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LA PRIMERA PÁGINA. JAIME MORENO VILLAREAL. LA PRIMERA PÁGINA. L a primera vez que traté de leer un libro que tenía puras letras, no llegué ni a la segunda página. Yo sólo había leído los libros de la escuela, que siempre tienen muchas ilustraciones.
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LA PRIMERA PÁGINA JAIME MORENO VILLAREAL
LA PRIMERA PÁGINA. La primera vez que traté de leer un libro que tenía puras letras, no llegué ni a la segunda página. Yo sólo había leído los libros de la escuela, que siempre tienen muchas ilustraciones. Es cierto que también leía historietas, donde las letras son pocas y aparecen encerradas en globitos, y donde cuentan mucho los dibujos. Pero aquel libro era otra cosa.
LA PRIMERA PÁGINA. Tenerlo entre las manos me hacía sentir mayor. Era volumen gordo, con las letras pequeñitas. Para leerlo habría que dedicarle muchas tardes, e incluso los sábados y los domingos. Me dieron unas enormes ganas de conocer lo que decía y, al empezar a leerlo, con ansias de novedad, sentí que podía ver correr mi vida por delante, que todo lo que en esas líneas iría aprendiendo me iba a servir para siempre.
LA PRIMERA PÁGINA. Lo malo es que yo no entendía muy bien lo que estaba escrito. No es que no supiera leer bien, sino que era difícil. Después de batallar un rato, lo cerré al terminar la primera página. Dejé una hojita de oropel como marcador en la página dos, pensando que quizá lo volvería a abrir pasado algún tiempo.
LA PRIMERA PÁGINA. Fue al cerrarlo cuando me di cuenta de que le faltaba un pedazo. No es que estuviera roto o desencuadernado; era algo peor, el libro estaba mordido. Alguien le había clavado los dientes por atrás y le había arrancado párrafos enteros de las últimas páginas. ¡Así que a ese gran libro le faltaba el final! ¿Y qué tal si lo hubiera leído yo durante todos los años por venir, para que a la hora de la hora resultara que no había final?
LA PRIMERA PÁGINA. Fui a revisar el estante de donde había tomado el libro, y hallé un pequeño rastro de aserrín que delataba al devorador de libros. Había un caminito de polvo que bajaba a la puerta, salía del cuarto e iba a desaparecer tras un sillón. Claro, ¡tenía que ser un ratón! Así se lo hice saber a Chuco y Clementina.-Será más bien una ratona -dijo Clementina-, una ratona que estará haciendo su nidito y que está por traer al mundo una pandilla de comilones. Hay que hacer algo inmediatamente.
LA PRIMERA PÁGINA. Así que yo cargué con la escoba como si en verdad fuera valiente, mientras que Chuco apartó el sillón de la pared. Efectivamente, hallamos el pequeño nido que una ratoncita había construido pacientemente para recibir a sus crías. Pero no había ahí ratona ni ratones. Sólo el nido cuidadosamente construido con pedacitos de papel arrancados de libros, periódicos y revistas.
LA PRIMERA PÁGINA. Aquello era de verse. Había ahí un pedazo de mapa de la República Mexicana junto a la fotografía rota de un deportista, con un fragmento de preguntas y respuestas tomadas de una entrevista, y al lado Chuco y yo pudimos leer el principio de un libro infantil que decía más o menos "érase una vez en un reino muy lejano...". Trozos y trozos de letras, oraciones, encabezados, párrafos de la más variada procedencia, tapizaban el nido de los ratones.
LA PRIMERA PÁGINA. Había unas tiritas de papel que se referían a lo que alguien pensaba sobre la visita de un importante jefe de Estado, luego seguía un recorte mordisqueado con una descripción de las montañas más altas del mundo en la cordillera del Himalaya, y atrás de él se podían distinguir los graciosos parlamentos de dos personajes. Se empalmaban, completando el nido, las instrucciones para conectar la antena a un aparato de música con radio y tocadiscos, frente a éstas había un pedazo de papel en el que dos personas firmaban la compraventa de un terreno.
LA PRIMERA PÁGINA. Luego distinguí en un recoveco unos versos que rimaban, y leí con atención el extracto de un artículo donde un profesor argumentaba la necesidad de combatir en sus orígenes las causas de la contaminación. Finalmente, en el fondo de ese nido de roedores distinguí por la letra chiquita los pedazos arrancados del libro que yo había intentado leer. ¡Ahí estaba el final perdido!
LA PRIMERA PÁGINA. Me acerqué cuidadosamente para leer de una vez aquellas palabras que, de otra manera, me habría llevado días, quizá meses, quizá años alcanzar a comprender, una vez que hubiera terminado con aquel voluminoso libro. Y así leí el final de aquella obra que me podría ocupar toda la vida.
LA PRIMERA PÁGINA. -Oye, Chuco -le confesé a mi amigo-, no acabo de entender. ¿Por qué será?-¡Porque la lectura nunca acaba! -me respondió-. ¡Nunca creas que al terminar un libro has terminado de leer! Claro. Mi amigo tenía razón. Uno tiene que seguir leyendo. Uno podrá terminar un libro y luego otro, una revista y luego otra, pero nunca hay un final de la lectura.
LA PRIMERA PÁGINA. Alzamos cuidadosamente el nido de los ratones y lo llevamos afuera, lejos de ahí, dejando un minúsculo rastro de aserrín para que la ratoncita comilona lo siguiera y diera a luz tranquilamente a su prole. Dejamos el nido donde a nadie pudiera hacer daño, donde los cuentos, los mapas, las entrevistas, los poemas, las noticias, las obras de teatro, los artículos pudieran crecer en libertad para luego volver a los libros.
LA PRIMERA PÁGINA. Cortázar, Julio: RAYUELA. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1974. PRESENTACIÓN POWER POINT: EDICIONES GOCP.