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Presentación del P. Silverio Velasco. CAPÍTULO II DIOS, UNO Y TRINO, AUTOR PRINCIPAL DE LA SAGRADA ESCRITURA. 1. Contenido teológico-trinitario de la fórmula “ Deus auctor” aplicada a la Sagrada Escritura.
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Presentación del P. Silverio Velasco CAPÍTULO II DIOS, UNO Y TRINO, AUTOR PRINCIPAL DE LA SAGRADA ESCRITURA 1. Contenido teológico-trinitario de la fórmula “Deus auctor” aplicada a la Sagrada Escritura. ¿Qué se entiende al decir que Dios es autor de cada libro y texto auténtico de la Sagrada Escritura?
Se trata de una acción divina ad extra pues el resultado final está “fuera” del mismo Dios. Y como todas las operaciones ad extra, la inspiración es común a las tres Personas divinas, pero se atribuye de modo particular al Espíritu Santo. Al Espíritu Santo se apropia todo lo referente a la santificación de los hombres. Y la Biblia es “para nuestra salvación” (DV 11).
El “influjo inspirativo” es una de esas acciones que la teología llama “sobrenaturales”, pues su efecto está más allá de las fuerzas y exigencias de la naturaleza creada. Se distingue de las acciones por las que Dios es autor del orden natural. Así está fuera de las posibilidades de la razón o de la voluntad humana. El Magisterio de la Iglesia, al hablar de la inspiración divina, dice: “supernaturalis virtus”
La inspiración no pertenece a las gracias que se dan para la santificación de la persona que la recibe (ésta es la gracia santificante), sino que se da para la utilidad y el bien de la Iglesia. Ésta se llama carismática, o gratum faciens. Así es también la profecía, el don de hacer milagros y otras gracias del mismo género.
Santo Tomás de Aquino distingue la Sagrada Escritura de las otras escrituras por la manera de actuar Dios: de una manera inmediata sobre la Sagrada Escritura y de forma mediata (mediante causas inferiores), como en las acciones naturales. La acción inmediata en la Sagrada Escritura la equipara a los milagros realizados de forma sobrenatural. En el caso de los milagros pueden intervenir otros agentes, pero el efecto procede principalmente de la omnipotencia “sobreabundante” de Dios.
En el caso de las obras naturales, como obras grandiosas o artísticas o un escrito de gran valor también puede verse una ayuda en cierto modo sobrenatural. Pero el autor humano ejecuta un trabajo que es fruto de la capacidad que hay en él. aunque se vea reforzada esa capacidad con una ayuda sobrenatural.
Sin embargo, en la composición de la Sagrada Escritura, la acción de Dios no se reduce a sostener la acción propia del hagiógrafo, sino que le mueve a realizar un trabajo de composición que va más allá de las posibilidades que hay en él. Igual que en los milagros. Sin la acción extraordinaria de Dios no se pueden verificar milagros. Tampoco sin la acción extraordinaria del Espíritu Santo no se hubieran podido escribir los libros inspirados.
La composición de los textos sagrados, aunque es una acción que supera las fuerzas creadas, considera al autor humano como un verdadero autor. Algo parecido se puede considerar en los milagros. Pero, a diferencia de los hechos milagrosos, en la composición de libros inspirados no aparecen los elementos vistosos. Pasa como en la justificación de la gracia por medio del Bautismo. Por el agua se comunica la gracia.
2. La persona del Verbo y la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura, como obra ad extra de Dios, puede ser atribuida a cada una de las personas divinas: Al Padre, por ser obra de la omnipotencia de Dios. Al Espíritu Santo, pues es el medio para nuestra santificación. Y a la 2ª persona del “Verbo” o “Palabra”, porque es la manifestación perfecta del Padre.
La fórmula “Palabra de Dios” puede considerarse a diferentes niveles: a) El Verbo de Dios, imagen perfecta del Padre. b) Jesús, el Verbo encarnado, que con su vida, muerte y resurrección ha manifestado al Padre.
c) Las palabras pronunciadas en nombre de Dios por los profetas y apóstoles. d) Las palabras escritas gracias al carisma de la inspiración. e) Las palabras de la predicación cristiana, a través de las cuales la Iglesia comunica la fe en Jesucristo.
La Biblia, como “Palabra de Dios”, no se identifica ni con el Logos de Dios ni con la Revelación que ha hecho por medio de las palabras de los profetas y apóstoles. Es el testimonio privilegiado y escrito de la Revelación, por medio del cual la Palabra revelada por Dios se ha hecho accesible a los hombres. Pero analógicamente puede ser comparada al Verbo, 2ª persona de la Sma. Trinidad, y con mayor razón al Verbo.
En la edad patrística algunos consideraron las Escrituras como “prolongación de la Encarnación”. Los teólogos medievales llamaban a Cristo con el nombre de “Verbo abreviado” o “concentrado”, significando que el que es inmenso se ha reducido a las proporciones de un niño, o a que los libros de las Escrituras se unifican en El.
La Escritura contiene la Palabra única del Padre escondida bajo numerosas palabras, que, a su vez, encuentran su unidad en la Palabra encarnada. Los Padres llamaban a la Biblia “sacramentum”, en cuanto signo sensible de realidades invisibles. El papa Juan Pablo II, a propósito de la Divino afflante Spiritu, decía que los textos sagrados, por el carisma de la inspiración de la Escritura, formaron “un primer paso para la encarnación del Verbo de Dios”.
La Sagrada Escritura y el misterio de la Encarnación del Verbo se relacionan, tanto porque los textos sagrados contienen el anuncio y el mensaje del cumplimiento del misterio del Verbo encarnado, como porque esos textos realizaron y siguen realizando la unión entre Dios y los hombres y, en ellos, la realidad divina y la realidad humana encuentran un modo duradero de comunión.
Presentación del P. Silverio Velasco EXTRACTADO de la “Introducción General a la Biblia” del P. Miguel Angel Tábet