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Lección 9 para el 30 de agosto de 2014. La misión de la iglesia en general, y de cada miembro en particular, es cumplir los cometidos para los cuales Jesús nos envió :.
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La misión de la iglesia en general, y de cada miembro en particular, es cumplir los cometidos para los cuales Jesús nos envió:
“Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:21-22) Como Jesús fue enviado por el Padre para salvar al mundo, Jesús envía a la iglesia al mundo para anunciar el mensaje de Salvación. Así, la misión de la iglesia se basa en la autoridad de Jesús. Para capacitar a los discípulos, Jesús “sopló” el Espíritu Santo sobre ellos. Por la autoridad de Jesús, cada creyente es enviado para anunciar el Evangelio, y recibe el soplo del Espíritu Santo, que lo capacita para realizar la misión.
¿Qué significa ser “luz del mundo”? “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16) Jesús es la “luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9) Nosotros reflejamos la luz recibida de Jesús. Este reflejo es visible a los hombres por nuestras “buenas obras”, que son el resultado de un carácter amoldado al carácter divino (Efesios 2:10). Cuando Jesús brilla a través de nosotros, esas obras llevarán a las personas a glorificar a Dios. “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1)
“pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8) Según Lucas 24:46-48, ¿de qué somos testigos, y ante quién? Somos testigos de la muerte y la resurrección de Jesús. Damos testimonio del arrepentimiento y el perdón de los pecados. Testificamos ante todas las naciones. Nuestro testimonio se basa en nuestra propia experiencia con Jesús. Pero esto no tendría fuerza alguna sin el poder del Espíritu Santo. Él nos capacita para dar testimonio y transforma a aquellos que lo aceptan.
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:19-20) ¿Qué tres acciones están involucradas en la orden de Jesús de hacer discípulos? Para cumplir estos objetivos, Jesús pone a nuestra disposición todo su poder, y nos asegura su compañía permanente.
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:15) La labor primordial y la razón de ser de la iglesia es la predicación del Evangelio a todo el mundo. Cuando esta labor se concluya, vendrá el fin (Mateo 24:14) De este trabajo depende la salvación de las personas. Pero eso no significa que todo el que nos escuche sea salvo. Solo que el acepte a Jesús como su Salvador será salvo. Pero… ¿cómo le aceptará si nadie le presenta a Jesús? “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano” (Ezequiel 3:18)
“En el día final, cuando desaparezcan las riquezas del mundo, el que haya guardado tesoros en el cielo verá lo que su vida ganó. Si hemos prestado atención a las palabras de Cristo, al congregarnos alrededor del gran trono blanco veremos almas que se habrán salvado como consecuencia de nuestro ministerio; sabremos que uno salvó a otros, y éstos, a otros aún. Esta muchedumbre, traída al puerto de descanso como fruto de nuestros esfuerzos, depositará sus coronas a los pies de Jesús y lo alabará por los siglos interminables de la eternidad. ¡Con qué alegría verá el obrero de Cristo aquellos redimidos, participantes de la gloria del Redentor! ¡Cuán precioso será el cielo para quienes hayan trabajado fielmente por la salvación de las almas!” E.G.W. (El discurso maestro de Jesucristo, pg. 78)