E N D
El viernes 28 de Enero, en plena ebullición libertaria en la ciudad de El Cairo, unos cuantos asaltantes entraron en el museo arqueológico de dicha ciudad destruyendo algunas vitrinas y un par de momias. Mientras mujeres, jóvenes y menos jóvenes se dejaban la garganta y hasta la vida por forzar un cambio en la anquilosada maquinaria del gobierno egipcio, los rateros estaban a lo suyo. ¿Qué buscaban?, lo de siempre, oro y joyas. Ladrones de tumbas los ha habido en Egipto desde que el Nilo parió esa civilización que pintaba de canto. Tanto las pirámides, maravillosas e inútiles cajas de caudales, como los más remotos y escondidos hipogeos, han sido deslatados por la avaricia histórica de los que han buscado la ganancia lejos del limo. Ni Tutankhamon ( puede escribirse Tutankamon, pero pierde exotismo) se libró de esta plaga, y hasta en dos ocasiones sufrió la visita de los cacos, cogidos “in fraganti” y seguramente degollados por la guardia real después de resellar la tumba. Por siglos, familias de peristas han vivido con más o menos discreción de explotar el robo de restos arqueológicos en Egipto. En torno a 1811, un egiptólogo francés llamado GastonMaspero, en connivencia con el bajá de turno para quien trabajaba, se jugó el bigote investigando los mercadillos y bazares hasta encontrar la pista de uno de estos depredadores del arte. Tanto bello y verdadero papiro suelto por los rastrillos daba qué pensar. Acosó y amenazó al clan con interrogatorios y presidios, consiguiendo que le llevaran al tesoro a cambio de cierta impunidad: 500 libras y un puesto de capataz para el delator. Técnicamente el agujero pasó a llamarse Tumba DB 320 y se encuentra, como indican las letras, en el maravilloso circo pétreo de Deir El Bahari. Parece ser que el estropicio del museo de El Cairo tiene arreglo y también que los ladrones no robaban para comer sino que aprovecharon las revueltas para hacer un trabajito fácil. Tres policías turísticos encerrados en los pabellones les plantaron cara evitando algo peor. Escaparon, pero que se anden con ojo. Han revuelto los abalorios de Tutankhamon y zarandeado los huesos de Ramsés II. Yo ni creo ni dejo de creer pero como decía la supuesta maldición de la tumbas reales: “la muerte llegará rápidamente para aquel que ose perturbar el reposo eterno del faraón”.