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El Siervo del Centurión. (Mateo 8:5-13). Enfoque.
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El Siervo del Centurión (Mateo 8:5-13)
“¡Yo estuve primero! Espere su turno.” “¡Esto es mío! Consigase uno por su cuenta.” Queremos un tratamiento justo. Queremos cuidar de nosotros mismos y proteger nuestros derechos. Si bien es bueno responsabilizarse por uno mismo, con frecuencia somos egoístas. Al cuidar de nuestras necesidades podemos llegar a olvidar las de los demás.
¿A qué se debe que muchas veces nos resulta difícil tomar en consideración las necesidades de otra gente? Puede ser muy difícil considerar las necesidades de los demás. Conocemos las propias. Es posible que estemos tan entregados a nuestros propios problemas, que no vemos las dificultades que otra gente debe enfrentar. Quizá nos atormentamos pensando que no seremos tratados con justicia si ayudamos a otros. Cualquiera sea el motivo, la causa de nuestro egoísmo es el pecado.
¿En qué actitudes nuestras se revela en ocasiones el egoísmo, incluso en nuestra vida de fe? Lamentablemente, podemos ser egoístas con nuestra fe. Por ejemplo, muchas veces no compartimos el evangelio con otras personas. Puede ser que nos mostremos reacios a aceptar gente nueva en nuestra iglesia, por miedo de que puedan introducir cambios. Nos dirigimos a Dios con oración y rogamos por muchas cosas, pero con frecuencia olvidamos las necesidades de los demás.
Mateo 8:5-7 Y cuando entró Jesús en Capernaúm se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho. Y Jesús le dijo: Yo iré y lo sanaré.
Jesús realizó este milagro (también se encuentra en Lucas 7:1-10) para un centurión. Un centurión era un oficial militar romano que comandaba 100 soldados. El centurión más renombrado que mencionan las Escrituras tenía a su cargo supervisar la crucifixión de Jesús. Este centurión confesó: “¡Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!” (Marcos 15:39)
¿Dónde se encontraba Jesús en ocasión de este milagro? Jesús se encontraba en Capernaúm, una ciudad a orillas del Mar de Galilea. ¿Quién fue a verlo? Un centurión. ¿Habrá sido esto motivo de sorpresa o de ofensa? Su presencia debe haber sorprendido a más de uno. Los centuriones eran respetados, pero eran parte del ejercito que había ocupado a Israel. Sin embargo, leemos en Lucas 7:4-5, que este hombre amaba la nación judía y había edificado la sinagoga de Capernaúm. En realidad, Lucas nos cuenta que algunos de los dirigentes judíós pidieron a Jesús que realice esta sanación.
¿Que quería el centurión que Jesús hiciera? El centurión pidió a Jesús que sanara a su siervo postrado con parálisis y que sufría terriblemente. ¿De qué modo respondió nuestro Salvador? Jesús repondió al instante, diciéndole que iría a sanar a su siervo. No se anduvo con recelos ni lo hizo esperar. Fue a sanar al siervo que sufría.
Mateo 8:8-9 Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: "Ve", y va; y al otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.
¿Cómo reaccionó el centurión ante el ofrecimiento de Jesús de ir a sanarlo? Cuando Jesús accedió a sanar al siervo, el centurión reaccionó con sorpresiva humildad. “Señor, no merezco que entres bajo mi techo.” Quizá tuvo presente la costumbre judía de no entrar en casa de gentiles. Tal vez consideró si su persona sería digna. Nadie es digno de que Jesús vaya a él. Cualquiera fuese su motivo, el centurión confesó su fe en el poder de Jesús, al decir: “Basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano.”
Mateo 8:10-12 Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes.
Al escuchar las palabras del centurión, ¿qué conclusión sacó Jesús? Jesús quedó admirado ante la fe de este hombre. Este gentil tenía una fe más grande que cualquiera en Israel. El centurión confió en el poder de Jesús. El Salvador no tenía necesidad de tocar el siervo para sanarlo. Así como Dios creó el universo mediante su palabra poderosa, del mismo modo pudo Jesús sanar al siervo con su autoridad divina.
¿Qué lección nos enseña Jesús cuando habla de los que vendrán del oriente y del occidente? Jesús nos refresca la memoria respecto a que no vino a salvar a los judíos solamente. Su ministerio alcanza a todas las naciones. Los gentiles reciben el beneficio de su obra y recibirán también el don del perdón de los pecados y la vida eterna. ¿Qué dijo respecto a “los súbditos del reino”? Por el contrario, algunos de “los súbditos del reino”, los judíos, rechazarán al Salvador y de este modo desdeñarán su salvación. Jesús proclamó a este centurión uno de su propio pueblo.
¿Qué hará Jesús por los que vienen del oriente y del occidente? A los que vienen del oriente y del occidente, Jesús le dará un lugar en el banquete celestial en el reino de los cielos. Él ofreció su vida en una cruz en pago por los pecados de todos, reconciliándonos con su padre celestial. Les dio a ellos, y a nosotros, su justicia y santidad. Hizo todo esto por nosotros por causa de su gran amor.
Mateo 8:13 Entonces Jesús dijo al centurión: Vete; así como has creído, te sea hecho. Y el criado fue sanado en esa misma hora.
Después de alabar la fe del centurión y enseñar acerca del reino de los cielos, Jesús accedió al pedido del centurión. ¿Qué hizo por el siervo con parálisis? Jesús sanó al siervo. Le dijo al centurión que se fuera a su casa. En esa misma hora, el siervo con parálisis quedó sano.
Cuando Jesús dijo que iría a su casa, el centurión manifestó que no era digno de tanta bondad. ¿Qué podemos aprender de esta actitud de humildad? Lo mismo que el centurión, nosotros no merecemos tampoco que Jesús se presente ante nosotros. Su santidad revela nuestra pecaminosidad. Verdaderamente no merecemos su presencia en nuestras vidas. No somos dignos de recibirlo, sin embargo él decide venir a nosotros. Al confesar nuestra indignidad y pecaminosidad, el Salvador nos perdona.
Jesús habló de los que vendrán del oriente y del occidente. ¿Qué implica esto para el pueblo de Dios? En tanto que muchos vendrán de todos los rincones del globo para ser parte del reino de Dios, no debemos esperar que vengan por su cuenta. Jesús nos envía al mundo como sus testigos, para hacer discípulos a todas las naciones. Compartimos a Cristo con ellos, para que también puedan participar gozosos del banquete celestial que Jesús les preparó.
El centurión confiaba que Jesús podría sanar a su siervo aún sin llegarse a su casa. ¿Qué significado tiene para usted este aspecto del poder divino? Del mismo modo como sucedió con el siervo del centurión, nosotros no vemos tampoco que Jesús con su apariencia física, entre a nuestros hogares. Siempre está con nosotros, pero no lo vemos con nuestros ojos. Del mismo modo que el centurión lo sabía, así también sabemos nosotros que el poder de Dios no tiene límites. Él oye nuestras súplicas y responde a estas.
El centurión se acercó a Jesús con humildad y pidió una dádiva. Podría haber pedido algo para él, sin embargo, en vez de esto, suplicó por su sirviente. Nosotros tenemos la misma oportunidad. Podemos pedir a Dios que nos ayude con nuestros problemas, pero también gozamos del privilegio de rogar por otras personas. ¿A quién desea recordar usted en sus oraciones? Piense en aquellos que particularmente necesitan de la ayuda de Dios y nuestras oraciones e incluyalos en sus oraciones y compartalas con sus hermanos creyentes, para que otros también puedan orar por ellas.
El Siervo del Centurión (Mateo 8:5-13)