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``La vida de los abades en los monasterios´´. Rafael Pastor Ruiz.
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``La vida de los abades en los monasterios´´ Rafael Pastor Ruiz
Los abades, como superiores de los monjes , no fueron conocidos hasta el cuarto siglo de la iglesia, en que las personas que se retiraban del mundo se eligieron con este nombre jefes que las gobernasen, tomándolos mas bien de entre los legos que de los clérigos , porque al principio no eran los monjes sino personas seculares que se ejercitaban en la oración y en el trabajo de manos
Con el trascurso del tiempo, no solo no se contentaron los abades con el simple sacerdocio, sino que lograron constituirse en dignitarios ó prelados eclesiásticos, con exención de la potestad de los obispos, con jurisdicción pastoral y contenciosa sobre sus súbditos y monasterios, con facultad de llevar insignias pontificales, consagrar vasos, altares é iglesias, bendecir al pueblo, sentarse en los concilios después de los obispos, conferir órdenes menores y en fin con otras prerrogativas, de cuyo exceso se quejó san Bernardo, y que se reclamaron en España por los padres del concilio de león en el año de 1012 , y por los de Coyanza en 1050
Aunque los monjes al principio eran pobres, pues que no vivían sino del trabajo de sus manos, movidos luego los cristianos todos de la fama de su santidad y aun de la fuerza de sus hábiles sugestiones, se apresuraron á enriquecer los monasterios con ofrendas, donaciones, herencias y legados y los príncipes mismos llevaron su liberalidad hasta el extremo de concederles feudos y regalías. Esta acumulación extraordinaria de bienes en manos de personas que hacían voto de pobreza, al mismo tiempo que el Estado se hallaba sin recursos para atender a sus necesidades, no pudo menos de llamar la atención de los reyes, quienes viéndose en la imposibilidad de sostener los gastos de las guerras en que estaban empeñados, tuvieron y ejecutaron la idea de dar en encomienda a los señores y caudillos militares algunas abadías con cuyas rentas pudiesen proveer y estipendiar las tropas.
Puestos los magnates al frente de los monasterios por concesión de los reyes ó por otros medios que les sugería y facilitaba su prepotencia, no dudaron en usar el nombre de abades, como que efectivamente lo eran, pues que tenían a su cargo el gobierno y cuidado de las personas y cosas de estos establecimientos y para comprender en su título con una sola palabra las dignidades que tenían en el siglo, se solían llamar abacondes o abicondes.
No solo gozaban estos de las abadías durante su vida sino que las trasmitían por muerte a sus herederos y como unos y otros casi no cuidaban de otra cosa que de recoger las rentas contentándose con nombrar en las iglesias abaciales algunos presbíteros para la administración espiritual, se relajó en tal manera la disciplina monástica que los obispos no cesaron de clamar por remedio, hasta que en las Cortes de Alcalá de 1548, don Enrique II en Burgos año 1373, y don Juan I en Guadalajara año 1390 (leyes 2 y 3, tit. 17, lib. 1, Nov. Recopilación), mandaron que los hijos-dalgo, ricos hombres y demás personas legas no pudiesen "tener encomiendas en los abadengos y monasterios, y que los tenedores las dejasen desde luego, sin que pudiese aprovecharles fuero, uso, costumbre, privilegio, carta ni merced que tuviesen ó les fuere dada en adelante. Cesaron pues los abades comendatarios seglares; bien que subsistieron todavía en Vizcaya en virtud de sus fueros.
Además de los abades comendatarios hay otros abades seculares que tienen distinto origen. Cuando la nobleza no conocía más profesión que la de las armas ni otra riqueza que los acostamientos, el botín y los galardones ganados en la guerra, los nobles inhábiles para la milicia estaban condenados al celibato y la pobreza, y arrastraban por consiguiente a la misma suerte una igual porción de doncellas de su clase.
Para asegurar la subsistencia de estas víctimas de la política, se fundó una increíble muchedumbre de monasterios que llamaron dipleksporque acogían á los individuos de ambos sexos y de herederos o parientes porque estaban en la propiedad y sucesión de las familias y no solo se heredaban, sino que se partían, vendían, cambiaban, traspasaban por contrato o testamento de unas en otras. Como los llenaba más bien la necesidad que la vocación religiosa y eran antes un refugio de la miseria que de la devoción fue consiguiente que la relajación de su disciplina los hiciese desaparecer poco a poco de una manera u otra.
Con efecto, unos se unieron a los monasterios libres, llamados mayores, cuya floreciente observancia era entonces un vivo argumento contra los vicios de aquella institución, incorporando y refundiendo en ellos sus edificios y bienes bajo ciertas condiciones que estipulaban, entre las cuales solía ser una que el abad o abadesa había de ser de la parentela del poseedor o patrono del suprimido. Otros se secularizaron y sus patronos, aun siendo legos y casados, continuaron llamándose abades, como el abad de Vivanco, el de Rosales y otros. Véase el informe del señor Jovellanos en el espediente de ley agraria.1