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Sufrimientos y sacrificios, ¿será este el camino de la humillación que necesitamos para alcanzar gracia y salvación?. Y si no es este, ¿necesitamos humillarnos? ¿por qué? ¿ante quién?. I . Reconociendo su amor inmenso (1-2).
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Sufrimientos y sacrificios, ¿será este el camino de la humillación que necesitamos para alcanzar gracia y salvación? • Y si no es este, ¿necesitamos humillarnos? ¿por qué? ¿ante quién?
La misma noche que Jesús fue entregado, previamente compartió la cena y antes instituyó el rito del lavamiento de los pies con un mensaje impactante para los discípulos y para todos nosotros.
El Señor Jesús, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” es decir los amó hasta el fin, sin cesar y hasta el extremo al que solo puede llegar su amor.
Amó a los suyos aunque no lo recibieron. Amó y ama a los que no lo recibieron ni lo reciben aún, pero son suyos. • Son sus hermanos, sus hijos, su familia.
Y una manera clara y gráfica de mostrar ese amor fue lavando los pies.
“Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Estaba ahora en la misma sombra de la cruz, y el dolor torturaba su corazón. Sabía que sería abandonado en la hora de su entrega. Sabía que se le daría muerte por el más humillante procedimiento aplicado a los criminales…
... Conocía la ingratitud y crueldad de aquellos a quienes había venido a salvar. Sabía cuán grande era el sacrificio que debía hacer, y para cuántos sería en vano. Sus pensamientos acerca de lo que él mismo debía sufrir estaban siempre relacionados con sus discípulos. No pensaba en sí mismo. Su cuidado por ellos era lo que predominaba en su ánimo” (El deseado de todas las gentes, p. 599).
“Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos […] se levantó de la cena” (v.3, 4).
Conocía su rango, sabía de su reino presente y futuro. Y se levantó de la cena, no para ser tratado como Rey sino para brindar un servicio de esclavos.
Ninguno de los discípulos pensó en lavar, ellos estaban discutiendo quien era el mayor, no se rebajarían al papel de siervos.
Y la máxima evidencia de la humildad de Jesús fue lavar los pies de Judas, el mayor de los pecadores, aún sabiendo que estaba tramando entregarle.
Jesús le pide a Pedro, confianza y obediencia aunque al momento no entienda: lo entenderá después.
En aquellos días los invitados se bañaban en sus casas y al llegar a la fiesta solo necesitaban ser lavados los pies sudorosos y polvorientos.
Los que están lavados, es decir los que recibieron el evangelio, no necesitan lavarse todo el cuerpo, pero sí necesitan los pies, porque todos los días el Señor renueva su limpieza si reconocemos nuestra suciedad.
Permitiendo ser • limpiados (12-17)
“Pues si yo, el Señor y Maestro he lavado vuestros pies, vosotros también os debéis lavaros los pies los unos a los otros” (v.14).
Aquí vemos la excelencia de la virtud de la humildad, ya que Cristo le tributó el mayor honor posible al humillarse a sí mismo. Cuando vemos a nuestro Maestro sirviendo ¿cómo podremos atrevernos a vivir dominando?
Debemos ir a Cristo para obtener su gracia purificadora. Pedro rehuía el poner sus pies contaminados en contacto con las manos de su Señor y Maestro.