90 likes | 361 Views
24 d’octubre Dia de la biblioteca 2013. Les biblioteques als llibres infantils. HERBERT, Laurence. Camila come cuentos . Madrid : Espasa Calpe, 1990.
E N D
24 d’octubre Dia de la biblioteca 2013 Les biblioteques als llibres infantils
HERBERT, Laurence. Camila come cuentos. Madrid : Espasa Calpe, 1990 «Pero Camila, que era muy despierta, se hizo socia de la biblioteca. Allí se instaló como en un restaurante y se comió a Peter Pan, regado con los mares de Simbad, de postre a La ratita presumida y a todas las Caperucitas que había en los estantes. Había comido tantos cuentos que se los tomaba en serio. Un día, después de la siesta, se despertó Cenicienta, y enarbolando el cepillo muy decidida nos dijo: “Voy a hacer la limpieza”. Y la hizo: planchó servilletas, pasó la bayeta, fregó la cocina, lavó las cortinas, le dio brillo al baño con el estropajo, barrió las alfombras, remendó las colchas, limpió con esmero sala y lavadero. Estábamos locos de contento: “Ojalá fuese así todo el tiempo!” Pero un día dijo con gran picardía: “Seré la Bella Durmiente del Bosque, cien años dormiré. ¡Muy buenas noches!” » (s.p.)
GÓMEZ CERDÁ, Alfredo. El monstruo y la bibliotecaria. Barcelona: Noguer, 1991 «PUES BIEN, la bibliotecaria de nuestra historia, como la inmensa mayoría de las bibliotecarias, era joven, simpática, inteligente, guapa, amable, cariñosa… Todos los usuarios de la biblioteca estaban encantados con ella, pero sobre todo los niños. A ellos les dedicaba atención especial con paciencia infinita. LOS NIÑOS tenían una sección para ellos solos en la biblioteca. Allí se sentían a sus anchas. No era preciso estar tan callado como un muerto ni tan quieto como una estatua. Podían buscar y rebuscar por los estantes hasta encontrar ese libro tan estupendo. La única condición era dejarlo al final en su sitio. Lo más divertido de todo era cuando la bibliotecaria, olvidándose un poco de los mayores, se sentaba con ellos y les leía un libro. Los niños hacían un corro a su alrededor y escuchaban embelesados» (p. 27-28)
GREGORI, Josep. Moguda a la biblioteca. Alzira : Bromera, 1992 «Era dimecres i, per alguna d’aquelles casualitats de la vida, em trobava en la biblioteca municipal. No era la primera vegada que hi anava, però tampoc es pot dir que en fóra un client habitual (si he de ser sincer, diré que era la segona vegada que em deixava caure per allí). Aquell dimecres havia anat a acompanyar l’Albert, ja que ell havia de consultar unes coses en una enciclopèdia gran, de tapes verdes, per a un treball escolar. Albert m’havia demanat que l’ajudara, però jo tinc una miqueta d’al·lèrgia a la lletra menuda i, en les enciclopèdies, ja ho sabeu, tot és lletra de puça. Total, que portaba cosa de mitja hora esperant que el meu amic acabara de copiar i ja estava ben avorrit de mirar la gent, les xiquetes i les tapes dels llibres, de fer mandonguilles i de mirar el rellotge. De manera que vaig agafar un dels llibres que hi havia a l’abast per vere’n els dibuixos…» ( p. 7-8)
PIUMINI, Roberto. Un amor de libro. Zaragoza : Edelvives, 2002 «Había una vez dos niñas, Julia y Claudia, buenísimas amigas, buenísimas catadoras de chocolate, buenísimas lectoras. A menudo Claudia y Julia iban a la biblioteca de la calle Carabelas y metían las narices, las lentillas, los ojos, toda la cabeza (la de Julia, rubia y la de Claudia, morena) en los libros de aventuras, y no las sacaban de allí hasta que no acababa la historia, a no ser que fuera tarde o la biblioteca tuviera que cerrar. Pero daba la casualidad de que tan sólo un día a la semana, el viernes, Julia y Claudia, podían acudir juntas al local, pues cada una estudiaba en un colegio y tenían horarios diferentes. Así que, por lo general, Julia iba los martes y los jueves, y Claudia, los lunes y los miércoles; pero los viernes se acercaban juntas y leían en el cálido silencio de la biblioteca, que olía a papel nuevo y a papel viejo, a madera y a cola y también a verbena. Por qué la biblioteca olía a verbena? Porque la señorita Luisa, la bibliotecaria, que tenía el pelo entre rubio y castaño y los ojos muy verdes, usaba un perfume de verbena que se mezclaba con los demás olores de la biblioteca de la calle Carabelas… » (p. 7-10)
WINTER, Jeannette. La bibliotecaria de Bassora. Una historia real de Iraq. Barcelona : Juventud, 2007 «Finalmente, la bestia de la guerra sigue su camino. Alia sabe que si quiere que sus libros estén a salvo, tiene que trasladarlos mientras la ciudad está en calma. Entonces alquila un camión para transportar los treinta mil libros a su casa y a las casas de sus amigos. En la casa de Alia hay libros por todas partes: llenan los armarios, el suelo, las ventanas…« … apenas queda espacio para nada más. Alia espera. Espera el final de la guerra. Espera y sueña con la paz. Espera… … y sueña con una nueva biblioteca. »
MAHY, Margaret. El secuestro de la bibliotecaria. Madrid : Alfaguara, 2007 «Desde entonces aquella biblioteca funcionó extraordinariamente bien. Con todos los nuevos bibliotecarios el ayuntamiento pudo abrir una biblioteca dedicada a los niños, en la que todos los días se leían cuentos y se representaban divertidas obras de teatro. Los bibliotecarios bandidos habían conseguido una gran experiencia después de las prácticas realizadas en el bosque alrededor de la hoguera. La señorita Laburnum, que pronto se convirtió en la señora Bienhechor, pensaba a veces que la biblioteca para niños era un poco más fantástica y salvaje, pero también más divertida, que el resto de bibliotecas que conocía. » (pp. 45-46)
HENSON, Heather. La señora de los libros. Barcelona : Juventud, 2010 «Entonces va papá, mira bien a Lark y carraspea. Propone: “Hacemos un trato. Una bolsa de frambuesas a cambio de un libro”. Aprieto fuerte las dos manos detrás de la espalda. Quiero decir algo, pero no me atrevo. Esas frambuesas las he recogido yo... para una tarta, no para un libro. Me quedo pasmado cuando veo que la señora se niega en redondo. No acepta una bolsa de frambuesas, ni un manojo de verduras, ni nada que papá le ofrezca a cambio. Esos libros no cuestan dinero, como no cuesta dinero el aire. Y no sólo eso, sino que encima dentro de quince días ¡piensa volver por aquí para cambiarlos por otros! » (s.p.)
JOYCE, William. Els fantàstics llibres voladors del Sr. Morris Lessmore. Algemesí : Andana Ed., 2013 «La noia que volava s’adonà que Morris tan sols necessitava una bona història, així que li va enviar el seu conte preferit. El llibre era un xicot amable que li va demanar a Morris que el seguís. El llibre el va portar a un edifici extraordinari on semblava que “feien niu” molts altres llibres. Morris hi va entrar molt lentament i descobrí el lloc més misteriós i acollidor que mai no havia vist. Entre l’aleteig de nombroses pàgines, Morris escoltava les converses tènues de mil històries diferents, com si cada llibre li xiuxiuegés una invitació a l’aventura.» (s.p.)