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17-04-2014 Texto: Dionisio Amundarain Presentación: B. Areskurrinaga HC Música: Quietud. «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Juan 13,14).
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17-04-2014 Texto: Dionisio Amundarain Presentación: B. Areskurrinaga HC Música: Quietud
«Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Juan 13,14).
En la Eucaristía de esta tarde, recreamos la gran DESPEDIDA de Jesús. Es una DESPEDIDA dirigida primeramente a sus discípulos. Hoy a nosotros.
Los evangelistas cuentan que Jesús «se dio cuenta que había llegado su HORA». Más de una vez había dicho que su HORA no había llegado; por ejemplo, en las bodas de Caná, cuando su Madre le habló de la falta de vino. No se trata de una hora cualquiera; es su HORA, en la que vamos a ser glorificados Él y nosotros.
Es la HORA del amor. Toda su vida la vivió Jesús con amor, teniendo presente esta HORA. Es la hora para que toda la humanidad sea glorificada. Cada uno de nosotros tenemos nuestra HORA. No es una hora cualquiera. Es una HORA concreta. No es un día cualquiera. Es un DÍA concreto. Son la HORA y el DÍA que el Padre celestial tiene en mente para cada uno de nosotros, lo mismo que para Jesús.
Para recordatorio de su HORA y de su DÍA, Jesús se nos ha ofrecido como comida y bebida. Nos ha ofrecido la Eucaristía. «Haced esto en memoria mía». Pero no se trata de un mero recuerdo. En esa su gran DESPEDIDA, recreamos el gran Misterio que Jesús ha querido sugerirnos y adelantarnos: es el Misterio de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Jesús y de la pasión, de la muerte y de la resurrección de cada uno de nosotros. Lo recreamos, no físicamente, no materialmente, pero sí realmente.
Los tres evangelistas ─Mateo, Marcos y Lucas─ nos cuentan cómo instituyó la Eucaristía en la cena de la gran DESPEDIDA. Juan evangelista no nos habla de esa institución. ¿Por qué? Seguramente, porque la Eucaristía la celebraban todos los domingos, y no veía necesidad de hablar de la institución.
Con todo, Juan menciona un aspecto que tiene una estrecha y fundamental relación con la Eucaristía: el lavatorio de los pies a los discípulos. Sin duda, el evangelista observó que en su comunidad cristiana ese rasgo no estaba demasiado arraigado, y quiso acentuar ese aspecto.
Puede decirse que en nuestras iglesias tenemos costumbre de lavar los pies a algunos fieles el Jueves Santo. ¿Puro símbolo? Los discípulos de Jesús no tendrían sus pies, después de la caminata del día, tan limpios como los fieles de nuestras iglesias. El Obispo de la diócesis de Bangassou (África) dice: «Así queda la toalla del Jueves Santo, irrecuperable, sucia y maloliente». Se trata de limpiar los pies a los pobres y enfermos.
Ahora bien, el acto de lavar es algo más que un puro símbolo. Nos señala que el ser cabeza de grupo o amigo consiste en ser servidor. Jesús les señala a los discípulos que va a ofrecerse para la salvación de la humanidad. No se trata de abonar nada al Padre celestial en pago por los pecados de la humanidad; entre los cristianos debería estar superado ese falso concepto del pago, del sacrificio: el Padre no exige absolutamente nada en concepto de pago por los pecados. He dicho mal; no exige, pero nos propone una cosa: nos propone, imitando el amor mostrado por Jesús en la cruz, amarle a Él y amar a la humanidad.
Bienaventurado, ciertamente, quien sea capaz de percibir en la Eucaristía el amor de Jesús. Como amor fraterno. Como amor vivido entre unos y otros. Como Presencia amorosa de Dios Padre.
Por otra, todos nosotros formamos una unidad; nos constituimos en una comunidad grata a Dios; por la sencilla razón que Jesús nos asume a todos en su mismo ser. Es una realidad que resulta causa de dicha para unos y para otros, por haber superado todo individualismo. En la Eucaristía tienen lugar dos milagros. Por una parte, el pan y el vino se hacen Jesús; en el pan y el vino vemos al propio Jesús.
He aquí lo que sucede. Los dones que presentamos en la Misa se han hecho Jesús; en ellos Jesús se hace presente, viviente; se trata de ese Jesús que es grato al Padre y, a la vez, alimento y bebida para nosotros. Es el Jesús completo: Jesús y nosotros. Jesús nos ha hecho miembros suyos a todos nosotros, nos ha transformado, nos ha convertido en algo grato a Dios a asumirnos en sí.
Sucede como cuando un grupo de personas firma una carta de felicitación a una persona concreta. Tal vez, solamente uno ha escrito la carta; tal vez, la idea de felicitarla ha sido de una sola persona; pero todos han agregado su firma, y el receptor agradece a todos por igual. En nuestro caso, la carta de felicitación la ha escrito Jesús, pero al unirnos todos nosotros a Jesús, a todos se nos muestra agradecido el Padre celestial.
Naturalmente, con la firma se contrae un compromiso. El de mantener la palabra dada. Hemos contraído el compromiso de hacer nuestras estas palabras de Jesús: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo». Es decir: toma mi tiempo, mis horas, mis potencialidades, mi cuidado, mi… Toma mi vida entera. Tal como ha realizado Jesús.
Es interesante recordar lo que nos dice un libro de los comienzos del cristianismo (DIDACHÉ): «Como este pan fue repartido sobre los montes, y, recogido, se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia inspirado desde los límites de la tierra en tu Reino porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, en los siglos. Amén».
La Eucaristía es sacramento de la unidad, de la fraternidad; es sacramento de un grupo de personas que, de día y de noche, que semana tras semana, año tras año, vive una vida comunitaria.
A los primeros cristianos les gustaba mucho la imagen del pelícano, para manifestar la relación Cristo / Eucaristía. El pelícano, en momentos difíciles, se hiere a sí mismo para dar de comer a sus crías. En el famoso himno «Adoro te revote», Santo Tomás de Aquino cita al pelícano para referirse a Jesucristo quien se nos da para nuestra salvación: «Pie pellicane, Jesu Domine».
Jesús, en la multiplicación de los panes, quiso prefigurar esta cena de la gran DESPEDIDA. En aquella multiplicación tuvo lugar un algo maravilloso: los discípulos contaban con poca comida; con todo, al distribuir lo poco que tenían, se multiplicó de tal forma que todos pudieron saciarse. Es la consecuencia de compartir lo que se tiene.
Para terminar, hagamos memoria de un aspecto que nos señala Benedicto XVI en SacramentumCharitatis: «el banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final anunciado por los profetas y descrito en el Nuevo Testamento como las bodas del cordero que se han de celebrar en la alegría de la comunión de los santos». El banquete eucarístico nos anticipa el banquete en el que un día tomaremos parte en el cielo.
JUEVES SANTO 17-04-2014 Texto: Dionisio Amundarain Presentación: B.Areskurrinaga HC Musika :Quietud 1.-«Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Juan 13,14). 2.-En la Eucaristía de esta tarde, recreamos la gran DESPEDIDA de Jesús. Es una DESPEDIDA dirigida primeramente a sus discípulos. Hoy a nosotros. 3.-Los evangelistas cuentan que Jesús «se dio cuenta que había llegado su HORA». Más de una vez había dicho que su HORA no había llegado; por ejemplo, en las bodas de Caná, cuando su Madre le habló de la falta de vino. No se trata de una hora cualquiera; es su HORA, en la que vamos a ser glorificados Él y nosotros. 4.-Es la HORA del amor. Toda su vida la vivió Jesús con amor, teniendo presente esta HORA. Es la hora para que toda la humanidad sea glorificada. Cada uno de nosotros tenemos nuestra HORA. No es una hora cualquiera. Es una HORA concreta. No es un día cualquiera. Es un DÍA concreto. Son la HORA y el DÍA que el Padre celestial tiene en mente para cada uno de nosotros, lo mismo que para Jesús. 5.-Para recordatorio de su HORA y de su DÍA, Jesús se nos ha ofrecido como comida y bebida. Nos ha ofrecido la Eucaristía. «Haced esto en memoria mía». Pero no se trata de un mero recuerdo. En esa su gran DESPEDIDA, recreamos el gran Misterio que Jesús ha querido sugerirnos y adelantarnos: es el Misterio de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Jesús y de la pasión, de la muerte y de la resurrección de cada uno de nosotros. Lo recreamos, no físicamente, no materialmente, pero sí realmente. 6.-Los tres evangelistas ─Mateo, Marcos y Lucas─ nos cuentan cómo instituyó la Eucaristía en la cena de la gran DESPEDIDA. Juan evangelista no nos habla de esa institución. ¿Por qué? Seguramente, porque la Eucaristía la celebraban todos los domingos, y no veía necesidad de hablar de la institución. 7.-Con todo, Juan menciona un aspecto que tiene una estrecha y fundamental relación con la Eucaristía: el lavatorio de los pies a los discípulos. Sin duda, el evangelista observó que en su comunidad cristiana ese rasgo no estaba demasiado arraigado, y quiso acentuar ese aspecto.
8.-Puede decirse que en nuestras iglesias tenemos costumbre de lavar los pies a algunos fieles el Jueves Santo. ¿Puro símbolo? Los discípulos de Jesús no tendrían sus pies, después de la caminata del día, tan limpios como los fieles de nuestras iglesias. El Obispo de la diócesis de Bangassou (África) dice: «Así queda la toalla del Jueves Santo, irrecuperable, sucia y maloliente». Se trata de limpiar los pies a los pobres y enfermos. 9.-Ahora bien, el acto de lavar los pies es algo más que un puro símbolo. Nos señala que el ser cabeza de grupo o amigo consiste en ser servidor. Jesús les señala a los discípulos que va a ofrecerse para la salvación de la humanidad. No se trata de abonar nada al Padre celestial en pago por los pecados de la humanidad; entre los cristianos debería estar superado ese falso concepto del pago, del sacrificio: el Padre no exige absolutamente nada en concepto de pago por los pecados. He dicho mal; no exige, pero nos propone una cosa: nos propone, imitando el amor mostrado por Jesús en la cruz, amarle a Él y amar a la humanidad. 10.-Bienaventurado, ciertamente, quien sea capaz de percibir en la Eucaristía el amor de Jesús. Como amor fraterno. Como amor vivido entre unos y otros. Como Presencia amorosa de Dios Padre. 11.-En la Eucaristía tienen lugar dos milagros. Por una parte, el pan y el vino se hacen Jesús; en el pan y el vino vemos al propio Jesús. Por otra, todos nosotros formamos una unidad; nos constituimos en una comunidad grata a Dios; por la sencilla razón que Jesús nos asume a todos en su mismo ser. Es una realidad que resulta causa de dicha para unos y para otros, por haber superado todo individualismo. 12.-He aquí lo que sucede. Los dones que presentamos en la Misa se han hecho Jesús; en ellos Jesús se hace presente, viviente; se trata de ese Jesús que es grato al Padre y, a la vez, alimento y bebida para nosotros. Es el Jesús completo: Jesús y nosotros. Jesús nos ha hecho miembros suyos a todos nosotros, nos ha transformado, nos ha convertido en algo grato a Dios aL asumirnos en sí. 13.-Sucede como cuando un grupo de personas firma una carta de felicitación a una persona concreta. Tal vez, solamente uno ha escrito la carta; tal vez, la idea de felicitarla ha sido de una sola persona; pero todos han agregado su firma, y el receptor agradece a todos por igual. En nuestro caso, la carta de felicitación la ha escrito Jesús, pero al unirnos todos nosotros a Jesús, a todos se nos muestra agradecido el Padre celestial. 14.-Naturalmente, con la firma se contrae un compromiso. El de mantener la palabra dada. Hemos contraído el compromiso de hacer nuestras estas palabras de Jesús: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo». Es decir: toma mi tiempo, mis horas, mis potencialidades, mi cuidado, mi…Toma mi vida entera. Tal como ha realizado Jesús.
15.- Es interesante recordar lo que nos dice un libro de los comienzos del cristianismo (DIDACHÉ): «Como este pan fue repartido sobre los montes, y, recogido, se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia inspirado desde los límites de la tierra en tu Reino porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, en los siglos. Amén». La Eucaristía es sacramento de la unidad, de la fraternidad; es sacramento de un grupo de personas que, de día y de noche, que semana tras semana, año tras año, vive una vida comunitaria. 16.-A los primeros cristianos les gustaba mucho la imagen del pelícano, para manifestar la relación Cristo / Eucaristía. El pelícano, en momentos difíciles, se hiere a sí mismo para dar de comer a sus crías. En el famoso himno «Adoro te revote». Santo Tomás de Aquino cita al pelícano para referirse a Jesucristo quien se nos da para nuestra salvación: «Pie pellicane, Jesu Domine». 17.-Jesús, en la multiplicación de los panes, quiso prefigurar esta cena de la gran DESPEDIDA. En aquella multiplicación tuvo lugar un algo maravilloso: los discípulos contaban con poca comida; con todo, al distribuir lo poco que tenían, se multiplicó de tal forma que todos pudieron saciarse. Es la consecuencia de compartir lo que se tiene. 18.-Para terminar, hagamos memoria de un aspecto que nos señala Benedicto XVI en Sacramentum Charitatis: «el banquete eucarístico es para nosotros anticipación real del banquete final anunciado por los profetas y descrito en el Nuevo Testamento como las bodas del cordero que se han de celebrar en la alegría de la comunión de los santos». El banquete eucarístico nos anticipa el banquete en el que un día tomaremos parte en el cielo.