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Un cuento para ti. La hija de Matías pidió al sacerdote que fuera a dar la extrema unción a su padre, enfermo, porque le veía muy agotado. Cuando el sacerdote entró en la habitación encontró una silla vacía al lado de la cama. - ¿Me esperaba, verdad? - Pues no. ¿Quién es usted?.
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Un cuento para ti La hija de Matías pidió al sacerdote que fuera a dar la extrema unción a su padre, enfermo, porque le veía muy agotado. Cuando el sacerdote entró en la habitación encontró una silla vacía al lado de la cama.
- ¿Me esperaba, verdad? - Pues no. ¿Quién es usted? - Soy el párroco. Su hija me llamó para darle la unción de enfermos. Supuse que la silla estaba preparada para mí. - Ah sí, la silla...
Mire usted señor cura, le seré sincero, yo no soy muy religioso ni sé muy bien qué es la unción. Casi no sé rezar. Cuando voy a la Iglesia no logro articular palabra. Además soy un hombre ignorante y pecador. No debería haberse molestado.
La silla vacía es mi gran consuelo. Hace unos años mi mejor amigo me dijo: Mira, Matías, tener compañía es muy simple porque, en realidad, nunca estamos solos. Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente de ti. Y comienzas a dialogar con Jesús de Nazaret sentado delante de ti. No es algo necio hacerlo así porque Él nos prometió: “Estaré con vosotros todos los días” Luego, le hablas y le escuchas, como lo estás haciendo ahora conmigo.
Lo hice una vez y me gustó. Así que he seguido haciéndolo cada vez durante más tiempo. El Amigo de la silla me ha hecho muy muy feliz... Ando con mucho cuidado de que no me vea mi hija. No quiero que piense que estoy loco... El sacerdote sintió una gran emoción al escucharle y le dijo que era algo muy bueno lo que venía haciendo.
Luego le explicó, le dio la unción de enfermos y se despidió con un abrazo. Unos días después la hija de Matías llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó: - ¿Estaba en paz? - Sí, cuando salí a hacer unos recados le dejé muy tranquilo.
Y cuando regresé le encontré ya muerto con una expresión de serenidad admirable. Lo raro es que se había incorporado de la cama y estaba abrazado… ¡a la silla! No me lo explico.
El sacerdote, profundamente emocionado, se secó las lágrimas y respondió con voz entrecortada: ¡Ojalá todos nos pudiésemos ir de esa manera! Renovado por Jairo del Agua