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Favor de oprimir “Page Down” para avanzar. La Fundación “México en la Cima del Mundo” nace de tres expediciones al Monte Everest que promovieron una campaña social y educativa a favor de los mexicanos y del mundo.
E N D
La Fundación “México en la Cima del Mundo” nace de tres expediciones al Monte Everest que promovieron una campaña social y educativa a favor de los mexicanos y del mundo.
En 1997 alcancé la cumbre del Everest por primera vez. A unos metros de la cumbre me quedé sin energía para regresar al Campo Cuatro. Las consecuencias podían ser serias pues a 8,780 metros de altura la sobrevivencia humana es imposible.
Sin oxígeno y sin agua intenté bajar cuando menos a 8,600 metros de altura. La temperatura de menos 45 grados, los vientos y la noche me impedirían llegar al campamento. El oxígeno en la atmósfera era de 1/3 a comparación del nivel del mar.
Pronto habría tormenta así que pasaría la noche al lado de una roca y cubierto de nieve. No contaba con tienda, ni sleeping bag, solo con mi mochila y una chamarra más. En los campamentos esperaron un desenlace fatal. Yo, sabía que sobreviría.
La gente me habría imaginado sin más respiro, en tormento y agonizante. Con un futuro delimitado en inmediatez, en malestares diversos, sin ánimo y resignado al final. Derrotado y sobrehilando visiones oxidantes con culpas hipotéticas.
Sin voluntad, árido, aislado, temblando y cayendo. Forcejeándo fuera de fuerza y viéndome caer de nuevo. Sin posibilidades de revertir el resultado en el que yo mismo me había colocado y después de haber tenido todo en la vida.
Solo sería cuestión de tiempo. No habría salvación. ¿Qué otra cosa podría estar sucediendo? ¿Y por qué habrían de imaginar las cosas diferentes, si para muchos la vida misma es penitencia y con mayor razón en la zozobra?
Paradójicamente yo estaba en serenidad, sin moverme en absoluto, tan sólo en la respiración y el fiel corazón. Aprovechando cada instante, pero sobre todo disfrutando de una paz exclusiva, de dimensiones insospechadas, la mayor vivida jamás.
Una paz diferente, especial, sin duda la anterior a la suprema: la que trae calma con uno mismo, tranquilidad por haber cumplido, la que te hace vibrar de emociones sin contenerse, aquella de autorrealización plasmada.
Que me hacía mover tan rápido como el viento, calentar como el sol y enfriar como la nieve. De comodidad en el alma que lo físico era irrelevante: por haber alimentado el espíritu sin exceso y sin que algo faltara.
Alcanzando la templanza y fortaleza, conociendo la justicia, logrando sabiduría por ser más que materia, y siendo aún más fuerte todavía en ese instante. Parecía opulento y pudiente, en un musgo nival, y en muesca de prosperidad.
Contemplando la lúnula resaltada por esa avenencia, en armonía con el tiempo e integración con la totalidad, en fusión con el universo, y de nuevo, como un elemento más de Dios.
El subreino abajo, de sobra inexistente, que solamente de propensión a la ordinariez, notoria de medula medrosa y sabedora de parcos destinos, ante almas encarceladas en aliteración,
de salaz mirilla y magnetismo al bellaco a sajaduras entuertas hacia la humanidad, bulo y caterva con diatribas y efusiones de incomprensión a la naturaleza misma, a la propia, a la nuestra.
Prados de esperanza y gleba fasta, criba por demás, sin abigarrar alcornoques, bocanadas de abundancia, semillero de corazones satinados con posturas de mágica sensibilidad, sinovia de los mosaicos de la existencia, de una, una sola, la única.
Y por la senda real, ya, de luminaria cercana luego postrado ante el menhir de lo justo, de lo apropiado, lo oportuno, espectro engrosado, acrópolis del universo, magma deseada, nunca capaz de imaginar.
En verdad, no es menos hoy, que la pasión alumbra. Y en cambio del amor, sólo la mente y el espíritu, se alimentan y perduran.
Al día siguiente descendí hasta el Campamento Cuatro. Hay una nueva oportunidad como puedo ver, no solo acomodado sino comprendiendo el ambiente y las nuevas condiciones a partir de hoy.
En 1999 regresé al Monte Everest como líder de una expedición mexicana y para promover una campaña de formación cívica y ética.
En el 2000 acudí por tercera vez al Everest para dirigir una expedición ecológica, que bajara desde 8,000 metros de altura más de 100 botellas de oxígeno como basura.
A finales del 2000 la expedición “México en la Cima del Mundo” se hizo Fundación: para diseñar programas de desarrollo global y para edificar un México más sólido; para un mundo mejor.