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Los Ministerios en la Iglesia Católica Doctrina y Espiritualidad Litúrgica. 1) El Ministerio del Acolitado y el Lectorado 2) El Templo 3) El Altar, 4) El Ambón 5) La Sede, 6) Los Gestos rituales, 7) La Voz y el Silencio, 8) La Música y el Canto,
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Los Ministerios en la Iglesia Católica Doctrina y Espiritualidad Litúrgica
1) El Ministerio del Acolitado y el Lectorado 2) El Templo 3) El Altar, 4) El Ambón 5) La Sede, 6) Los Gestos rituales, 7) La Voz y el Silencio, 8) La Música y el Canto, 9) La sobria belleza de las Vestiduras 10) Objetos empleados en la Liturgia
La palabraMinisterio proviene del latín ministrare que quiere decir "servicio". "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir a los demás" (Mt 20,28). Ministeriosignifica Servicio. De ahí el énfasis de que un ministro que ejerce un ministerio es un servidor de la comunidad. Cristo resume su vida no en ser servido, sino en servir, y esto nos pone de frente a la importancia que tiene el hecho de servir en cualquier ministerio. El Ministerio, el servicio a los demás, nos asemeja a Cristo.
"La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el Reino de Cristo en toda la tierra para la Gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación tambiénal apostolado. Hay en la Iglesia pluralidad de ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y a sus Sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, y de santificar en su propio nombre y autoridad.
Los seglares, por su parte, partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la misión del pueblo de Dios. Ejercen, en realidad, el apostolado con su trabajo por evangelizar y santificar a los hombres y por perfeccionar y llenar de espíritu evangélico el orden temporal, de tal forma que su actividad en este orden dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Y como lo propio del estado seglar es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios llama a los seglares a que, con el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a la manera “de fermento"(SC IX, 2)
En muchas ocasiones, cuando asistimos a la Misa Dominical nos encontramos con el curioso fenómeno de ver una larga fila en el momento de la comunión. Algunos laicos, hombres o mujeres, se acercan al Sacerdote para ayudarlo a repartir la comunión. Nos viene la duda: ¿quiénes serán esas personas? ¿Es correcto lo que hacen? ¿Puedo yo ayudar de la misma manera?.Esas personas son los así llamados Ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión.
Es un ministerio laical contemplado en la Iglesia Católica y estipulado en elCanon 230, párrafo tercero del Derecho Canónico que dice: “Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el Bautismo y dar la sagrada Comunión según la prescripción del derecho”. Y el canon siguiente (231) establece que para ejercer este ministerio laical se requiere de la debida formación, conciencia y generosidad.
De esta manera los laicos pueden ayudar en una forma activa a los Párrocos en la distribución de la Comunión, tanto en la Misa como fuera de ella. Para la constitución de este ministerio se requiere la existencia de unanecesidad dentro de la Iglesia. ¿Cuál es esa necesidad? El documento pontificio Immensae Caritatis establece específicamente los casos en que la Iglesia considera que existe esa necesidad y son los siguientes:
a) Que no haya sacerdote,Diácono o Acólito que pueda repartir la comunión. b) Que habiéndolos, no puedan administrar la comunión por impedírselo otro ministerio pastoral, o la falta de salud o la edad avanzada. c) Que sean tantos fieles los que pidan la comunión que sería preciso alargar demasiado la Misa o la distribución de la comunión fuera de ella. De esta manera podemos estar seguros de que la Iglesia siempre mira por las necesidades de sus hijos. Bien sea, por criterios de practicidad para obviar filas inmensas…
que retrazarían a muchos de acercarse a recibir la comunión o prácticamente no daría tiempo de repartirla. También, ante la falta de sacerdotes, como en el caso de las misiones, la Iglesia vela por hacer accesible el Cuerpo de Cristo a quien lo necesite. Para recibir este ministerio el mismo documento Immensae caritatis pide que el fiel, hombre o mujer que será instituido como Ministro extraordinario de la Sagrada Comunión, deba estar adecuadamente instruido y ser recomendable por su vida, por su fe y por sus costumbres. Incluso utiliza unas palabras muy exactas sobre la idoneidad de la persona, que transcribo a continuación. “No sea elegido nadie cuya designación pudiera causar admiración a los fieles”.
¿Quieres ayudar a la Iglesia católica? ¿Has pensado en cuantas personas dejan de recibir a Jesucristo en los hospitales, en las cárceles, en los asilos de ancianos o en sus casas, porque el párroco no tiene prácticamente el tiempo y no tiene personas que le ayuden?Quizás tú puedas ser un ministro extraordinario de la Sagrada Comunión. Acércate a tu párroco y ponte a su disposición.
CARTA APOSTOLICA “MINISTERIA QUAEDAM”
CARTA APOSTOLICA “MINISTERIA QUAEDAM” La Sagrada Congregación para el Culto Divino dispuso el Rito para la institución de Lectores y Acólicos, para la admisión de los candidatos al Diaconado y Presbiterado. El Sumo Pontífice Pablo VI con su autoridad aprobó estos ritos y mandó publicarlos, de manera que se usen en lengua latina desde el 1º de Enero de 1973; en lengua vernácula a partir del día que determinen las Conferencias Episcopales.
La Iglesia instituyó ya en tiempos antiquísimos algunos Ministerios para dar debidamente a Dios el culto sagrado y para el servicio del pueblo de Dios, según sus necesidades; con ellos se encontraba a los fieles para que las ejercieran, funciones litúrgico-religiosas y de caridad, en conformidad con las diversas circunstancias.
Estos Ministerios se conferían muchas veces con un rito especial mediante el cual el fiel, una vez obtenida la bendición de Dios, quedaba constituidos dentro de una clase o grado para desempeñar una determinada función eclesiástica.
Algunos de entre estos Ministerios más estrechamente vinculados con las acciones litúrgicas, fueron considerados poco a poco instituciones previas a la recepción de las Ordenes sagradas; de manera que el Lectorado, Exorcistado y Acolitado recibieron en la Iglesia latina el nombre de Ordenes menores
con relación al subdiaconado, diaconado y presbiterado, que fueron llamadas Ordenes Mayores y reservadas generalmente, a quienes por ellas se acercaban al Sacerdocio.
El Concilio Vaticano establece que: “en las Celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas”.(SC, n.58). El Papa Paulo VI, en consonancia con el espíritu del Concilio Vaticano II hizo una revisión de estas órdenes menores y realizó las siguientes adaptaciones:
I Las órdenes que hasta ahora se llamaban menores, en lo sucesivo se deben llamar ministerios. II Los ministerios pueden confiarse a fieles laicos, y no se considerarán reservados únicamente para los aspirantes al sacramento del Orden sacerdotal. III Los ministerios que se han de conservar en toda la Iglesia, adaptados a las necesidades actuales serán el de Lector y el de Acólito. IV En armonía con la tradición de la Iglesia la institución de Lector y de Acólito está reservada a los varones. V Los ministerios son conferidos por el Obispo mediante el rito litúrgico de la institución de Lector y de la institución de Acólito.
Los Ministerios que deben ser mantenidos en toda la Iglesia latina, adaptándolos a las necesidades actuales, son dos, a saber: el del Lector y el del Acólito. Las funciones desempeñadas hasta ahora por el Subdiácono, quedan confiadas al Lector y al Acólito. Deja de existir por tanto en la Iglesia latina el orden mayor del Subdiaconado. Para los que van a recibir el Diaconado y el Sacerdocio, deben recibir los ministerios de Lector y Acólito y ejercerlos durante un tiempo adecuado, para disponerse mejor a los futuros oficios de la Palabra y del Altar.
Estas mismas disposiciones quedaron recogidas en el Código de Derecho Canónico, en el canon 230 donde establece lo siguiente: “Los varones laicos que tengan la edad y las condiciones determinadas por la Conferencia Episcopal pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo la colación de esos ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.”
ACÓLITO (Etim. Griego akolouthos, seguidor que ayuda.) El Acólito (ministerio del altar) El hombre que ha recibido de la Iglesia el ministerio de servir el altar y administrar la Eucaristía como ministro extraordinario. El Lector (ministerio de la palabra)
Oración del acólito Amigo Jesús, te agradezco el honor y la alegría que me das, al poder servir en el Altar. Concédeme el don de la piedad, la virtud de la pureza, y el conocimiento de la doctrina cristiana. Aumenta mi fe en tu Divina Presencia en el Altar, y motiva mi adoración sincera. Haz que cada día sea mejor y sirva de buen ejemplo a los demás. Bendice a todos los monaguillos y acólitos, para que ayuden al decoro de las celebraciones, y para que florezcan entre nosotros las vocaciones consagradas AMÉN
El Acólito (ministerio del altar) El Acólito queda instituido para ayudar al Diácono y prestar su servicio al Sacerdote. Es propio de él cuidar el servicio del Altar, asistir al Diácono y al Sacerdote en las funciones litúrgicas, principalmente en la Celebración de la Eucaristía; además, distribuir, como ministro extraordinario la sagrada Comunión cuando faltan los Ministros de que habla el c. 845 del CIC o están imposibilitados por enfermedad, avanzada edad o ministerio pastoral, o también cuando el número de fieles que se acerca a la sagrada Mesa es tan elevado que se alargaría demasiado la Misa.
En las mismas circunstancias especiales se le podrá encargar que exponga públicamente a la adoración de los fieles el Sacramento de la sagrada Eucaristía y haga después la reserva; pero no puede bendecir al pueblo. Podrá también, cuando sea necesario cuidar de la instrucción de los demás fieles, que por encargo temporal ayudan al Sacerdote o al Diácono en los actos litúrgicos llevando el Misal, la cruz, las velas, etc, o realizando otras funciones semejantes.
Todas estas funciones las ejercerá más dignamente participando con piedad, cada día más ardiente, en la sagrada Eucaristía, alimentándose de ella y adquiriendo un más profundo conocimiento de la misma. El Acólito, destinado de modo particular al servicio del altar, aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino y trate de captar se sentido íntimo y espiritual, de forma que se ofrezca diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado y además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo místico de Cristo o Pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos.
SINTESIS • Ayudar al diácono y servir al sacerdote • en las funciones litúrgicas, principalmente en la santa misa. • Instruir a los fieles que ocasionalmente • ayuden al sacerdote o diácono en los actos litúrgicos. • Como ministro extraordinario, • Distribuir la Eucaristía en las siguientes ocasiones: • a falta o por imposibilidad, • enfermedad o edad avanzada del ministro ordinario • (presbítero o diácono), • c) en ocasiones de elevado número de fieles; • y exponer el Santísimo Sacramento, reservarlo, • d) excluida la bendición con el mismo, • en ocasiones especiales, de acuerdo • con las determinaciones de la Conferencia Episcopal.
Exigencias de vida cristiana en estos ministerios. • El Acólito • Ofrecerse diariamente a Dios, siendo ejemplo de seriedad • y devoción en el templo. • Estar cercano al pueblo de Dios y ser caritativo especialmente • con los necesitados y enfermos. • Aprender a captar el sentido íntimo • y espiritual de todo lo que pertenece al culto público.
ACÓLITO (Etim. Griego akolouthos, seguidor que ayuda.) El hombre que ha recibido de la Iglesia el ministerio de servir el altar y administrar la Eucaristía como ministro extraordinario. El acólito asiste al diácono y al sacerdote al servicio del altar, y ayuda, cuando se le necesite, durante la celebración de la Misa. El acolitado es una de las órdenes menores que se reciben camino al sacerdocio.
El monaguillohace algunas de las funciones del acólito pero sin haber recibido esta orden menor. Para que alguien pueda ser admitido a estos Ministerios se requiere: petición libremente escrita y firmada por el aspirante, que ha de ser presentada al Ordinario (Obispo…) edad conveniente y dotes peculiares, que deben ser determinadas por la Conferencia Episcopal; firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano.
El Acólito puede, hasta donde sea necesario, dar las instrucciones a los otros fieles que ayudan al sacerdote o al diácono a llevar el misal, la cruz, las velas y otras funciones semejantes.
El ministerio del acólito es reservado para los hombres únicamente y es conferido por el obispo de la diócesis o, en institutos religiosos clericales, por el superior mayor, de acuerdo a los ritos litúrgicos hechos con este propósito por la Iglesia. • Las mujeres podrán ser delegadas para hacer algunas de las funciones de los acólitos.
El ministerio del acolitado, se remonta, a la antigüedad cristiana. • Durante muchos siglos en la Iglesia Latina fue una de las órdenes menores; • Constituía el último estadio previo a las órdenes mayores del subdiaconado, diaconado y presbiterado.
Con la ordenación subdiaconal se asumía pública y solemnemente el compromiso del celibato. • Estas instituciones han sido reformadas por el papa Pablo VI en 1972 mediante la carta apostólica Ministeria quaedam; • Esa decisión redujo a dos ministerios laicales las antiguas órdenes menores, suprimió el subdiaconado y la tonsura y vinculó al Diaconado la integración al estado clerical.
El oficio del acólito es eminentemente litúrgico y eucarístico: cuidar el servicio del altar, • asistir al diácono y al presbítero en el culto divino, de modo principal en la celebración de la Misa. • Se le atribuye también, con carácter extraordinario, • la facultad de distribuir la sagrada comunión • y de exponer el Santísimo Sacramento para la adoración de los fieles.
En el documento mencionado, Pablo VI incluye esta preciosa exhortación: • el acólito, destinado de modo particular al servicio del altar, • aprenda todo aquello que pertenece al culto público divino • y trate de captar su sentido íntimo y espiritual, • de forma que se ofrezca diariamente a sí mismo a Dios, siendo para todos un ejemplo de seriedad y devoción en el templo sagrado y además, con sincero amor, se sienta cercano al Cuerpo místico de Cristo o Pueblo de Dios, especialmente a los necesitados y enfermos.
En primer lugar, el pontífice recomienda a los acólitos, estudiar liturgia. Una disciplina de ese nombre que incluya la historia, la teología y la estética del culto divino: ritos, textos, iconografía y música sacra tenemos un magnífico aporte ofrecido por el movimiento litúrgico a lo largo del siglo XX y de la riqueza del magisterio de la Iglesia, por ejemplo, la encíclica de Pío XII Mediator Dei y la constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II. Los estudios litúrgicos, bien que muy importantes, no serían por sí solos suficientes. Pablo VI hablaba de captar el sentido íntimo y espiritual del culto divino.
Se trata, entonces, de desarrollar una sensibilidad litúrgica – que no es tan fácil de alcanzar – en la que confluyan la visión teológica del misterio, el espíritu de adoración y la experiencia celebratoria. En la liturgia se manifiesta sacramentalmente el misterio del Verbo Encarnado y de su Pascua salvífica, que es a su vez expresión del misterio de Dios Uno y Trino y de su comunicación a nosotros. Ante este don excesivo, ¿qué podemos hacer sino adorar? La liturgia es, toda ella, adoración, reconocimiento agradecido, admiración, recepción gozosa del Señor que viene a nosotros.
En la celebración litúrgica nosotros salimos hacia él, en un especie de éxodo o éxtasis, como el pueblo de Israel debió salir de Egipto para rendir culto a Dios en el desierto; por la adoración quedamos pendientes de él, de su palabra y de su presencia. Todos los elementos que se requieren para la celebración litúrgica, los que intervienen o confluyen en ella, deben conducir a los fieles a la adoración y la unión con Dios: el espacio sagrado y los lugares simbólicos de la manifestación divina, como son
el altar, el ambón y la sede, los gestos rituales, la voz y el silencio, la música y el canto, la sobria belleza de las vestiduras y demás objetos empleados. La primera finalidad del culto público es la adoración y es esa la actitud espiritual con la que ha de ser cumplido. A veces, en la práctica, pareciera insinuarse otra orientación, como que la liturgia es ante todo para la comunidad reunida, al modo de un encuentro que se consuma entre nosotros y que por lo tanto resulta de entre casa; algo que armamos según nuestro gusto en busca de un cierto bienestar.
Recomendaciones que Pablo VI hacía a los acólitos. Si el acólito capta el sentido íntimo y espiritual de la liturgia puede ofrecerse diariamente a Dios en su participación ministerial de la Eucaristía; hacia allí debe confluir su vida toda y allí encontrará la fuente de una continua transformación. El ejercicio del ministerio será el ámbito en el cual se irá forjando su condición de liturgo, rasgo central de la personalidad del sacerdote.
Los tres oficios mesiánicos de Jesús, maestro, sacerdote y pastor, que se prolongan en el ministerio eclesial, están íntimamente relacionados. La función profética o magisterial y la litúrgica están dotadas de un dinamismo pastoral y, por su parte, los ministerios de evangelización y de conducción de los fieles hacia Dios participan de la sacralidad de la liturgia. San Pablo consideraba que su apostolado en favor de los paganos era un oficio sagrado destinado a que ellos llegaran a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo (cf. Rom. 15, 16).
En aquellas recomendaciones de Pablo VI se registran otros dos valores: la ejemplaridad y el amor a la Iglesia. En el ejercicio de su ministerio litúrgico, el acólito puede y debe ser para los fieles modelo de seriedad y devoción. Tal ejemplaridad no se improvisa, ni consiste en un acomodamiento exterior de la actitud, de una pose para ser visto – aun con la mejor intención de edificar a los demás – sino que emana espontáneamente del fervor espiritual, de la diligencia en el servicio y, en suma, de la unidad de vida de quien se ha entregado con sinceridad y sin retaceos a Jesucristo y a su Iglesia.
Se le pide además al acólito cultivar una cercanía de amor al Cuerpo místico de Cristo, al Pueblo de Dios, con especial dedicación a sus miembros sufrientes. La frecuentación eucarística, por su propia dinámica de caridad, alimenta la comunión fraterna y la generosidad de un amor efectivo. A propósito dice Benedicto XVI: La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son o serán suyos. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. (Deus caritas est, 14).
Ojalá podamos experimentar la belleza divina y pregustar la eternidad en la celebración de la divina liturgia; en ella los velos sacramentales y la operación de los símbolos representan la frontera entre lo visible y lo invisible. Ojalá podamos comprobar, en nuestra participación en los misterios del culto, la afirmación de León Bloy: lo realmente hermoso es lo que existe más allá del horizonte. Es posible experimentarlo mediante la fe, si ésta es viva, iluminada.
La Carta a los Hebreos nos ha enseña, que la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven (Hebr. 11, 1) en el cual se elogia el testimonio de fe de los antiguos patriarcas, de Moisés y los profetas, de multitud de fieles de la Antigua Alianza; se repite cerca de veinte veces en este texto la expresión por la fe. Por la fe contemplamos en la liturgia la belleza divina. Pidamos que así sea, efectivamente y siempre, para todos nosotros y en especial para los acólitos.
El acólito asiste al diácono y al sacerdote en el servicio del altar, y ayuda, cuando se le necesite, durante la celebración de la Misa. El acólito también puede distribuir la Santa Comunión como un ministro extraordinario en la Liturgia Eucarística y a los enfermos. A un acólito se le puede confiar con la exposición pública del Santísimo Sacramento para la adoración, pero no puede dar la bendición. El acólito puede, hasta donde sea necesario, dar las instrucciones a los otros fieles que ayudan al sacerdote o al diácono a llevar el misal, la cruz, las velas y otras funciones semejantes.
El ministerio del acólito es reservado para los hombres únicamente y es conferido por el obispo de la diócesis o, en institutos religiosos clericales, por el superior mayor, de acuerdo a los ritos litúrgicos hechos con este propósito por la Iglesia. Las mujeres podrán ser delegadas para hacer algunas de las funciones de los acólitos. El acolitado es una de las órdenes menores que se reciben camino al sacerdocio.
Profundizando en el tema de los ministerios desde la sana Tradición eclesial La Iglesia, misterio de comunión para la misión, puede ser definida también como “ministerial”, tal y como se deduce de las cartas paulinas ( 1 Tes 5,12; Rm 12,6- 8; 1 Cor 122,4-11. 28-31; 14,6). Se puede leer en la primera Carta a los Corintios (1 Cor 12,12 y ss) que todos formamos un único cuerpo en Cristo. Todos nos necesitamos ydebemos poner al servicio complementario de los demás los dones, funciones, carismas y ministerios que el Señor, el Espíritu y la misma Iglesia ha suscitado y sigue suscitando. San Pablo destaca al menos ministerios: el ministerio de apóstol, de profeta y de doctor (1 Cor 12,28; Ef 4,11).
Sin olvidar los responsables de las comunidades, a quienes Pablo llama “sus colaboradores” (Rm 16,3; 1 Tes 3,2; 2 Cor 8,23; 1 Tes 5,12; 1Cor 16,16), así como los evangelistas y pastores (Ef 4,1-6). Podemos concluir que, desde el inicio, la Iglesia es carismática y ministerial; los ministerios hacen a la comunidad y la comunidad (con especial protagonismo de sus responsables) discierne esos mismos ministerios que otorga el Espíritu.