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Científico-tecnológicos Humanísticos Periodísticos Publicitarios y propagandístico Administrativos Jurídicos. Tipos de textos. TIPOS DE TEXTOS HUMANÍSTICOS. Rasgos lingüísticos.
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Científico-tecnológicos Humanísticos Periodísticos Publicitarios y propagandístico Administrativos Jurídicos Tipos de textos
(La Fenomenologíase erige, por tanto, en el pórtico de unas nuevas fundaciones que, si por un lado son supuestamente antihistoricistas, por otro, no ocultan sus deudas hacia la filosofía especulativa ni ahuyentan el fantasma del duplicado empírico-trascendental.) Posiblemente, una de las consecuencias más decisivas de este retorno a lo concreto fue que la estética fenomenológica acabó escorando hacia los lenguajes artísticos, recluyendo incluso de un modo abusivo el ámbito de lo estético en las obras de arte. Una vez más, se activaba un sorprendente maridaje entre las orientaciones kantianas y hegelianas Ejemplo • Términos abstractos y tecnicismos propios de la ciencia • Presente gnómico • Períodos sintácticos amplios • Uso de conectores de tipo lógico: causa, consecuencia… • Predominio del indicativo
En una calle estrecha de Valparaíso viví algunas semanas frente a la casa de don Zoilo Escobar. Nuestros balcones casi se tocaban. Mi vecino salía temprano al balcón y practicaba una gimnasia de anacoreta que revelaba el arpa de sus costillas. Siempre vestido con un pobre overol*, o con unos raídos chaquetones, medio marino, medio arcángel, se había retirado hace tiempo de sus navegaciones, de la aduana, de las marinerías. Todos los días cepillaba su traje de gala con perfección meticulosa. Era una ilustre ropa de paño negro que nunca, por largos años, le vi puesta; un vestido que siempre guardó en el armario vetusto entre sus tesoros. Pero su tesoro más agudo y más desgarrador era un violín Stradivarius que conservó celosamente toda su vida, sin tocarlo ni permitir que nadie lo tocara. Don Zoilo pensaba venderlo en Nueva York. Allí le darían una fortuna por el preclaro instrumento. A veces lo sacaba del pobre armario y nos permitía contemplarlo con religiosa emoción. Alguna vez viajaría al norte don Zoilo Escobar y regresaría sin violín, pero cargado de fastuosos anillos y coHNn los dientes de oro que sustituirían en su boca a los huecos que fue dejando el prolongado correr de los años. Una mañana no salió al balcón de gimnasia. Lo enterramos allá arriba, en el cementerio del cerro, con el traje de paño negro que por primera vez cubrió su pequeña osamenta de ermitaño. Las cuerdas del Stradivarius no pudieron llorar su partida. Nadie sabía tocarlo. Y, además, no apareció el violín cuando se abrió el armario. Tal vez voló hacia el mar, o hacia Nueva York, para consumar los sueños de don Zoilo. (Pablo Neruda, Confieso que he vivido, 1974)
En una calle estrecha de Valparaíso vivíalgunas semanas frente a la casa de don Zoilo Escobar. Nuestros balcones casi se tocaban. Mi vecino salía temprano al balcón y practicaba una gimnasia de anacoreta que revelaba el arpa de sus costillas. Siempre vestido con un pobre overol*, o con unos raídos chaquetones, medio marino, medio arcángel, se había retirado hace tiempo de sus navegaciones, de la aduana, de las marinerías. Todos los días cepillaba su traje de gala con perfección meticulosa. Era una ilustre ropa de paño negro que nunca, por largos años, le vi puesta; un vestido que siempre guardó en el armario vetusto entre sus tesoros. Pero su tesoro más agudo y más desgarrador era un violín Stradivarius que conservó celosamente toda su vida, sin tocarlo ni permitir que nadie lo tocara. Don Zoilo pensaba venderlo en Nueva York. Allí le darían una fortuna por el preclaro instrumento. A veces lo sacaba del pobre armario y nos permitía contemplarlo con religiosa emoción. Alguna vez viajaría al norte don Zoilo Escobar y regresaría sin violín, pero cargado de fastuosos anillos y con los dientes de oro que sustituirían en su boca a los huecos que fue dejando el prolongado correr de los años. Una mañana no salió al balcón de gimnasia. Lo enterramos allá arriba, en el cementerio del cerro, con el traje de paño negro que por primera vez cubrió su pequeña osamenta de ermitaño. Las cuerdas del Stradivarius no pudieron llorar su partida. Nadie sabía tocarlo. Y, además, no apareció el violín cuando se abrió el armario. Tal vez voló hacia el mar, o hacia Nueva York, para consumar los sueños de don Zoilo. (Pablo Neruda, Confieso que he vivido, 1974)
Junto a Yebel Musa* hay un estrecho valle y sobre él un pueblo. Al fondo del valle se ve una playa apetecible y parece que poco explotada. Nosotros continuamos sin embargo hacia el occidente, la dirección primordial de nuestro viaje. Pronto la carretera se acerca a la costa y podemos disfrutar de la solitaria quietud de ese litoral, el más septentrional de Marruecos, donde el Mediterráneo pierde su nombre y su reino a manos del Atlántico. Es una costa poco habitada, y en la franja más próxima al océano está cubierta de una tupida vegetación, gracias a la brisa del Estrecho. La tarde es buena, apacible y soleada. Aun así, cuando nos detenemos para estirar las piernas junto a la orilla, sentimos el golpe y el frescor del viento. Aunque el mar está en calma, ya no es la superficie lisa y clara del Mediterráneo frente a Restinga, apenas cincuenta kilómetros atrás. El Atlántico es oscuro y turbio, y su paz está erizada de crestas que el viento peina con sus dedos innumerables. Al fondo, hacia el este, se alza el Yebel Musa, esquina de todas las tormentas. Más allá del mar se divisa la costa española, tan cerca que desconcierta un poco. Es muy corto el salto y demasiado limpia la vista, desde esta cornisa de África. (L. Silva, Del Rif al Yebala, 2001 )
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber como se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global. (Gabriel García Márquez, discurso en el I Congreso de la Lengua Española, 1997)