei”, la intérprete de la esperanza (S. Th. II-II, 17, 4). La familia que ora aumenta la calidad de su esperanza
Diálogo. ¿Este clima de tanta violencia e inseguridad social que lamentablemente sufrimos no estará afectando la confianza en Dios de nuestras familias? ¿Cuántos jóvenes no se verán atraídos por la tentación del mal al no ver en sus padres una firme CONFIANZA EN DIOS? ¿Rezamos juntos?
7. Compromiso. Si conocemos a alguien que haya sido víctima de cualquier tipo de injusticia buscaremos la forma de llevarle ESPERANZA/REDENCIÓN. Rezaremos por ellos y por nosotros para que el Señor nos guarde de todo mal.
Oración por la familia. • Padre, Tú que al enviarnos a tu Hijo hecho hombre, quisiste que formáramos parte de una familia humana, enseña a las familias las virtudes que resplandecieron en la casa de Nazaret. Ayuda a los padres de familia para que sean testigos de la fe entre sus hijos. Que su testimonio les haga conocer el rostro amoroso de Dios que por el Espíritu Santo nos has manifestado en Tu Hijo Jesús a través de tu Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Que su palabra ayude a los hijos a conocer y vivir la fe cristiana y las virtudes que nos acercan a ti. Haz que las familias permanezcan unidas como Tú, Jesucristo tu hijo y el Espíritu Santo son Uno, y sean vivo testimonio de amor, de justicia y solidaridad; que sean escuela de respeto, de perdón y de mutua ayuda; que sean fuente de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las demás formas de intenso compromiso cristiano. • Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Américaruega por nosotros!
Lectura bíblica. 2 Cor. 5, 14-21: “El amor de Cristo nos urge al darnos cuenta de que si él murió por todos, todos entonces han muerto. El murió por todos, a fin de los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó. De suerte que nosotros desde ahora no miramos a nadie con criterio humanos; incluso a Cristo, si antes lo conocimos personalmente, debemos mirarlo ahora de otra manera. Por esa misma razón, el que está en Cristo es una criatura nueva. Para él lo antiguo ya ha pasado; un mundo nuevo ha llegado. Todo eso es la obra de Dios, que se reconcilió con nosotros en Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación (….) El no cometió pecado, pero Dios quiso que cargara con nuestro pecado para que nosotros, en él, participáramos de la santidad de Dios”.
Lectura de la Enseñanza de la Iglesia. La familia es el lugar privilegiado para la educación y el ejercicio de la vida fraterna, de la caridad y de la solidaridad, cuyas expresiones son múltiples. En las relaciones familiares se debe tomar con interés, acoger y respetar a los demás, los cuales han de poder encontrar el lugar que les corresponde en nuestro corazón. La vida en común es, además, una invitación a compartir, que permite salir del egoísmo. Aprendiendo a compartir y a darse se descubre la alegría inmensa que proporciona la comunión de bienes. Los padres, con delicadeza, tendrán buen cuidado de despertar en los hijos, mediante el ejemplo y las enseñanzas, el sentido de la solidaridad. Desde la infancia, cada uno está llamado, a hacer la experiencia de lo que significa la privación (…), para forjar así su carácter y dominar sus instintos, en particular el de la posesión exclusiva para uno mismo. Lo que se aprende en la vida de familia permanece luego durante toda la existencia (Juan Pablo II Mensaje Cuaresmal, 3-9-1993)
Reflexión. La familia en comunión de esperanza es una tarea de todos. Consideramos que la belleza intima de la familia le viene, ante todo, de ser obra de Dios: “los creó varón y mujer...”, llamándolos a la comunión del amor y a manifestar en su ser la imagen viva de la Trinidad. En este inefable misterio, la familia encuentra la gracia y la inspiración necesarias para vivir la comunión, en la que podemos vislumbrar la inmensidad del amor de Dios que alegra y plenifica el corazón del hombre. La familia se funda en el matrimonio, elevado también por Cristo a la dignidad de sacramento, constituido por la unión estable, perdurable, entre un varón y una mujer que comparten un proyecto común abierto a la comunicación de la vida. Por eso no se la puede equiparar a ningún otro tipo de unión. Esa familia merece el título de “santuario de la vida”. La vida humana, realidad preciosa y sagrada, debe ser respetada desde su concepción hasta su fin natural.
La familia tiene por vocación original ser escuela de humanidad, de sociabilidad y de amor. En su seno se debe reconocer la propia dignidad, se debe aprender a convivir y a descubrir la maravilla del amor. La familia se convierte así en remedio por excelencia para superar los efectos nocivos del desamparo y del abandono, con trágicas consecuencias de violencia, delincuencia y adicciones, que sufren especialmente los jóvenes. Muchas veces el desamparo y aún el abandono se deben a las condiciones de extrema pobreza e incluso de miseria que aquejan a tantos grupos familiares y a tantos ciudadanos en nuestra Patria. Desde la experiencia de Dios que nos anima a esperar, podemos renovar la familia. El encuentro con el rostro de Cristo vivo en el que brilla la feliz noticia de la misericordia del Padre, abre nuestros corazones a la comunión, la misión y la solidaridad.
El Papa Juan Pablo II nos invita a rezar en familia. La familia que reza unida permanece unida y reproduce el clima de la casa de Nazareth: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino. Esa oración alcanza su culmen cuando la familia participa de la Misa del domingo. Anhelamos también que en el amor manifestado en la cruz, las familias heridas por el dolor o por cualquier clase de rupturas puedan transfigurar sus situaciones y renovar la esperanza. Agradecemos a tantas familias de nuestra Patria por su testimonio silencioso de alegría y fidelidad al don de Dios, y las alentamos a no decaer en la tarea de hacer de cada hogar una escuela de comunión, solidaridad y santidad, en un sólida esperanza cristiana.
Diálogo. ¿Qué crees que nos diga Jesucristo, si llegamos a su presencia LOS UNOS SINO LOS OTROS? Si no hay nadie tan prójimo como los que viven en la misma casa y forman una misma familia ¿por qué resulta tan difícil dedicarnos a mostrarnos que sí nos queremos?.
7. Compromiso. Voy a decirles con mis mejores palabras cuánto los amo y lo firmaré con mi comportamiento hacia ellos.
Oración por la familia. • Padre, Tú que al enviarnos a tu Hijo hecho hombre, quisiste que formáramos parte de una familia humana, enseña a las familias las virtudes que resplandecieron en la casa de Nazaret. Ayuda a los padres de familia para que sean testigos de la fe entre sus hijos. Que su testimonio les haga conocer el rostro amoroso de Dios que por el Espíritu Santo nos has manifestado en Tu Hijo Jesús a través de tu Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Que su palabra ayude a los hijos a conocer y vivir la fe cristiana y las virtudes que nos acercan a ti. Haz que las familias permanezcan unidas como Tú, Jesucristo tu hijo y el Espíritu Santo son Uno, y sean vivo testimonio de amor, de justicia y solidaridad; que sean escuela de respeto, de perdón y de mutua ayuda; que sean fuente de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las demás formas de intenso compromiso cristiano. • Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de Américaruega por nosotros!
TEMA 4“María en la Familia Estrella de la Esperanza Cristiana”
Lectura bíblica. Lc 2, 41-52: “Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y, cuando cumplió doce años, fue también con ellos para cumplir con este precepto. Al terminar los días de la Fiesta, mientras ellos regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo notaran. Creyendo que se hallaba en el grupo de los que partían, caminaron todo un día y, después se pusieron a buscarlo entre todos sus parientes y conocidos. Pero, como no lo hallaron, prosiguiendo su búsqueda, volvieron a Jerusalén. Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Al encontrarlo, se emocionaron mucho y su Madre le dijo:: “Hijo, ¿por qué te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados”. El les contestó: “¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que tengo que estar donde mi padre?” Pero ellos no comprendieron lo que les acababa de decir. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles. Su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia tanto para Dios como para los hombres.
Lectura de la Enseñanza de la Iglesia. Dado lo que ahora experimentamos de vida social y familiar en la fe, surge la pregunta: “¿No hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás? No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cf. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos. En este contexto citamos al gran doctor griego de la Iglesia, San Máximo el Confesor († 662), el cual exhorta primero a no anteponer nada al conocimiento y al amor de Dios, pero pasa enseguida a aplicaciones muy prácticas: « Quien ama a Dios no puede guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'' [...], a imitación de Dios, sin discriminación alguna »[19].
Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto a todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro[20]. En la vida de San Agustín podemos observar de modo conmovedor la misma relación entre amor de Dios y responsabilidad para con los hombres. Tras su conversión a la fe cristiana quiso, junto con algunos amigos de ideas afines, llevar una vida que estuviera dedicada totalmente a la palabra de Dios y a las cosas eternas. Quiso realizar con valores cristianos el ideal de la vida contemplativa descrito en la gran filosofía griega, eligiendo de este modo « la mejor parte » (Lc 10,42). Pero las cosas fueron de otra manera. Mientras participaba en la Misa dominical, en la ciudad portuaria de Hipona, fue llamado aparte por el Obispo, fuera de la muchedumbre, y obligado a dejarse ordenar para ejercer el ministerio sacerdotal en aquella ciudad. Fijándose retrospectivamente en aquel momento, escribe en sus Confesiones: « Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad. Mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos" (cf. 2 Co 5,15) »[21]. Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su « ser-para ».(SPE SALVI 28).
Lectura de la Enseñanza de la Iglesia. La figura de María, nada relevante en la narración evangélica y, sin embargo, suficiente para mostrar el rostro de una mujer de su tiempo y de su cultura, ha sido contemplada por la tradición eclesial desde una perspectiva con acento, sobre todo devocional, afirmando constantemente el carácter sublime y extraordinario de sus privilegios (…) Lo acontecido en la persona de María es una anticipación paradigmática de lo que Dios desea realizar en cada ser humano. En todos existe una realidad simbólica capaz de reflejar la armonía de lo divino con lo humano y de superar el desgarro personal que supone la condición sometida a las vicisitudes en las que nos sitúa la libertad con la que el creador mismo ha querido enriquecernos. La energía misteriosa que irrumpe en el principio de la historia de la humanidad, llevándola al sometimiento del pecado en todas sus manifestaciones (odio, violencia, enemistad….) no logran cambiar el destino final que nos aguarda. El paradigma de la realidad simbólica de María como prototipo de la gracia y de la salvación se realiza dentro de una casa, poniendo Dios mismo su tienda entre nosotros, por medio de Jesucristo, su Palabra Encarnada en el seno de esta mujer concreta. María de Nazaret. (Cfr. Nuevo diccionario de Pastoral págs. 858-871)
Reflexión. • La Virgen María, desde las primeras páginas del Evangelio, vive de la fe y la esperanza. Conociendo el corazón de esta persona maravillosa, María, se puede entender lo que es la esperanza. • Cuando el ángel Gabriel le manifestó a María que de su vientre virginal iba a nacer el Salvador, sin concurso de varón, ella no entendía cómo podría ser eso; pero creyó fielmente y aceptó la voluntad de Dios. • Cuando el niño Jesús nació, llegaron los pastorcitos y Reyes Magos a adorarlo. María sabía que su hijo era, simplemente, un niño pobre, envuelto en pañales, acostado en un pesebre y quien no tenía ninguna pinta de rey ni de Mesías. Según las evidencias humanas, era un niño normal y nadie podía ver nada diferente en ese momento en aquel hermoso niño, sólo María, porque creyó que era el Mesías.