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Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica; hazme caso y respóndeme,

+ En esta lamentación, un hombre calumniado y perseguido manifiesta su dolor, más que por el odio de sus adversarios, por la traición de un amigo (vs. 13-15).

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Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica; hazme caso y respóndeme,

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Presentation Transcript


  1. + En esta lamentación, un hombre calumniado y perseguido manifiesta su dolor, más que por el odio de sus adversarios, por la traición de un amigo (vs. 13-15). + Los vs. 7-9 contienen una exclamación bellamente poética, en la que el salmista expresa su deseo de encontrar un refugio en la soledad, para verse libre de los males que lo afligen. + En la parte final del Salmo, predominan los sentimientos de confianza en Dios (vs. 17-19, 23).

  2. ▬Nadie como Cristo ha experimentado la violencia y discordia en la ciudad., la traición del amigo y confidente, el engaño de las lenguas untuosas, nadie como él ha sufrido la angustia interior, el temor, terror, espanto, cuando le asaltaban sus enemigos. ▬Y nadie como él ha rechazado la huida y ha puesto toda su confianza en el Padre. De los labios de Cristo pasa este salmo a la Iglesia, con el oráculo final de promesa, y la Iglesia lo recita en momentos de persecución.

  3. Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica; hazme caso y respóndeme, me agitan mis ansiedades.

  4. Me turba la voz del enemigo, los gritos del malvado: descargan sobre mí calamidades y me atacan con furia.

  5. Se me retuercen dentro las entrañas, me sobrecoge un pavor mortal, me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto, y pienso: "¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme!

  6. Emigraría lejos, habitaría en el desierto, me pondría en seguida a salvo de la tormenta, del huracán que devora, Señor; del torrente de sus lenguas".

  7. Violencia y discordia veo en la ciudad: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia; dentro de ella, calamidades; no se apartan de su plaza la crueldad y el engaño.

  8. Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad: Juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios.

  9. Pero yo invoco a Dios, y el Señor me salva: por la tarde, en la mañana, al mediodía, me quejo gimiendo. Dios escucha mi voz: su paz rescata mi alma de la guerra que me hacen, porque son muchos contra mí.

  10. Dios me escucha, los humilla el que reina desde siempre, porque no quieren enmendarse ni temen a Dios. Levantan la mano contra su aliado, violando los pactos; su boca es más blanda que la manteca, pero desean la guerra; sus palabras son más suaves que el aceite, pero son puñales.

  11. Encomienda a Dios tus afanes, que El te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga. Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos a la fosa profunda. Los traidores y sanguinarios no cumplirán ni la mitad de sus años. Pero yo confío en ti.

  12. «Veo en la ciudad violencia y discordia; ►Es mi ciudad, Señor, y son mis días en ella los que asi transcurren. Violencia en la ciudad. Huelgas y manifestaciones y gritos de ataque y sirenas de la policía. Calles que parecen campos de batalla, y edificios que parecen fortalezas sitiadas. Casas que se queman, tiendas robadas, y sangre sobre las losas del pavimento. ►Esa es mi ciudad, florida en sus jardines y orgullosa en sus monumentos. Ciudad a la que amo a lo largo de tantos años en que he vivido en ella, viéndola crecer, e identificándome con el aire y el temple de sus estaciones, sus fiestas, su calor y sus lluvias, sus ruidos y sus olores. Siento la tentación de escaparme y buscar refugio para librarme del odio y la violencia que entristecen y amenazan mi existencia. «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! ►Pero no, no me marcharé. Redimiré los sufrimientos de la ciudad que amo cargándolos en cruz sobre mis espaldas. Que hombres de buena voluntad anden de la mano por sus calles para que vuelva la paz a la ciudad afligida. «Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga».

  13. Dios nuestro, el ejemplo de tu Hijo Jesucristo nos mueve a poner en ti nuestros afanes; compadécete de nuestros sufrimientos y mira con clemencia a la ciudad de los hombres.

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