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El diálogo como método teológico pastoral: un desafío permanente. Talca, agosto de 2014. Presupuestos. El Dios en que creemos ES relación y diálogo Importancia del diálogo en la relación Iglesia – mundo El encuentro como categoría fundamental Necesidad de conversión del pensamiento.
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El diálogo como método teológico pastoral: un desafío permanente Talca, agosto de 2014
Presupuestos El Dios en que creemos ES relación y diálogo Importancia del diálogo en la relación Iglesia – mundo El encuentro como categoría fundamental Necesidad de conversión del pensamiento
I. La fe cristiana (el Dios de Jesucristo) Triple estructuración del Credo: Estructura trinitaria: un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios que es comunicación y relación. Estructura narrativa: cuenta la historia de la salvación (articulada por la Pascua). Un Dios que se comunica con otros y entra en relación salvífica. Estructura enunciativa: distintas voces: yo (“Yo creo”), la humanidad (“Por nosotros los hombres y por nuestra salvación”); y la Iglesia (“creo en la Iglesia”). Un Dios que comunica vida para ser comunicada (don - donado).
II. Contexto eclesial: de Ecclesiam Suam (Pablo VI) a EvangeliiGaudium (Fco) Dos acontecimientos señalan la necesidad y urgencia de retomar el diálogo como método (camino) de evangelización y encuentro: • La conmemoración de los cincuenta años del Vaticano II (1962-1965) con la Encíclica EcclesiamSuam (1964). Pablo VI pedía pasara del paradigma de la verdad ya sabida, que se impone desde arriba, al paradigma del diálogo humilde y fecundo con la cultura y con la vida de la humanidad. • La Encíclica EvangeliiGaudium (2013), que pide a la Iglesia no sólo dialogar con todos (Pablo VI), sino salir de sí misma, abriendo caminos de vida, es decir, que “primeree”, que abandone su lugar y seguridades, que se involucre en la vida de los hombres, que les busque y acompañe, en un gesto de compromiso a favor de todos (y especialmente de los pobres).
III. El “encuentro” como espacio y criterio de auténtica evangelización Jn. 1,35-39 (“fueron y v ieron”) Benedicto XVI (Deus caritas est, 1): “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. El Documento de Aparecida nos recuerda la centralidad del encuentro con Jesucristo como clave fundamental de evangelización (Cf. Jn 1, 35-39) Francisco (EvangeliiGaudium, 8) “Sólo gracias a ese encuentro - o reencuentro – con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencia”
IV. Conversión del pensamiento • La entrada en el reino de Dios, que empieza ya, aquí y ahora, requiere de conversión (Mc. 1, 15) • La conversión propuesta por el evangelio rebasa los límites de su interpretación como «cambio de opinión" y "arrepentimiento'. • También va más allá de la «reparación de la injusticia cometida». • El semita vislumbra la imagen de un hombre que vuelve del camino seguido hasta ahora, lo reconoce como equivocado y toma una dirección por entero nueva. • La conversión que afecta a la totalidad del hombre, incluye una conversión del pensamiento: de la manera de pensar la vida según la lógica de del Dios de Jesucristo (desafío para el pensar teológico y pastoral).
El diálogo como método pastoral. Propuesta de la encíclica Ecclesiam Suam, de Pablo VI (1964) En la tercera parte de esta encíclica, que se dedica expresamente al diálogo como actitud, se nos recuerda que como Iglesia es imprescindible tener una actitud dialogal “en”, “para” y “con” el mundo actual. Actitud que debe sustentarse en una clara identidad cristiana, que evangélicamente nos llama a no ser ni ingenuos ni pesimistas respecto del hombre y el mundo (ES, III).
En este sentido, se expresa claramente que la real diferencia que plantea el evangelio entre la Iglesia y mundo no es separación, indiferencia, temor o desprecio. Se recuerda que cuando la Iglesia se distingue de la humanidad no se opone a ésta, sino que se une a ella y le ofrece la salvación (ES, 21).
Lo más importante de este texto, para el tema que estamos planteando, radica en el valor que adquiere el diálogo en cuanto expresión de la propia caridad y misión eclesial (ES, 22). En este sentido, es interesante el llamado a que la Iglesia se haga palabra, mensaje y coloquio, para anunciar la salvación a los hombres (ES, 23).
El diálogo no es presentado como una alternativa posible entre otras sino como “el modo” en que la Iglesia debe relacionase con el mundo. El diálogo caracteriza el propio oficio apostólico que antes de querer convertir al mundo y, precisamente para ello, debe acercársele y hablarle, es decir, encontrarse “con” el mundo, “para” el mundo y “en” el mundo.
Origen de esta actitud dialogante (ES, 24) El origen de la actitud dialogal es trascendente, no responde a una moda pasajera. En este sentido, la experiencia religiosa da cuenta de la relación entre Dios y el hombre. Que se expresa de diferentes maneras en la vida cristiana: en la oración, en la propia revelación histórica de Dios (encarnación – pascua), etc.
Características de este diálogo salvífico entre Dios y el hombre (Cf. ES, 25) • Debemos reconocer que: • éste fue abierto espontáneamente por Dios y eso demanda nuestra iniciativa sin esperar ser llamados; • nace del amor de Dios, lo que indica que es este mismo amor el que debe impulsar nuestro esfuerzo; • no respondió a los méritos del destinatario sino a la gratuidad de Dios, lo que desafía a que el nuestro no sea interesado, es decir, sin cálculos ni límites;
no obligó a nadie a aceptarlo, es un ofrecimiento que llama a la libertad del otro para acoger o rechazar, lo que implica que el anuncio de la verdad cristiana no puede hacerse a través de la coacción de ningún tipo, que sólo puede realizarse por el camino de la educación humana y la persuasión respetando siempre la libertad personal y del ciudadano (sobre todo cuando no comparte nuestra visión);
se ofreció a todos (universal) sin ninguna discriminación o exclusión, en este sentido, el nuestro debe ser católico, es decir, capaz de entablarse con cada persona a no ser que ésta explícitamente lo rechace; • y en último término, es importante entender que todo diálogo tiene etapas o grados de desarrollo. En este sentido, se debe tener en cuenta la maduración del interlocutor. • De nuestra parte, el diálogo demanda tomar la iniciativa ante aquellos a quienes nos dirigimos en los tiempos en que corresponde y atendiendo a las reales posibilidades.
Características de un diálogo así planteado (ES, 27): • Claridad ante todo: • supone y exige la inteligibilidad, • es un intercambio de pensamiento que demanda de nosotros la revisión de nuestro lenguaje y presupuestos para ver si son los adecuados hoy.
Afabilidad: • el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. • Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone, no es nunca un mandato o imposición. • Es pacífico, evita la violencia, es paciente y generoso.
Confianza: • tanto en el valor de la palabra (recuperar la veracidad, la coherencia, la fuerza del testimonio) como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor (qué tan dispuesto se está en conversar con nosotros), excluye el egoísmo. • Prudencia pedagógica: • que tiene en cuenta las condiciones del que oye, el contexto y los medios.
Posibilidades que abre el diálogo (ES, 28) En el diálogo se descubren los diversos caminos que conducen al fin buscado y cómo es posible converger a un mismo fin. Se entiende que a pesar de existir caminos diversos, éstos pueden llegar a ser complementarios empujando nuestro razonamiento fuera de los senderos comunes, obligando a profundizar las investigaciones y a renovar las expresiones. La dialéctica de este ejercicio de pensamiento y paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza, concluye el Papa indicando que esto nos hará sabios.
Muchas son las formas del diálogo (ES, 29) Las formas obedecen a exigencias prácticas, escoge medios aptos (distintos lenguajes), no se liga a vanos apriorismos, no se reduce a expresiones inmóviles cuando estas han perdido su capacidad de hablar y mover a los hombres de nuestro tiempo. En este sentido, el diálogo exige creatividad y superación de formas únicas. Es preciso entender que desde fuera no se salva al mundo (necesidad de conocerlo y entenderlo). De la misma manera en que el Verbo se hace hombre, hace falta tornarse una misma cosa, hasta cierto punto, con las formas de vida de aquellos con quienes queremos dialogar.
Para ello hace falta compartir: • eliminando la distancia de los privilegios (llamado a salir de si mismo e ir al encuentro del otro para reencontrarnos), • Eliminando la barrera de un lenguaje incomprensible, • Entender que las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, desprotegidos y excluidos, son un camino para ser oídos y comprendidos. • Reconocimiento y valoración de la historia y camino del otro.
Antes de hablar hace falta oír la voz y el corazón del hombre, comprenderlo, respetarlo y secundarlo cuando promueve la dignidad humana: • Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo en que queremos anunciar a Jesucristo. • En este sentido, el clima del diálogo es precisamente la amistad y el servicio. • Este esfuerzo no puede concretizarse sino en la claridad de la propia identidad que se construye en la relación y no en el egocentrismo.
Un diálogo en distintas direcciones ¿Con quienes debemos encontrarnos para dialogar? Con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito. La Iglesia no puede olvidar que es católica y que tiene el encargo de promover en el mundo la unidad, el amor y la paz (ES, 31) Se propone una comprensión en círculos concéntricos (Cf. UR, 11): todo lo que es humano tiene que ver con la comunidad cristiana (ES, 32), los que creen en Dios (ES, 36) y los cristianos separados (ES, 37) Particular relevancia toma hoy, desarrollar un mayor diálogo al interior de la propia comunidad cristiana.
¿Cómo educar esta actitud para evitar quedarnos en una simple declaración de buenas intenciones? • Lo primero que deberíamos hacer es preguntarnos de cara a la realidad eclesial y al desafío evangelizador que tenemos delante: • ¿Qué estamos haciendo?, • ¿Para qué lo estamos haciendo?, • Y fundamentalmente ¿Cómo lo estamos haciendo?, • en función de esta necesaria actitud de diálogo.