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Domingo fiesta del. Ciclo B. Día 10 de Junio de 2012. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Todos los domingos celebramos la Eucaristía como el centro de ese día; pero hoy celebramos especialmente la presencia de Jesús en la Eucaristía.
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Domingo fiesta del Ciclo B Día 10 de Junio de 2012 Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Todos los domingos celebramos la Eucaristía como el centro de ese día; pero hoy celebramos especialmente la presencia de Jesús en la Eucaristía.
Jesús subió al cielo; pero quiso quedarse entre nosotros. Está en las personas, especialmente en los pobres y en sus ministros. Está en su palabra, en la comunidad que ora…; Pero de una manera más real está en la Eucaristía.
Al hablar de la Eucaristía podemos fijarnos en el hecho de que el pan se convierte en el Cuerpo de Jesús; podemos fijarnos en el amor de Jesús cuando le recibimos en la comunión. Hoy nos fijamos principalmente en que la permanencia de Jesús continúa en la Eucaristía, aun después de la Misa.
En la edad Media hubo la herejía de un tal Berengario, persona influyente, que negaba la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Afirmaba que Jesús estaba sólo en símbolo. Por eso la Iglesia estudió más profundamente el misterio y las palabras de Jesús.
Muchas veces Jesús ha manifestado su presencia en la Eucaristía por medio de milagros, que muchas personas han podido constatar.
Uno de los más famo-sos fue el ocurrido en Bolsena el año 1264.
Era el año 1263. Un sacerdote alemán, piadoso pero dudando en la fe por culpa de los herejes, iba de peregrinación a Roma con el deseo de reafirmar su fe. Al pasar por Bolsena quiso celebrar la misa. En la consagración vio que de la Hostia sagrada caía sangre que llenaba los corporales.
El sacerdote recogió los corporales con la sangre y lo guardó para ir a contárselo al Papa.
El papa residía, en esa época, en Viterbo, ciudad muy cercana a Bolsena. Escuchó atentamente y nombró una comisión para investigar. Entre la comisión estaba san Buenaventura, que era de un pueblo cercano. Atestiguaron ante el papa que el milagro era verdadero.
El papa Urbano IV ordenó al obispo de Bolsena que le llevase a Viterbo los corporales y demás paños, que recogieron la Sangre. Y con las autoridades y pueblo salió de la ciudad a recibir al obispo portador del “milagro”.
El papa decretó que desde el siguiente año se celebrase en toda la Iglesia la fiesta del Corpus (del Cuerpo y de la Sangre de Cristo), y encomendó a santo Tomás de Aquino que hiciera los himnos litúrgicos, que siguen cantándose (Tantum ergo, etc.).
Desde pocos años después sale el Santísimo en procesión por pueblos y ciudades.
En algunos lugares adornan el piso de la calle por donde va a pasar el Santísimo.
Y como Jesús permanece realmente presente en el Sagrario, le visitamos para alabarle, darle gracias alegrándonos por su presencia benéfica, y nos postramos ofreciéndonos a su servicio.
De rodillas, Señor, ante el sagrario Automático
de amor y de unidad,
Cristo en todas las almas
En este año, que es del ciclo B, el evangelio nos narra la institución de la Eucaristía, según el evangelista san Marcos. Mc 14, 12-16, 22-26 Dice así:
El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
: Él envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua;
seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y pre-pararon la cena de Pascua.
lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias.
Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los olivos. Palabra del Señor
Como comentario al evangelio vamos a fijarnos en las palabras que Jesús dice sobre la copa que contiene el vino: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
En los tiempos de Moisés hubo una alianza entre Dios y su pueblo. De ello nos habla la 1ª lectura: Ex 24, 3-8.
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: "Haremos todo lo que dice el Señor." Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: "Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos." Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: "Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos."
Dios se compromete a ayudarles y el pueblo se compromete a cumplir lo que Dios les señale. El pacto era sellado con la sangre, que es signo y realidad de vida. Era sangre de animales. Una parte se derramaba sobre el altar, que representa a Dios, y la otra parte se derramaba sobre el pueblo.
Ese pacto o alianza quiere realizar una comunidad de vida entre Dios y los hombres. Es una alianza de amor, una alianza esponsal hasta la sangre. Dios y el pueblo quedan unidos como si una misma sangre corriera por las venas de Dios y de los hombres. Esa alianza viene reforzada con el banquete, que luego se realiza, en el que el pueblo come de la carne que ha sido sacrificada.
En la Eucaristía se realiza una Nueva Alianza mucho más importante: una alianza de amor y de sangre. No es la sangre de animales, sino la sangre de Cristo, Dios y hombre. Así nos lo dice la 2ª lectura en Heb 9, 11-15:
Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Por la Eucaristía, una misma sangre y una misma vida alimentan a Dios y a los hombres. Es un pacto de amor, hasta la sangre. No se puede dar un acto más sublime de amor que el que realiza Jesús, hombre Dios, en la Eucaristía.
Por eso nuestra respuesta tiene que ser de un amor, el más grande que podamos. Lo menos que podemos hacer es asistir a la Eucaristía. Quizá no se nos pida sangre propia, pero sí algo que nos cueste como la sangre.
En tiempos de persecuciones había cristianos que se jugaban la vida para asistir a la Eucaristía. A principios del siglo IV son célebres los mártires de Abitinia, en el norte de África. Y decían al morir: “Sin el Domingo no podemos vivir”. Porque ¿Para qué querían la vida sin la verdadera Vida?.
La Eucaristía no es una devoción más. Es la vida de Dios que penetra en nosotros, como individuos y como miembros de una comunidad. Porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo es el vínculo de la unidad.