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La lagartija de panza blanca. Yolanda Oreamuno. https://soundcloud.com/argonoide/la-lagartija-de-panza-blanca. Dicen que había una vez una Doña Anacleta . Doña Anacleta dicen que escondió a Morazán. . .
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La lagartija de panza blanca Yolanda Oreamuno https://soundcloud.com/argonoide/la-lagartija-de-panza-blanca
Dicen que había una vez una Doña Anacleta. Doña Anacletadicenque escondió a Morazán. .
En unacueva. Asínegra, seguramentegrande, con pedruzcosenormes. En el corazón de unamontaña
La cueva desgraciadamente está en Tres Ríos y no en Guanacaste. Tenemos el hábito de buscartodo lo bonito, todo lo pictórico y típico en Guanacaste; peroyo lo siento mucho: la cuevaestáciertamente en Tres Ríos.
Allí no hay, seguramente, llanuras que se llenen de barro y agua en invierno y que se rebosen de sol en verano; no hay inmensidades ni montañas que se derramen chorreadas sobre la maravilla de la planicie.
No hay todoeso. Pero hay árbolesazules con el troncomorado y hay montañas, sí, seguramente. Y hay bonitos rincones de sombra y caminitospinceladossobre el pasto.
Peroestoesahora. En “estostiempos”, yo no sé. Porquetodoestosucedía en “esostiempos, en Cartago. Estoquieredecirunaépocaque se puedesituar en el lugar de la historiaquenosgustemás; podemosvestir a lasseñoras de crinoinay tontillo, o ponerlescamisa de gola.
Había, pues, una señora venida a menos. Ahoracaigo en la cuenta de que la señora, como vino a menos, debióusarprimerocrinolina y tontillo y luego, camisa de gola. Bueno, no importa.
La señoratambiénteníahijas.Las hijasestaban en inminentepeligro. Desdeluego, no habíaplata en la casa. Su equilibrio moral... Bueno, suequilibrio moral amenazaba. Ya se ve. Eranlindas y así... dulzonas, lechosas. Debíasermuylindotodoaquello. Peroasí, o poreso, la señorasufría. Sí, sufríamucho.
Teníamucho miedoporsushijasñatonas y buenazas. Seguramentelasrondaban a caballo, y les cantaríanserenatas y lasmuchachasdebían mover mucho lasenaguas. Y lavaban el piso, porqueunadebíacocinar, la otrahacía la casa y la otra... Bueno, yo no sési se puederepartir el oficio sin saber cuántaseran...
La señora se fue entonces a la cueva a pedirle al er... Se me olvidabadecirque la cuevatenía un ermitaño. Y era muybueno, y estabamuyflaco, y hablabadespacito, y en lastardesveíaángelesblancos. La cuevateníapiedrasgrises y el ermitañosoñaba con Dios.
La señora se fue y le pidió. El ermitañorezó. Siemprerezaba, y rezaba con gran fe. Le dijeron los ángelesblancos...Y entonces el ermitañoestiró la mano. Unamano de brujo, flaca y pálida, con grandesuñascomoríos en unatierramorena, con tilintesnervioscomograndescosturas, paradarle lo primeroqueviera.
Antes había estado con los ojos al cielo, muy celestes y muy iluminados, y luego los había bajado resbalando sobre las paredes, sobre toda la tierra, sobre el musgo, sobre las hojas secas, y allí, estaba una lagartija.
Aquello era, no habíaduda, lo queélteníaquedarle a la señora. No se le ocurrióseguramentepensar al ermitaño en el poco valor de unalagartija, porqueestiróla mano de brujo y la lagartija se pusoquieta, agarró con sumano de brujo y la lagartija se pusotiesa, dura, fría y pesada.
La señorahizo con lassuyas un nido de recogimiento y credulidadpararecibir. Puso los dedosentrelazados. Así... Uno sobre el otro y las dos palmas se ahuecabancascarosas y rajadas, y los ojosmiraron el nidohechos un despabilamiento de admiración.
El ermitañoentoncesvació la extrañajoya: la lagartijacubierta de esmeraldasporencima y pordebajo, porquetodavía no tenía la panzablanca.Y ella se fue. Por el caminopincelado en el pasto, por la verja de árbolesestatuados contra el caminito.
Y fue a valorar la joya donde el viejo avaro que tenía manos de santo. Pero la señora no queríatantosdoblones, u onzas, o la moneda de “aqueltiempo”. Le bastaba con menos; con muchísimomenos. Ella se avergonzaba de la cantidadque se negaba a oír. Entonces el viejoarrancólasesmeraldasde la panza. De la panzaparaque no se viera mucho, y pagó.
La señorapuso casa. Las hijasbuenazas, ñatonas, y quemovíanlasenaguas se casaronseguramente con el caballero quelasrondaba a caballo y que les cantabaserenataspor la noche. Y la señorapensóque no iba a necesitarmás. Era mucho lo queteníasuhumildefelicidad. ¿Para quémás?
Subió al díasiguientepor el senderito de la montaña con el ruidode lasmanoshechounciosa y amorosamente. Un ruiditode fehecho con pajitas de cariño y calentandocon lágrimas de agradecimiento. Dicenque el ermitañocogió la lagartija con susmanos de brujo, y la lagartijadejó de serfría, inerte y pesada y dicentambiénque la puso en el suelo y la lagartijaechó a andar.
Y también cuentan que desde “aquel tiempo” todas las lagartijas allí en los alrededores de la cueva de piedras grises y musgo verde, por los caminitos de la cuesta de la montaña entre los árboles azules de tronco morado, y por donde la señora subió y por donde la señora bajó, tienen la espalda verde y la panza blanca.
Esto lo cuenta un viejo. De manos de brujo. Y dice queescierto.Todoessencillo y arrullón y tembloroso. Así... bueno, suave y tranquilocomodebíasertodo en “aqueltiempo”.