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Nuevo Año Litúrgico 2012-2013 CICLO C
Adviento «El tiempo de Adviento posee una doble índole: es el tiempo de preparación para Navidad, solemnidad que conmemora el primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres, y es al mismo tiempo aquel que, debido a esta misma conmemoración o recuerdo, hace que los espíritus dirijan su atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo como un tiempo de expectación piadosa y alegre...
... El tiempo de Adviento comienza con las primeras vísperas del domingo que coincide con el 30 de noviembre o que es el más próximo a este día y finaliza antes de las primeras vísperas de Navidad (en este año es el 28 de Noviembre). Los domingos de este tiempo reciben el nombre de domingos 1o, 2o, 3o y 4o de Adviento. Las ferias del 17 al 24 de diciembre inclusive son días destinados a una preparación más intensa de la Navidad.» (Normas Universales sobre el Año Litúrgico y sobre el Calendario, nn. 39-42).
Prepararnos para el encuentro con CRISTO
Cuarto DomingO de ADVIENTO
MARIA, nuestro modelo de ADVIENTO
CONTEMPLACIÓN ACCIÓN ORACIÓN MEDITACIÓN CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO - C - LECTURA Pasos de la Lectio Divina PREPARACIÓN
AMBIENTACION Nos reunimos para la celebración de la Eucaristía en el cuarto y último domingo de Adviento. En la ciudad ya todo está preparado. Los escaparates repletos de cosas; la iluminación especial de estos días ya está encendida; las invitaciones a pasarlo bien son numerosas. Nosotros volvemos nuestros ojos a la Palabra de Dios para que nos ilumine en la cercanía de la Navidad.
A lo largo del Adviento, dos avisos fundamentales se nos han estado haciendo: - la venida del Señor será una realidad, - es necesario prepararnos para su venida. Y varios personajes han estado llamando nuestra atención: los profetas, Juan Bautista y hoy, como broche oro, la Virgen María. El mensaje cristiano no es para «guardarlo en nosotros», sino para celebrarlo con gozo y compartirlo con los demás, como hizo la Virgen María.
PREPARACIÓN INVOCACIÓN AL ESPIRITU SANTO
Invoquemos Al ESPIRITU SANTO
Ven, Espíritu Santo, a despertar el corazón de la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, atento a la Palabra, se prepare para recibir la venida gozosa del Hijo de Dios. Revive en nosotros la actitud con que la Iglesia, a lo largo de su vida, bajo la guía del Magisterio, ha escuchado la Palabra que la invita a estar preparada y vigilando para recibir al Señor que viene a visitar a su Pueblo.
Ven, Espíritu Santo, llena y mueve nuestros corazones. Ayúdanos a acoger a Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne. Que Jesucristo, luz del mundo, ilumine nuestra mente y nos haga testigos de la Verdad y defensores de la Vida, para que nuestra comunidad eclesial sea la morada de Dios entre nosotros, «Casa y escuela de comunión», por la escucha y puesta en práctica de la Palabra
Que nosotros no rechacemos la invitación de Dios a acercarnos y escuchar su Palabra, y trabajar por el Reino, sino que con nuestras obras y palabras demos testimonio de nuestra fe y ejemplo de nuestra esperanza. Ven, Espíritu Santo, ilumina nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad, para que podamos comprender, aceptar y vivir la Palabra de Dios. Amén.
LECTURA ¿QUÉ DICE el texto?
PRIMERA LECTURA Miq. 5, 2-5a: «De ti saldrá el jefe de Israel »
En la primera lectura se lee la promesa del profeta Miqueas, de que con el nacimiento del Mesías vendrá la gran paz mundial. El Mesías es el Salvador de toda esclavitud y el portador de la libertad y de la paz para todos los pueblos «desde... tiempo inmemorial» (Miq. 5, 3). Miqueas, contemporáneo de Isaías, tiene con éste muchas coincidencias; sobre todo en el mensaje Mesiánico. En el que hoy lee la Liturgia percibimos el eco del poema del «Emmanuel» de Isaías:
- El Profeta Miqueas preanuncia al Mesías-Hijo de David. Surge en Belén, donde el clan de David tiene su casa solariega. Y al estilo de David será Rey-Pastor. Esta profecía hará que todo Israel mire a Belén en espera de su Mesías. Cuando Herodes pregunta a los escribas: «¿Dónde, decidme, debe nacer el Mesías?», éstos contestan sin vacilar: «En Belén de Judá, pues así está escrito por el Profeta»: "Y tú, Belén, tierra de Judá, en modo alguno eres insignificante entre las grandes ciudades de Judá; pues de ti saldrá el Caudillo que apacentará a mi pueblo, Israel"» (Mt. 2, 5).
Los judíos, que ignoran el nacimiento de Jesús en Belén y lo creen galileo, nacido en Nazaret, se niegan a aceptarlo como Mesías: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías procede del linaje de David y de Belén, patria de David?» (Jn 7, 42). - El Mesías, bien que hijo de David, supera en mucho a David: Tiene el poder de Dios. Da a su Pueblo la Redención; y la Paz y Salvación a todos los confines de la tierra.
El es la Paz. El establece el Reino Eterno prometido a David (2 Sam 7, 14-16). El es Grande: Tiene la majestad del Nombre de Dios. Rasgos divinos que nos hacen pensar en el «Emmanuel» = «Dios-con-nosotros», preanunciado por Isaías. - En esta profecía de Miqueas adquiere un relieve primordial y misterioso la «Madre» del Mesías. Y también en esto sintoniza con Isaías (7, 14).
El Mesías, nuevo David, Rey-Pastor, nace en Belén cuando «lo dé a luz la Madre que le da a luz» (v 2). Nos sorprende que en una época y en una civilización en las que la mujer carece de derechos y de categoría se le dé a la Madre tanto relieve y se olvide al padre del Mesías. En Isaías, en Miqueas, en Génesis (Gn 3, 15), el Mesías-Redentor es Hijo de la «Mujer». Con esto la revelación nos prepara para el gran milagro: El Mesías nacerá de Madre-Virgen.
SALMO RESPONSORIAL Sal. 80(79): «Oh Dios, restaúranos, que brille tu rostro y nos salve»
El pastor anunciado por el profeta no es un pastor-rey entre muchos, sino Dios mismo, el Pastor de Israel invocado por el salmista. El es el que ha venido y viene a salvarnos, el nos ha mostrado su mirada a través del rostro de Jesús, nacido en Belén. Este es «el Hijo del Hombre» que se presenta con la fuerza de Dios, porque es el Hijo de Dios.
SEGUNDA LECTURA Hbr. 10,5-10: «Aquí estoy para hacer tu voluntad»
La segunda lectura, tomada de la epístola a los Hebreos, quiere introducir en el secreto de la Encarnación del Hijo del Hombre: «...me has preparado un cuerpo... Todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre» (Hbr. 10, 5. 10). La ofrenda santificadora y única de la Nueva Alianza es sencilla y exclusivamente «la oblación del cuerpo de Cristo».
La naturaleza humana, que Jesús recibió de su madre María, es la oblación capaz de sustituir todas las oblaciones anteriores de fuego y de propiciación gracias a la intención de la oblación divina. El autor de este texto pone en boca de Jesús, muy legítimamente, las palabras del salmista que expresan su total dedicación a la voluntad de Dios. Este es el sentido de la persona de Jesús, desde el momento mismo en que entra en el mundo: el cumplimiento de la misión de salvación de los hombres: «Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo...»
Es como si, misteriosamente, penetrásemos dentro del alma de Jesús, en el seno de María, y escuchásemos la gran plegaria de ofrecimiento del Hijo de Dios hecho hombre, sacerdote verdadero y definitivo, que une a los hombres con el Padre. Este pasaje de la Carta a los Hebreos en que se hace la teología del Sacrificio de Cristo tiene evidente conexión con el misterio de la Encarnación. Cristo puede ofrecerse a Sí mismo en sacrificio y como víctima de expiación por el pecado porque es Hijo de Dios Encarnado.
Su «Encarnación» es verdadera: «Cristo, Hijo de Dios preexistente, entra en el mundo y dice: un cuerpo me has dispuesto» (v 5). El Hijo de Dios es Verbo en carne; en carne humana y pasible. San Juan tiene gran interés en acentuar la verdad o autenticidad de la Encarnación: «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). «Quienes no confiesen a Jesús-Mesías venido en carne son anticristos. No los reciban en casa, ni los saluden siquiera» (2Jn 7, 10). Asomaban los herejes propugnadores del «Docetismo». Estos consideraban indigna del Hijo de Dios la encarnación.
Ignacio mártir les decía: «Los que niegan a Cristo la carne se quedan sólo con un fantasma, con una ficción» (SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a la Iglesia de Esmirna, 2, 1). Si la Encarnación es un mito, lo es también la Redención; porque el Hijo de Dios tomó nuestra carne, ha podido en verdad solidarizarse con nosotros, ser nuestro Hermano y Redentor. - Su Encarnación es, pues, necesaria: «Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron» (v 6).
Era imposible que la sangre de los animales tuviera eficacia redentora. Pero Cristo, Hijo de Dios en nuestra carne, sí que puede ofrecerse «Víctima por el pecado» y redimirnos. - Desde la Encarnación es Cristo ya víctima. Su Encarnación, «en carne semejante a la carne de pecado y víctima por el pecado» (Ro. 8, 3), orienta a Cristo al calvario. De ahí que en esta Epístola se nos hable de la oblación victimal que de Sí mismo hace Jesús al Padre, ya desde el primer latido de su existencia humana.
Este ofertorio lo hace en el Altar del seno materno: «Heme aquí, Padre: Vengo a cumplir tu voluntad. Este cuerpo (humana naturaleza) que me has dado será el Holocausto y la Víctima por el pecado, a gloria tuya y en redención de los hombres».
EVANGELIO Lc. 1, 39-45: ««¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?»
EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 39Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. 40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre; Isabel, llena de Espíritu Santo, 42 exclamó con voz fuerte:
–Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44 Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre. 45¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció. Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Re-leamos el texto para interiorizarlo Continuando la lectura de los evangelios de la infancia de Jesús que estamos haciendo estos días inmediatos a la Navidad, este domingo está dedicado a la deliciosa escena de la Visitación de la Virgen. Cada año, en efecto, este domingo antes de Navidad nos ofrece una de las escenas preparatorias al nacimiento de Jesús. Las palabras de Isabel son representativas de toda la humanidad cuando reconoce que, a través de María, el Señor ha venido a nosotros.
María es la portadora de Jesús a los hombres, la medianera del don de Dios. María y su prima Isabel se conocían. Eran parientes. Pero en este encuentro descubren, la una en la otra, un misterio que no conocían todavía y que les llena de mucho gozo. ¡Cuántas veces nos sucede en la vida que encontramos personas que conocemos, pero que nos sorprenden de nuevo por la sabiduría que poseen y por el testimonio de fe que nos dan! Es así como Dios se revela y nos hace conocer el misterio de su presencia en nuestra vida.
El Evangelio pinta el encuentro de ambas mujeres, Isabel y María, las cuales dos llevan un niño en el vientre. El encuentro de las madres queda presentado por el evangelista como encuentro prenatal de Juan el Bautista con Jesús. Isabel entra en escena como profetisa mesiánica (Lc. 1, 43) y entona para la cristiandad la gran alabanza mariana: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc. 1, 42).
Durante la re-lectura del texto, tratemos de estar atentos a retener algunos aspectos:¿Con cuáles gestos, palabras y comparaciones, tanto Isabel como María, expresan el descubrimiento de la presencia de Dios en sus vidas? El texto del evangelio de este cuarto domingo de Adviento no incluye el Cántico de María (Lc. 1,46-56) y traza apenas la descripción de la visita de María a Isabel (Lc. 1,39-45). En este breve comentario nos tomamos la libertad de incluir también el Cántico de María, porque ayuda a entender mejor toda la grandeza de la experiencia que las dos mujeres han tenido en el momento de la visita.
El Cántico revela que la experiencia que María tuvo en el momento del saludo de Isabel le ayuda a percibir la presencia del misterio de Dios, no sólo en la persona de Isabel, sino en su misma vida y en la historia de su pueblo.
- Una organización del texto para ayudarnos en su lectura: Lc. 1,39-40: María sale de su casa para visitar a su prima Isabel Lc. 1,41: Oyendo el saludo de María, Isabel experimenta la presencia de Dios Lc. 1,42-44: Saludo de Isabel a María Lc. 1,45: El elogio de Isabel a María Lc. 1,46-56: El «Magnificat», el Cántico de María
El texto paso a paso: Lc. 1,39-40: María va a visitar a Isabel Lucas pone el acento en la prontitud de María para responder a las exigencias de la Palabra de Dios. El ángel le anuncia que Isabel está encinta e inmediatamente María se pone en camino para verificar lo que el ángel le ha anunciado. Sale de casa para ir a ayudar a una persona que tiene necesidad de ayuda. De Nazaret hasta las montañas de Judea son casi más de cien kilómetros No existían ni autobuses ni trenes. María escucha la Palabra y la pone en práctica de la forma más eficiente.
Lc. 1,41-44: El saludo de Isabel Isabel representa al Antiguo Testamento que termina. María el Nuevo que empieza. El Antiguo Testamento acoge al nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en él el don gratuito de Dios que viene a realizar y a completar todas las esperanzas de las gentes. En el encuentro entre las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu que hace saltar de gozo al niño en el seno de Isabel. La Buena Noticia de Dios revela su presencia en una de las cosas más comunes de la vida humana, como es, dos mujeres de casa que se hacen una visita para ayudarse.
Visita, alegría, gravidez, hijos, ayuda mutua, casa, familia: y es en esto en lo que Lucas quiere que las comunidades (y todos nosotros) sintamos y descubramos la presencia del Reino. Hasta hoy, las palabras de Isabel, forman parte del salmo más conocido y más recitado en todo el mundo, a saber, el Ave Maria. Lc. 1,45: El elogio de Isabel a María «Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor». Es el mensaje de Lucas a las Comunidades: creer en la palabra de Dios, que tiene la fuerza de realizar lo que nos dice.
Es la Palabra que crea: genera vida nueva en el seno de una virgen, en el seno del pueblo pobre y abandonado que la acoge con fe. Este elogio que Isabel hace a María se completa con el elogio que Jesús hace de su madre: «Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,28).
Lc. 1,46-56: El cántico de María Con toda probabilidad, este cántico era conocido y cantado en las comunidades cristianas. Enseña cómo se debe rezar y cantar. Es también una especie de termómetro que revela el nivel de conciencia de las comunidades de la Grecia para las cuales Lucas escribe el evangelio. Hasta hoy, por los cantos que se escuchan y se cantan en las comunidades es posible valorar el nivel de conciencia de las mismas.
MEDITACIÓN ¿QUÉ NOS DICE el texto?
El Adviento Litúrgico es una invitación insistente que nos hace la Iglesia a unir nuestra voz filial al coro de alabanzas en honor de María: «Ella, por el poder inefable del Espíritu Santo, llevó con amor en sus purísimas entrañas al que habría de nacer entre los hombres y en favor de los hombres». Belén («casa del pan») es un pueblo muy familiar para los cristianos. Estos días de Navidad repetiremos muchas veces este nombre.
El profeta anuncia lo que hará gloriosa a esta pequeña ciudad: ser el lugar del nacimiento del pastor-rey de Israel. Allí nació el rey David y allí pondrá el evangelista Lucas el nacimiento de Jesús. El profeta insiste en el fruto de este nacimiento: «ésta será nuestra paz». Escuchando esta profecía adivinamos el significado de las palabras angélicas de la noche de Navidad: «En la tierra paz a los hombres...»